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“Todo preso es político”, dicen Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Y en buena medida, así es. Nuestras cárceles, las del sistema capitalista y democrático, se llenan de hijos de la pobreza, de hombres y mujeres sin recursos que acumularon años de privaciones, años de sólo ver por la ventana o en una pantalla la prosperidad de unos pocos. De gente condenada por leyes que algunos hicieron para su provecho propio, normas que apuntan a mantener un sistema que divide casi desde el nacimiento a privilegiados y excluidos.

Hay quienes pelean todos los días para que esto no sea así, para cambiar leyes, prácticas institucionales, imaginarios.

Las personas presas por ejercer su derecho a la oposición política, o por pensar distinto que la mayoría circunstancial -y decirlo-, también son presos políticos. Presos de la política del autoritarismo, con independencia de quiénes sean los beneficiados por esa política.

El autoritarismo no sólo es condenable desde la óptica de los derechos humanos. También es un error estratégico de la política, porque nada puede construirse con raíces sólidas desde la imposición, y porque un gobierno autoritario puede deslegitimar incluso las prácticas y políticas que ese mismo gobierno aplica a favor de los excluidos.

Si se quieren encontrar justificaciones para la represión, siempre se pueden encontrar. Del otro lado puede haber golpistas, oligarcas, vendepatrias, sediciosos u otros monstruos. Pero la izquierda debe ser la primera en reclamar garantías para ellos, la primera en condenar los abusos del Estado, cualquiera sea su signo. Ya viene siendo hora de que la izquierda se saque el pesado lastre del autoritarismo, que no puede llevar a una sociedad mejor.

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