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¿Ahora es buena cosa el neoliberalismo?

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Columna de opinión.

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Empecemos con algunos interrogantes. ¿Favorece a los pobres la liberalización del comercio mundial? ¿Los ricos se han vuelto generosos? ¿Podemos tranquilamente levantar los proteccionismos? ¿Favorece a los trabajadores la plena liberalización del mercado de trabajo? ¿La paga será justa y el trabajo digno y seguro sin sindicatos ni regulaciones? ¿La liberalización del sistema financiero, sin controles ni regulaciones, pondrá fin a la especulación desenfrenada de las bolsas y mercados de acciones? ¿Mejora la vida de los pueblos y nos hace más civilizados la plena mercantilización de servicios que antes pensábamos que respondían a derechos humanos inalienables?

Para empezar, no son preguntas propias de mentes trasnochadas, o ancladas en un pasado perimido. Son preguntas que surgen naturalmente, y con honda preocupación, a medida que la información de los medios de comunicación da cuenta del creciente involucramiento del país en las negociaciones del Acuerdo de Liberalización del Comercio de Servicios (TISA, por sus siglas en inglés), ese acuerdo que, si por algo se caracteriza, es por estar circunscripto a un “selecto” grupo de naciones lideradas por Estados Unidos y la Unión Europea, con el manifiesto objetivo de avanzar en la plena liberalización del comercio de servicios, mercantilizando de paso a todos, incluyendo aquellos que, por la naturaleza del bien que brindan, están bien alejados de toda condición de mercancía sujeta a las reglas de la compra y venta (tales como la educación, la salud pública y el agua para consumo humano, entre otras).

Es necesario tener claro que el TISA y los grandes acuerdos comerciales que hoy están en plena negociación -como los interoceánicos, tipo Atlántico Norte o Transpacífico- no son tratados binacionales, al estilo de los clásicos Tratados de Libre Comercio, y tampoco responden al principio de la multilateralidad que caracterizaron a los acuerdos de la Organización Mundial de Comercio, abiertos a todas las naciones y donde cada nación es un voto.

No nos engañemos ni nos dejemos engañar. Son acuerdos comerciales característicos del actual modo multipolar de organización del mundo, de grandes potencias que pugnan por conformar y extender sus zonas de influencia. Si me permiten usar términos de “aquel pasado perimido”: estas herramientas expresan nuevos modos de funcionamiento del imperialismo, de un mundo de potencias dominantes y países subalternos. Así, en los casos que nos ocupan, y más bien nos preocupan, Estados Unidos y su principal aliado, la Unión Europea, conducen las negociaciones de los tres grandes acuerdos “plurilaterales” entre naciones invitadas, o “aceptadas”, que se caracterizan por pretender cubrir el planeta, en una disputa evidente con bloques emergentes en regiones de Asia y el este europeo.

La otra conclusión de tal estado de cosas, el otro dato de la realidad, es que el cambio de conducción de las negociaciones comerciales permite desarrollarlas con el objetivo manifiesto de la plena liberalización de la economía, tanto en el ámbito de las naciones como en el comercio mundial. La liberalización más cruda, la plena desregulación, el debilitamiento del papel rector, regulador y de contralor de los estados. En una palabra, el reinado de la globalización neoliberal.

Por eso la pregunta inicial no es una pregunta descabellada: ¿es que el neoliberalismo resulta ser una buena cosa? Transcribo sus reglas, por si alguien las ha olvidado, y vuelvo a preguntar ¿son reglas defendibles que benefician a pueblos y naciones?:

1) Apertura de mercados nacionales en un mercado global regido por la plena desregulación de la economía y el comercio.

2) Fusiones entre empresas con la constitución de multinacionales que posibilitan las deslocalizaciones y relocalizaciones de sus centros de producción buscando el bajo costo de la mano de obra, exenciones tributarias, la plena desregulación del mercado de trabajo, etcétera.

3) Eliminación de empresas públicas mediante el impulso a las privatizaciones y la reducción de la presencia del Estado en la economía, ya sea en la producción o en las regulaciones y controles.

4) Desregulación financiera internacional y libre circulación de capitales.

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