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Underscore Global. Foto: Julio Pereira

Nombrar lo improvisado

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Underscore Global pasó por Montevideo.

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Underscore -término de difícil traducción pero que podría definirse como “debajo de la coreografía” o “debajo de la partitura”- trabaja a partir de la observación de que en toda improvisación hay partituras o patrones subyacentes, contingentes pero a la vez recurrentes, que aparecen e informan de cualidades o “fases” a una improvisación. Creada por Nancy Stark Smith a partir de años de observación de jams -encuentros en los que, al igual que en el jazz, un grupo autoconvocado de artistas con o sin experiencia se encuentra para improvisar libremente- y décadas de enseñanza de contact-improvisation (en adelante CI), el underscore es una estructura que busca proveer un mapa de conceptos y símbolos para un fenómeno resistente a ser aprehendido por el lenguaje: el de la improvisación. Como lo sugiere la famosa expresión de Paxton, “la improvisación es una palabra para algo que no puede mantener un mismo nombre”.

Por otra parte, es interesante percibir el CI como una técnica que a lo largo de su historia resistió su sistematización, ya que ésta implicaba dos procesos que sus creadores, y luego su comunidad, no deseaban: por un lado, su fijación y normativización; por otro, la identificación de un “autor” de dicha sistematización.

Dentro de esta filosofía antimetódica (o antidogmática), el underscore propone posibilidades más que normas, enuncia cualidades de experiencia más que las formas o duraciones que éstas deberían tener. La estructura es compleja, pero invita a ser transitada en el “tiempo del cuerpo”, concepto del CI para referirse a la escucha de las necesidades de éste como parámetro para la acción o inacción y sus duraciones. Nancy es una de las fundadoras de esta técnica, junto con Paxton y otros colegas de Judson Church, colectivo considerado creador de la danza posmoderna norteamericana (de la que deriva la contemporánea). Además de una vida dedicada a compartir e investigar el CI, Nancy fundó y dirige actualmente, junto con Lisa Nelson, la revista CQ, que ha reunido diversos tipos de textos sobre esta práctica y operado como centro de comunicación e intercambio de la comunidad internacional relacionada con ella.

El underscore es una partitura o estructura de jam/contact/improvisación/composición desarrollada por Nancy Stark Smith en 1990 y que desde entonces ha ido evolucionando. Conocida y practicada internacionalmente, la partitura guía a los bailarines en una serie de “cambios de estado”: “relajamiento y sensibilización en relación con la gravedad y el soporte, interacción y circulación grupal, encuentros de Contact Improvisación, yendo al final a una improvisación grupal, y de nuevo al descanso y reflexión”, informa el evento de divulgación. Un texto creado por Nancy y colaboradores dice: “Hay 20 fases de la partitura -cada una tiene un nombre y un signo gráfico- que crean un mapa general para los bailarines. Dentro de ese marco los bailarines son libres de crear sus propios movimientos, dinámicas y relaciones entre ellos, con el grupo, la música y el ambiente. Cada underscore es único, ofrece una rica experiencia del fenómeno humano y artístico de la danza improvisada”.

Underscore Global es un evento internacional de una comunidad que también lo es -aunque llamó la atención, al ver el mapa de participantes, la ausencia de África- y cuyas características no son fácilmente asimilables ni al campo artístico ni al social ni al terapéutico. Esta comunidad, que ha crecido enormemente en los últimos años, traza un singular circuito de movilidad entre sus eventos, maestros y festivales, explorando la posibilidad de lo familiar, a micro y macroescala, por medio de una danza en la que dos extraños pueden tener un contacto íntimo. En palabras de Nancy, se trata de una danza que busca “la diferencia como modo de conexión”.

Underscore en el taller Casarrodante

La calle Joaquín de Salterain tiene ritmo de domingo y de invierno. Minutos antes de las 11.00, hora pautada para el arribo, ya somos varios los que estamos llegando o llegados, cambiándonos de ropa o intercambiando saludos. Underscore _es un jam con la conciencia amplificada de lo que está sucediendo. Para entrar en calor hubo una charla el día anterior, orientada por Mariana Carriquiry y Valentina Kaplan, que reunió a unas 15 personas para pasar y repasar la partitura. El taller Casarrodante, que siempre está lleno de clases y de estudiantes, hoy se abre únicamente para esta práctica, ya que se cedió el espacio para el evento. Dentro de la gran casa somos un conglomerado achuchado que ocupa aproximadamente la sexta parte de su capacidad, pero imaginar a esos otros _underscores en ciudades próximas o distantes ensancha el presente de este encuentro. Casi todos se conocen, y el arribo energético se baja con mate y conversación. Hay aglomeración en el vestuario mientras una mesa se va llenando de comida para compartir al final de la práctica. En el salón hay impresiones de Google Maps que indican las 66 ciudades donde el underscore está siendo practicado este mismo día (y en algunos casos, momento). Sobre una de las paredes también se encuentra el sistema de símbolos de la estructura, que tiene un dibujo para cada una de las fases y conceptos que la integran. A excepción de materiales como colchonetas, un par de pelotas y telas colgantes, el espacio está vacío y en él, de a poco, entran unas 30 personas. La presencia de tres niños llama la atención, y desde el inicio sabemos que su participación será una fuente de estímulos (sonoros y kinéticos) importante. Arribar energéticamente para luego juntarse en una conversación o pow-wow tribal, en la que se intercambian nombres e información muy básica sobre lo que sucederá en las próximas tres horas y media.

Si durante el día anterior se había discutido sobre el carácter descriptivo o prescriptivo del underscore -es decir, si es un conjunto de reglas a seguir o un marco descriptivo que puede servir de orientación sin coartar-, el día de la práctica esto se deja librado a la experiencia que cada uno decida tener, y también a que se tenga o no familiaridad con la estructura. Algunos participaron en la charla, otros ya practicaron el underscore, otros tienen su primera experiencia. Esta asimetría respecto del conocimiento de la estructura, así como en relación con los diferentes niveles de experiencia en la práctica del CI, enriquece al grupo y a la experiencia singular de cada uno.

Durante la deambulación inicial pienso que lo más interesante del underscore no está en ninguno de los dos extremos de su lectura: ni en interpretarlo como un “deber ser” -lo que nos forzaría a tener que generar o pasar por fases obligatoriamente, limitando por ende la improvisación-, ni en pensar que ella describe lo que puede o no suceder, y, por ende, debemos olvidarla durante la práctica. Es desde una relación más compleja entre pensamiento, movimiento, decisión, cognición, lenguaje, comunicación y tiempo que la partitura-mapa invita a atravesar la experiencia con estos conceptos, pero también a atravesar estos conceptos con experiencias.

Agitar la masa

En los papeles colgados de las paredes se lee la secuencia de fases o estados que componen la estructura, y en el transcurso de cuatro horas, situaciones diversas se componen en el tiempo real de la improvisación. También hay tiempo para mirar, y para salir y volver a entrar. La palabra no aparece, pero sí la voz y el sonido de los cuerpos en movimiento, el sonido impudoroso de los los niños, que se convierte en un trasfondo de casi todos los momentos.

Así como hay algo de intraducible a conceptos en la práctica del CI, hay mucho de indescriptible sobre lo que sucedió este domingo. Escenas colectivas, dúos, momentos de mucha y poca escucha, cuerpos relajados y en máxima actividad, dejarse influir o proponer, converger en una situación o saborear la divergencia que conduce a una nueva situación. El trato amoroso y un cierto tempo pacífico en común entre cuerpos que exploraron la improvisación casi todo el tiempo en contacto, caracterizaron a este underscore montevideano. No es sólo el frío lo que nos hace buscar estar juntos.

Algunos piensan en el contact como una práctica hippie y tribal; otros la entienden como la vertiente promiscua de la danza contemporánea; otros, como un gueto o un subcampo dentro de la danza. Hay quienes piensan en el CI como tecnología somática y también como dispositivo político de convivencia. Otros lo estudian en tanto herramienta para ampliar la percepción del presente y modificar nuestros hábitos de relación y de decisión en la danza (y en la vida). Hay, por este motivo, quienes lo ven como una terapia; otros, como danza social -es curioso cuánto se parece a una milonga o baile en algunos sentidos-; otros analizan sociológicamente las posibilidades presociales de movimiento que habilitan esta práctica, para la que lo imprevisible ocupa el número uno de su ranking heurístico de tesoros. Algunos artistas se acercan al CI en tanto modo de entrenamiento y (menos frecuentemente) en tanto lenguaje escénico, pero también personas que no son artistas se animan a practicarlo y encuentran en él códigos mucho menos exhibicionistas que perceptivos, También hay quien ve al CI como una danza inclusiva, como práctica política de democratización del cuerpo, como culpable del carácter asexuado/asexuante de esa propia democratización neutralizando el cuerpo, como catarsis, como fuente de creación, como creación, como introspección, como meditación. Probablemente todos están en lo cierto.

El CI es una danza conocida por realizarse a partir de un punto de contacto fluctuante y variable en tono e intensidad entre dos o más cuerpos o entre un cuerpo solo y el tiempo/espacio. En tanto técnica y filosofía, la emergencia del CI tiene que ser entendida en el marco de una historia que encuentra a la danza preguntándose sobre sus posibilidades más allá (o acá) de la espectacularización. En ese sentido, propone una tecnología experiencial, difícil de traducir pero también alejada de nociones productivistas del cuerpo. El cuerpo en estado de goce, el tiempo del cuerpo, la percepción, lo social y lo presocial, los límites que aportan nuestros hábitos y estructuras, y las posibilidades de reconocerlos y/o deconstruirlos, son preguntas y desafíos que esféricamente abordan el CI y el underscore, estructuras improvisables que dependen de nada salvo la relación. En ello radica la potencia de su política coreográfica.

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