Eran unos 25 los niños que comían caramelos y jugaban con ceibalitas en el pasto de la plaza Independencia. Era necesario acercarse para captar el sonido del árabe y ver las hiyab de las madres. En total sumaban 42 personas; llevaban la voz cantante los padres de las cuatro familias y los hermanos más grandes. Con bolsos, mochilas y carritos donde descansaban los dos hijos de refugiados que nacieron en Uruguay, se juntaron ayer de mañana frente a la Torre Ejecutiva, en reclamo de mejores condiciones de trabajo y planes de vivienda más abarcativos.
“Quiero volver a Siria. No me importa si hay guerra”, dijo a la diaria Aldees, de 43 años, pintor y padre de tres hijos. En agosto de este año intentó llevar a su familia a Serbia, pero los seis fueron retenidos en Turquía por no tener la visa y volvieron a Uruguay después de vivir 20 días en un aeropuerto de Estambul. Aldees tiene intenciones de obtener una visa para poder volver a su país, o al menos a su región. “Prometieron que los sueldos eran de 1.500 dólares”, protesta en voz más alta que los demás. Igual que el resto de sus compatriotas, llegó en octubre con ayuda del programa que elaboraron en conjunto el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y la Secretaría de Derechos Humanos (SDH), con un costo total de 2.300.000 dólares que invirtió el Estado uruguayo.
Según un comunicado que horas más tarde difundió la SDH de Presidencia, el programa de refugiados no otorga pasaportes sino “títulos de identidad y viaje” que expide el Ministerio de Relaciones Exteriores, que les permiten salir y entrar con libertad a territorio uruguayo. “Sin embargo, el gobierno de Uruguay no puede incidir en el otorgamiento de visas de terceros países [... ] Es normal que en este contexto, la inquietud, el malestar y la angustia surjan”, sigue el texto, que convoca a la acción compartida entre el Estado uruguayo y la sociedad.
Ibrahim Mohamed dice que preferiría quedarse en Uruguay. Trabaja como limpiador en la Asociación Española, pero le gusta más la carpintería. Se queja de que los 11.000 pesos que gana no le alcanzan para mantener a su esposa y sus tres hijos. Además, cuenta que hace dos meses intentaron robar a su esposa. “La gente es toda mala”, agrega Aisha, de 18 años, hija de una mujer viuda, y traduce que su madre también prefiere volver a Siria o a Líbano, donde asegura que podrá conseguir un mejor trabajo. “La comida es cara”, dice la joven, que está buscando trabajo pero no consigue.
La vivienda era otro de los reclamos. Molesto, un joven que también se llama Ibrahim -pero que vive en Juan Lacaze con su familia, que se dedica al agro- dice que cuando representantes del gobierno de José Mujica los visitaron en los campos de refugiados de Líbano, prometieron otorgar casas por cinco años. “En dos años se termina el contrato y ¿qué hacemos?”, dice en esforzado español.
A las 14.00, el prosecretario de Presidencia, Juan Andrés Roballo, recibió a los padres de familia en la Torre Ejecutiva. Según Ibrahim, Roballo escuchó sus reclamos y prometió que habrá una respuesta el miércoles.
Santiago es un vecino de la familia de Ibrahim (el que vive en Montevideo) y desde que los conoció en abril se junta con ellos día por medio para conversar en español y ayudarlos a adaptarse a la cultura. “En la casa tienen sólo una heladera, unos platos, una mesa, un ropero y acolchados, con un solo un juego de sábanas. Apenas les da para comprar la comida”. El Estado uruguayo le otorga a cada familia una partida de hasta 25.000 pesos por mes para vestimenta, transporte y otros gastos; primero hacen las compras, y después se les devuelve el valor de las facturas. “A veces con el sueldo no le da”, agrega el vecino uruguayo. Además, ese subsidio vence el mes que viene. Tampoco les alcanza otro, con un tope de 29.000 pesos, que varía según la cantidad de integrantes de la familia y que durará un año más.
A las 20.00, los niños ya dormían a la intemperie, tapados con mantas y frazadas, y los más chicos partían para alojarse en casas de amigos uruguayos. El plan es quedarse hasta que el gobierno les dé soluciones. ¿Van a comer en la plaza? “Capaz que no comemos, a ver si pasa algo”, contesta Ibrahim.