Es martes y una decena de personas esperan sentadas en dos tablas largas de madera en una casona de Brazo Oriental, Montevideo. No se miran a los ojos, tienen la cabeza gacha y la espalda encorvada por el frío matinal de agosto. Esperan ser llamados y que les pregunten cómo llegaron allí, si tienen antecedentes penales, si son “drogadictos”, si están viendo a un psiquiatra, si tienen familia, qué quieren de la vida, si están dispuestos a entregarse a Dios para “sanar”. Esperan en una pieza oscura de paredes naranjas con pequeñas fotos colgadas de gente sonriente que habita algunos de los 52 hogares Beraca del país. Al final de la pieza hay una luz prendida: está Mario Pirán, el coordinador de los hogares, entrevistando. Allí está la oficina principal de Esalcu, la organización no gubernamental (ONG) sin fines de lucro que administra los “brazos sociales” de la iglesia evangélica de corte neopentecostal Misión Vida para las Naciones en Uruguay, fundada a comienzos de la década del 90 por el pastor argentino Jorge Márquez.
“Si cuenta todo lo que hacía antes... no lo pueden meter preso, ¿no?”, dijo y rio el presidente de Elascu y encargado del hogar para hombres de 22 hectáreas de Beraca en Rincón del Cerro, Gabriel García, señalando a uno de los “chicos” de 40 años que viven con él, Gabriel Rodríguez. Él es uno de los “tipos de persona” que llegan a Beraca: un hombre “destrozado” por la droga, pero al que tratan igual que a cualquier otro. “Yo recibo a la gente en mi casa, para mí el que viene es un hijo más”, sostuvo García, y agregó: “Vivo acá porque quiero: tengo tres hijos de seis, cuatro y dos años y vivo con gente de la calle que no conozco, pero que come lo que yo como y se viste como yo me visto. Es un hogar común y corriente”. En la oficina de Esalcu, Pirán decía que a los hogares Beraca llega gente “que ya no quiere saber más nada y necesita ayuda urgente, que está en situación de calle, madres golpeadas, depresivos, pero también viene gente presionada por las familias”.
Son 1.030 las historias de dolor y “sanación” de hombres y mujeres que conviven en las comunidades porque llegaron allí de “forma voluntaria” y tomaron el mismo remedio para curarse: la enseñanza de la Biblia y el amor a Dios.
“Al principio uno está desconfiado”, explicó Gabriela Santos, con los ojos bien abiertos y una sonrisa de oreja a oreja entre el griterío de los 22 niños que estaban jugando en el patio interno de cemento del hogar Mammy and Kids, en José Batlle y Ordóñez esquina Senaqué, donde se realizan unas 30 entrevistas de ingreso por semana, de las que se selecciona a cinco o seis para que formen parte de la comunidad. Allí viven 62 personas: los niños, diez adolescentes, 13 madres solteras y tres matrimonios que gestionan el hogar. “No entendía nada, no quería venir, pero después empecé a ir a las entrevistas y, para cuando llegué al hogar, me recibieron con los brazos abiertos”, dijo, y upó a su hijo menor, el de dos. “Tu familia te puede ayudar con un surtido, con un poco de plata, con una casa, pero a veces no es eso lo que uno necesita, sino amor, y eso es lo que encontré acá”, contó, y aseguró que ahora está “restaurada” y “feliz de poder ser la bendición para otros”. Lo mismo dijo Rodríguez, que vive en Rincón del Cerro, por Camino Garcés: que aprendió a “amar todo”, que “Beraca y Dios son la misma cosa”, que si “el amor de Dios no estuviera en medio, [los hogares] no funcionarían” porque “sería imposible”, que está “feliz de haber sido rehabilitado” y ahora quiere “hacer lo que hicieron” por él. Eso también se escucha en el hogar para mujeres Las Rosas, en Camino Canapé y José Belloni, de la boca de Angie Rivas: “Mi corazón sanó por el amor de Dios”, “ahora me siento útil y quiero ayudar, decirles a las chicas que entran que si yo salí, ellas también pueden”.
Los responsables de los hogares Beraca consideran que “es la sociedad la que manda” a las personas hasta sus puertas, según afirmó el encargado de Rincón del Cerro, García. A su vez, señaló que “se recibe gente de un nivel [económico y educativo] bastante bajo”. Él sabe que “algunos piensan que Beraca es un taller de chapa y pintura, que dejan al chico acá y te dicen ‘avisame cuando esté pronto así lo paso a buscar”’. “Si tú tienes un chico con problemas de drogas y no tienes 3.500 dólares, no puedes ir a ningún lado. La opción para el que no puede pagar nada es Beraca. Esto es totalmente gratuito, entonces los mandan para acá o se quedan en la calle o yendo a tratamientos ambulatorios. Todos sabemos que ningún ‘chico’ sale de las drogas en 20 días. Es imposible”, sostuvo.
Un dato llamativo que enmarca lo descripto por García es el hecho de que 68,8% de “los usuarios problemáticos” de drogas alguna vez en su vida fueron a “buscar ayuda o tratamiento” a organizaciones religiosas; 51,3% acudió al Portal Amarillo, de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE), y 34,4% a hospitales o centros de salud mental. Los datos fueron publicados en julio de 2014 en “Fisuras”, una investigación de la Junta Nacional de Drogas en conjunto con la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación sobre el consumo de pasta base y otras drogas en Uruguay, publicada en julio de 2014 y realizada por Héctor Suárez y Jessica Ramírez. La investigación también señala que entre los factores que suelen afectar a los consumidores habituales se encuentran “el abandono escolar, la no inserción familiar y la falta de contención”, y que la prevalencia del consumo de pasta base de cocaína “aumenta en los barrios más pobres, especialmente en el oeste de la ciudad, aunque también existe un elevado nivel de consumo en el Centro y Ciudad Vieja”. En ese contexto, indican, “la mayoría de los usuarios problemáticos tienen un nivel educativo muy bajo. 63,7% sólo presenta primaria como el mayor nivel educativo alcanzado en el sistema formal, mientras que sólo 0,4% llegó al nivel terciario”.
Vivir sólo cuesta vida
El 19 de junio, el semanario Brecha hizo pública la denuncia por malos tratos a tres niñas que residían en el hogar Princess de Beraca en Maldonado. Tras el hecho, el Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU) está “conversando” con la organización religiosa para “formalizar” la situación de 74 niños que están viviendo en los hogares sin un referente adulto legal ni el permiso del Instituto. El director del INAU, Fernando Rodríguez, dijo que aún no tienen un “posicionamiento discutido” sobre el tema, y que hay “varios casos” en los que los niños fueron derivados por el Poder Judicial sin su conocimiento. “Tenemos previsto un encuentro para establecer un tipo de acuerdo, llegar a un tipo de convenio, un intercambio de prestaciones o un proceso de supervisión en el que el INAU tenga conocimiento y dé acompañamiento metodológico a los dispositivos que desarrollan”, afirmó Rodríguez. Desde Beraca, el coordinador Mario Pirán señaló que algunos niños fueron derivados del INAU; Rodríguez aseguró que desconoce tal situación. Desde la Institución Nacional de Derechos Humanos, Mirtha Guianze dijo que están estudiando el tema y que “tal vez” asuman el tema de oficio, “al menos para pedir informes”.
Respecto del componente religioso de los hogares Beraca y la posibilidad de generar un convenio estatal con la organización, Rodríguez respondió “como cristiano, y sin comprometer el organismo institucional”, y dijo que los valores cristianos “son principios que realzan a las personas y fortalecen al ser humano en su relación con otros, son elementos que fortalecen y ayudan”. Desde Beraca, el pastor Álvaro Dastugue, también diputado nacionalista, considera que “no habría problema con eso, porque la pregunta que hay que hacer es si les hace bien a los jóvenes”. “¿Los jóvenes encausan su vida, dejan las drogas, dejan la delincuencia?”, reflexionó.
Quem tem seda?
La iglesia Misión Vida para las Naciones también colonizó tierras extranjeras; actualmente tiene 63 “hogares de socorro” con más de 1.300 “camas para internar gratuitamente personas en situación de fragilidad” en Uruguay, Argentina, Brasil, Chile y Haití, según dice su página web y confirma Pirán, el coordinador. En Uruguay hay 53 hogares Beraca, instalados en Canelones, Colonia, Durazno, Flores, Maldonado, Montevideo, Lavalleja, Salto, San José, Artigas, Rocha y Tacuarembó. A su vez manejan un Centro de Atención a la Infancia y la Familia (CAIF) en Bella Italia, Montevideo, otro en Pan de Azúcar, Maldonado, y varios comedores en todo el territorio nacional. Algunos de los locales de los hogares son alquilados, otros son propiedad de la iglesia cedidos a la ONG, y otros de Elascu; el coordinador no tenía “los números bien claros”, pero dijo con certeza que todos funcionan de la misma forma. Hay matrimonios “voluntarios” que gestionan el hogar y que ya pasaron por el proceso de “sanación”; tienen uno o varios “proyectos de autosustentabilidad”, y los “chicos” y “chicas” que viven allí “gratuitamente” se “recuperan” y trabajan en los proyectos para mantener a flote a la comunidad. Pirán asegura que la ONG no recibe ningún ingreso fuera de lo que ellos producen: “No entra nada de afuera, ni del Estado ni de particulares”, aunque “cuando hay algún proyecto”, la iglesia aporta. También piden “una canasta de alimentos a las familias de los chicos y se trata de que no se desentiendan”, agregó.
El diputado del Partido Nacional del sector Alianza Nacional Álvaro Dastugue es pastor de la iglesia Misión Vida para las Naciones y uno de los administradores del hogar más grande de Beraca, el de Villa García, en el kilómetro 21 de la ruta 8. Ahí viven 120 personas, 18 matrimonios y 32 “menores”. Su proyecto de trabajo es una herrería, hacen rejas y estanterías, y se fabrican cajas de camiones y furgones térmicos para Conaprole y Claldy. Dastugue explicó que cada hogar tiene su “proyecto de autosustentabilidad, porque como no se cobra nada a las personas [para entrar], y está prohibido que líderes o administradores reciban efectivo de alguien, hay que trabajar. Como cada hogar es una familia, y como en toda familia papá y mamá deben laburar, y los hermanos y tíos también, lo mismo pasa en un hogar Beraca”, sostuvo. Entonces, los “chicos” no reciben pago alguno por su labor diaria, porque además de sustentar el hogar “están aprendiendo un oficio que no se les cobra”. Dastugue puso su ejemplo: “Yo vivo en un hogar y no veo un centavo, nunca, de mi sueldo, porque hay un matrimonio que lleva la administración adelante”. Aseguró que 100% del sueldo que cobra como diputado lo deposita en una caja. Entonces los administradores “dicen ‘necesitamos comprarle vaqueros a aquel cuarto, y championes a estos otros’, y así vamos”. Señaló que su caso y el de un “matrimonio cuyo esposo trabaja en las Fuerzas Armadas porque todavía no se puede jubilar” son atípicos en Beraca, y son los únicos ingresos que provienen mensualmente del exterior del hogar.
García, el encargado de Rincón del Cerro, afirmó que el presupuesto que manejan “es relativo” porque depende de cuánto se produzca y se venda de cada programa de trabajo. Por ejemplo, en su hogar tienen una panadería, un chiquero, vacas, y hacen bloques; contó que “hace dos meses, bloque que hacíamos, bloque que vendíamos, pero empezó el invierno y ahora vendemos, como mucho, 400 por semana. Pero si está lindo el tiempo, bloque que hacés, bloque que vienen a buscar”. Allí y junto a García viven 52 personas: cuatro matrimonios, 13 “niños” (término que también utilizan para referirse a los adolescentes) y 28 “chicos”, que son los “drogadictos” y “desamparados” que están “internados en rehabilitación”.
Berakhah, el “Valle de las bendiciones”
“Sanar”, “Biblia”, “amor”, “Dios”, “pastor”, “bendición”, “padre”, “madre” y “hermanos” son las palabras que más se repiten cuando se escucha hablar a un miembro de Beraca. Aunque sus administradores señalan que no son centros terapéuticos porque no existe una “propuesta de rehabilitación” en esos términos, ni equipo multidisciplinario, los “chicos” generalmente hablan de “recuperación” y de la “rehabilitación de la persona”. Rodríguez, de Rincón del Cerro, entiende que la “rehabilitación” le “ganó” por el lado de la familia: “Es una figura muy importante para los que venimos de la calle. Eso fue lo que más me llamó la atención, poder sentarme a desayunar y que tuviera la figura del padre y de la madre juntos. Nunca lo viví, y eso me ganó”. Al diputado y pastor Dastugue “le ganó” el “amor a Dios”: “Me exhortó, me empujó a dejar todo para avanzar en mi trabajo activo en Beraca” y “ser responsable de un hogar y abrir las puertas para que ingresen personas necesitadas”. Según contó, en 2006 vendió su empresa de distribución de lácteos procedentes de Tacuarembó, de donde es oriundo, se fue a vivir con su mujer al hogar y al año siguiente se casaron. “No fue una decisión fácil: mi sueño de toda la vida fue ser empresario, y, como todo joven, quería vivir la vida bien y tener mucha plata, pero entendí que Dios me empujó” a esta tarea, afirmó.
El diputado Dastugue explicó que los hogares Beraca funcionan con la premisa de que “el principal elemento de recuperación de cualquier situación de crisis o flagelo es el amor”. Eso sólo es posible si proviene de una familia entendida en términos patriarcales. “Creo que todo [problema] se inicia en la familia, en la falta de amor, de conexión, de comunicación en el hogar de una familia; es decir, hombre, mujer, hijo, abuelos, tíos, etcétera. El poco amor lleva a que la persona no esté completa, no esté satisfecha y busque algo afuera, y lo que más se encuentra afuera es descontrol, drogas, sexo y alcohol”. Allí identifican el origen de la adicción a las drogas. “El joven que se involucra en el camino de las drogas nunca piensa que puede llegar a la situación de crisis; todos comienzan con la necesidad de buscar algo diferente, de encontrar algo diferente”. Por eso consideran que “la solución, la recuperación de la persona que se drogó está nuevamente en el hogar”.
Dastugue aseguró que “en Beraca el joven se encuentra realmente en un hogar, con una figura de padre, una figura de madre y de hermanos. Se charla, comen juntos, unos se preocupan por los otros, se trabaja juntos para subsistir, para pagarse la salud, todo lo que necesita una familia. En ese amor, en esa contención, es que nosotros entendemos que la persona sale adelante, por eso intentamos revalorizar el matrimonio”, sostuvo. Dice que son varios los que quieren ser como él, un padre de familia. Según Dastugue, es “espectacular lo que está pasando”: “Los chicos se conocen, se enamoran y los casamos”. Los matrimonios dentro de la iglesia “han aumentado muchísimo”.
Él cree “de todo corazón, y con mucha tristeza, que Uruguay es uno de los países que tienen más gente enferma de la crisis familiar, de los divorcios, de los malos ejemplos que son muchos matrimonios para los adolescentes”. Pero no pierde la esperanza, porque piensa que “los valores de un hogar cristiano cambian vidas”. El coordinador de Beraca, Pirán, agregó que “la conversión es importante. En la medida en que los chicos puedan conocer a Dios, conocen el amor, y el amor sana las heridas”. El proyecto de vida Beraca es eso: amar a Dios, casarse, tener hijos y trabajar para la comunidad.
Al que madruga, Dios lo ayuda
En los hogares Beraca todo pasa por la rutina: “Para todos es el mismo tratamiento”, aseguró Pirán. Se levantan a las 7.00, le piden “a Dios fuerzas para el día”, comparten una reflexión de la Biblia (aseguran que el que no quiere no ora, pero sí se debe levantar), desayunan y se distribuyen las tareas, que van rotando periódicamente. En general, la labor doméstica o de producción que se realiza dentro del recinto es repartida entre las mujeres del hogar, y las que implican salir al exterior son adjudicadas a los hombres, a excepción del hogar Las Rosas, donde la mayoría son mujeres. A algunas les toca cocinar, a otras limpiar y a otras ir a los talleres.
Así como el tratamiento de ayuda para una persona adicta a las drogas, depresiva o en situación de calle es el mismo, también lo son las reglas de los hogares: no se puede fumar, beber alcohol ni consumir ningún tipo de droga. Los “chicos” no pueden entrar ni salir del lugar ni hacer mandados, sólo salen a cosas puntuales: al médico, y a vender en los ómnibus -recién después de los cuatro meses-, señaló Pirán. Otro tema es el de las visitas: comienzan a recibirlas los domingos después de haber estado “internados” 15 días. Lo mismo sucede con las llamadas telefónicas, que pueden recibir una vez a la semana luego de la quincena inicial. García, el responsable de Rincón del Cerro, explicó que tomaron esa medida porque “lo que se ve es que los primeros días, las primeras semanas, viene la familia a visitarlos y cuando se van el chico se va detrás de ellos, el chico anhela, extraña”.
El tiempo que cada persona permanece en los hogares varía, “no hay un tope”, aseguró Dastugue. “Hay chicos que han venido a rehabilitarse de la droga y se coparon y se quedaron a dar una mano, conocieron a una chica en otro hogar, se casaron y hoy son encargados de hogares”. Hizo énfasis en dejar claro que “cada persona que vive en nuestros hogares no tiene barreras ni puertas, todos son libres de hacer lo que quieran hacer”.