Las autoras del informe, Wanda Cabella, Mariana Fernández y Victoria Prieto, se remontan a la década de los 60, cuando “se comienzan a percibir señales de cambio en la formación de las parejas y en la organización de las familias; cambios que se profundizan durante la siguiente década y hacen eclosión a inicios de la década de los noventa”. El componente “más paradigmático” de este proceso de cambio fue el aumento de las uniones consensuales. A principios de 1990 se lo veía como “un fenómeno emergente”, pero su vertiginoso crecimiento fue tal, al iniciarse la primera década del siglo, que pasaron a ocupar un primer plano: de acuerdo al último censo, más de 80% de los jóvenes había elegido la unión libre frente al matrimonio, mientras que en el anterior la proporción era cercana a 30%. A esto se le sumó otra tendencia: el aumento de las separaciones y divorcios.
El cambio familiar también se expresó en una nueva reducción de fecundidad, que “se estancó en un valor ubicado por debajo del nivel de reemplazo poblacional”, de 1,9 hijos por mujer en 2011. Otra cara del cambio -que acompañó la caída de la fecundidad- fue el crecimiento de los nacimientos fuera del matrimonio, que alcanzaron 70% del total en 2010. Por otro lado, continuó el proceso de envejecimiento de la población: en 2011, la proporción de personas de 65 años y más era 14,1%, la más alta de los países de América del Sur y el doble que la contada por el censo de 1963 (7,6%). Siguiendo con la dinámica demográfica, la emigración internacional, que tuvo su auge en los 90 y alcanzó un máximo en la crisis de 2002, “se moderó e incluso parece haberse detenido”, dice el informe, que da cuenta de la “importante corriente de migración de retorno” que se dio a finales de la década de los 2000.
Incluidos
Por primera vez, el censo de 2011 relevó información sobre las parejas del mismo sexo que convivían en unión consensual: unas 2.778 personas, cuyas parejas representan 0,21% del total de personas unidas mayores de 14 años. Además de ser una población joven -en su mayoría entre 30 y 44 años- y masculinizada, con una clara preferencia por la capital del país, las parejas del mismo sexo tienen mayor nivel educativo que las parejas heterosexuales, y probablemente mejores ingresos. A pesar de que su proporción es baja, hay más mujeres en pareja que viven en hogares conformados por pareja e hijos (16%), respecto de lo que ocurre en las parejas masculinas (1,9%). ■
Cada techo
A nivel general, las autoras concluyen que hubo una importante reducción en el tamaño medio de los hogares: el volumen de la población permaneció estable, pero se distribuye en un mayor número de hogares.
Los hogares conformados por parejas sin hijos aumentaron y en 2011 llegaron a representar 16,8% del total, una cifra que aumentó 12% respecto del valor de 1996 y que, según las autoras, puede explicarse como producto del envejecimiento poblacional, “por el aumento de los hogares conocidos como ‘nido vacío’ y también por efecto del retraso de la edad de inicio de la reproducción”.
El aumento de las rupturas conyugales también tuvo diversas consecuencias en la estructura de hogares, destacándose la reducción de los hogares conformados por pareja e hijos y el aumento concomitante de los hogares monoparentales. El incremento de este tipo de hogares con al menos un menor de 18 años es generalizado en Montevideo, aunque en los barrios de la periferia, algunos barrios del centro y en los departamentos del interior siguen una tendencia opuesta. Para 2011, 41% de los hogares uruguayos incluía al menos un niño o adolescente.
Los hogares extendidos y compuestos experimentaron una importante caída en su participación en el total de hogares, de 20,1% en 1996 a 14,9% en 2011. Esto se asocia con una menor participación de niños y adolescentes y una menor presencia de mayores de 65 años; la última fue aun más determinante, ya que los hogares con adultos mayores se redujeron a la mitad. Las autoras se preguntan si esta tendencia se relaciona con la caída de la fecundidad (total y adolescente) o con la desvinculación de los adultos mayores de las formas de convivencia intergeneracionales. “No es posible evaluar en qué medida los hogares extendidos eran polinucleares en el censo de 1996, pero es esperable que una parte de la reducción de los hogares complejos se haya debido a una mayor capacidad de las parejas de conformar un hogar propio”. Por otra parte, los hogares nucleares en 2011 incluyen 15% de hogares reconstituidos, es decir que al menos uno de los hijos proviene de una relación anterior de uno de los miembros de la pareja.
Encadenado con lo anterior, el aumento de los hogares unipersonales responde al proceso de envejecimiento de la población, que se manifiesta en una fuerte concentración de la población de 65 y más años residiendo en ellos, y asimismo en una feminización de su estructura de edades, atribuible a una mayor sobrevivencia de las mujeres en Uruguay. La transformación asociada a los hogares unipersonales de los jóvenes, en cambio, se conecta con el incremento de los divorcios y separaciones y el retraso de la primera unión, combinado con la residencia unipersonal entre la emancipación y la formación familiar, y asimismo por un aumento del nivel de ingresos.