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La izquierda, la derecha y Venezuela

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Columna de opinión.

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Venezuela atraviesa una situación política, económica y social extremadamente delicada, tal vez como nunca antes a lo largo de todo el proceso bolivariano. Los salientes de esta crisis son los llamados a una transición extraelectoral y sumaria realizados por sectores de la oposición, la deriva represiva de aparatos de seguridad en la cual está entrampado el gobierno de Nicolás Maduro y las penurias provocadas por el desabastecimiento, la carestía y el acaparamiento de productos básicos.

Las decenas de llamamientos y comunicados que circulan por estas horas en nada resuelven o ayudan a resolver el asunto de fondo, que es la polarización política que vive Venezuela. Una polarización a la que no escapa la propia oposición, inmersa en una crisis interna muy fuerte ante la perspectiva de las próximas elecciones legislativas. Se dirá que ése es un problema que deberán resolver los venezolanos. Lo que no puede perderse de vista es que hay intereses -algunos externos a Venezuela- azuzando esa desestabilización y jugando la estrategia de “armémonos y vayan”. Y entre tantos llamados, no debería ser secundario que el gobierno venezolano también ha denunciado la existencia de un intento de golpe de Estado en curso, que involucra a una parte de las Fuerzas Armadas.

La izquierda uruguaya no tiene una posición justificadora del autoritarismo y de violaciones de derechos humanos. El comunicado del Frente Amplio (FA) no abreva en dos supuestas “bibliotecas” democráticas, una con la cual califica a los gobiernos “amigos” y otra para el resto. En cualquier caso, y más tratándose de asuntos de política interna de un país hermano, la posición del FA trata de ir a las raíces de la crisis, a su contexto general y a identificar las distintas fuerzas que están operando.

Además de la crítica a la posición del FA, se le ha cuestionado al gobierno uruguayo saliente un supuesto silencio cómplice con el presidente Maduro. En política internacional -como en otras áreas- no decir públicamente lo que se está llevando adelante no es sinónimo de inacción. El gobierno uruguayo está jugando la carta de viabilizar la misión a Caracas de cancilleres de Brasil, Colombia y Ecuador en el marco de la estrategia de la Unasur, cuya presidencia pro témpore ejerce. No es para nada poca cosa.

En una reciente columna publicada en la diaria, la periodista Natalia Uval acertadamente planteó que “si se quieren encontrar justificaciones para la represión, siempre se pueden encontrar”. Pero en el marco de un planteo teórico resulta vacuo llamar a “que la izquierda se saque el pesado lastre del autoritarismo”, puesto que la bandera de las sociedades más justas e igualitarias la llevan hombres y mujeres con sus circunstancias a cuestas. Cabe decir, con sus grandezas y sus miserias.

Aun así no existe, en sentido práctico y en el contexto actual, ninguna manifestacion de la izquierda uruguaya en favor de la dictadura de los oprimidos sobre los opresores, o que justifique ningún aplastamiento de la Primavera de Praga o cosa que se le parezca. Por eso puede resultar un poco chocante que se le pida certificado de fe democrática un día sí y otro también.

Calificar a un gobierno democráticamente electo de “régimen” ya indica el sesgo con el cual se lo va a medir. Para dimensionar la grave situación de Venezuela no basta con mirar Telesur y CNN y después tirarle más o menos al medio. El alcance de los medios en la actualidad hace posible acceder, en el celular, a diversas radios de Venezuela y escuchar, sin filtro, las valoraciones, preocupaciones y sentires de venezolanos -chavistas y de oposición- que en formato “¿Usted qué opina?” se manifiestan a diario.

Plantearse dudas, interrogarse y cuestionar son acciones intrínsecas a un planteo de izquierda. La breve y contundente nota mencionada antes es un ejemplo de ello. Pero introducir la idea de “doble moral” democrática, es decir, de doble discurso, no tiene relación con eso. Calificar la posición del FA o la del PIT-CNT de doble moral democrática es injusto y poco acertado, puesto que los planteos de ambas organizaciones subrayan la complejidad de la crisis venezolana y no se alinean con lecturas simplistas.

Este tipo de crítica al FA no viene sólo por el lado de intelectuales y políticos de derecha, sino que también ha sido planteado internamente y por izquierda.

Por un lado, el cuestionamiento interno (como el realizado por Esteban Valenti, pero no solamente) prefigura un cambio en la orientación de la política exterior del gobierno uruguayo. Seguramente habrá cambios y continuidades, acentos diferenciales en una u otra área durante el tercer gobierno del FA, y es lógico que ello suceda. Al parecer, estamos ante un cambio de enfoque para la política exterior uruguaya. Ni más ni menos.

Por otro lado (es decir, desde fuera del FA), es llamativo que el espectro de políticos e intelectuales que cargan contra Maduro, cuestionando un autoritarismo supuestamente cobijado desde la izquierda, no se muestre igualmente preocupado por la situación de los derechos humanos en México, Paraguay u Honduras. Tal vez porque esos países no son gobernados por la izquierda.

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