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Presupuesto inclemente

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Columna de opinión.

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Un luminoso edificio de estilo ecléctico, en Avenida Italia a medio camino entre Propios y Luis Alberto de Herrera, encierra una actividad difícil de imaginar detrás de su plácida fachada. Hablo del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), donde varios grupos de científicos estudian temas tan diversos como el posible uso de moléculas provenientes de vegetales como agentes terapéuticos en enfermedades neurológicas, la codificación y representación de imágenes en el cerebro, el comportamiento de los arácnidos o las bases moleculares de diversas patologías ginecológicas. Fundado hace casi nueve décadas por el investigador cuyo nombre lleva hoy, el instituto se encuentra sumergido en un conflicto presupuestal de singulares características. La información detallada puede leerse en artículos previos de la diaria del 4 de setiembre y del 11 de setiembre. Pero, en resumen, lo que sucedió fue que en el presupuesto que el Poder Ejecutivo envió al Parlamento no se incluyó un aumento (previamente conversado y prometido); que en el medio hubo un intento de sustituir a los directivos actuales por políticos (que, entre otras cosas, definirían qué se investigaba y quién lo hacía); que la excusa para el congelamiento presupuestal es que se le dio prioridad a la educación (???), y que, finalmente, el IIBCE fue la única institución, de las varias vinculadas a la investigación científica, que no recibió aumento. Por último, la gente del IIBCE dice abiertamente que sospecha que el cambio de rumbo fue una especie de castigo por haberse opuesto a la idea de que los políticos pasaran a dirigir el instituto.

Uno, dos y tres: 1) ¿es posible que un gobierno tome sus decisiones basándose en caprichos infantiles, tipo “ah, no me hacés caso, me llevo la pelota”?; 2) ¿qué piensan de todo esto las instituciones similares que sí recibieron, al menos, algún tipo de aumento?; 3) antes que todo eso, ¿qué llevó a las autoridades a pensar que era necesario “intervenir” el IIBCE?

Tratemos de responder estas preguntas. Sobre la primera, la respuesta es simple: sí, es posible.

Acerca de la segunda, realmente sería bueno escuchar una expresión formal de solidaridad y, mejor, algo más contundente, que demuestre que el salario propio no es el único motor de nuestras reivindicaciones revolucionarias. O al menos, eventualmente, una declaración que diga: “Nos parece estupendo que no les aumenten nada”.

En cuanto a la tercera pregunta, el tema da para explayarse, porque intuyo que puede venirse una lluvia de argumentos parecidos a la pregunta sobre cuántas escuelas se podrían haber construido con lo que salió tal o cual misión espacial. El IIBCE depende, financiera y administrativamente, del Ministerio de Educación y Cultura. Ahora, ¿dónde está el límite para la acción de las autoridades? ¿Pueden ordenar “doctor, no use ese reactivo, sino este otro”? Supongo que dirán que no, pero ¿no habría alguien relamiéndose por decir “lo de las arañas no va más; dedíquense a buscar un preventivo de la aftosa, pero que no sea una vacuna, así recuperamos el estatus de libres sin vacunación”? Tampoco estoy diciendo que los científicos sean semidioses intocables (he visto a varios de cerca, y nada más lejano a la imagen de Aquiles o de Heracles).

Como pasa en cualquier rama, hay flojas, egocéntricos, quejosos e interesadas; simplemente hablo de conveniencia colectiva, y aquí se empieza a complicar la cosa. Hay dos visiones al respecto (y esto trasciende el tema del IIBCE y este presupuesto en particular, para abarcar el vínculo entre ciencia y Estado): por un lado, está el hecho de que la ciencia avanza un poco aleatoriamente. Si bien suele andar tras alguna respuesta esquiva, muchas veces ésta llega cuando se estaba tras la pista de otra cosa. Como cuando, al agacharnos a acariciar el gato, encontramos la llave que habíamos estado buscando durante horas, muchos de los grandes descubrimientos cuentan, en su génesis, con algún evento aleatorio. Pero lo más importante: la “utilidad” de un nuevo conocimiento pocas veces se descubre antes de que pase cierto tiempo desde su adquisición.

Un grupo de dementes de la primera mitad del siglo pasado dedicó su vida a discutir acaloradamente si era posible que algo se comportara como onda o como partícula según el modo en que se lo observara, o si un gato dentro de una caja podía estar muerto y vivo al mismo tiempo. Defendieron incoherencias tales como que las partículas subatómicas no ocupan un lugar preciso sino que están aquí y allá simultáneamente, aunque con distintas probabilidades, y que las propias expresiones “al mismo tiempo” y “simultáneamente”, que acabo de usar, carecen de sentido real. Todas estas ideas locas, fácilmente ridiculizables mediante frases del tipo “estudiar la inmortalidad del cangrejo”, permitieron que existieran la televisión, las computadoras, la fibra óptica, internet, los satélites... ¿En qué mundo viviríamos si aquellos físicos hubieran sido conminados a dedicarse a asuntos prácticos y útiles?

La segunda visión, que describo en su manifestación más extrema, dice que los científicos deben ser empleados del poder político democráticamente elegido, poseedor de legitimidad y capacidad para establecer qué ciencia es necesaria para el bien del pueblo y la grandeza de la nación. Si bien utilizo cierto tono burlón, no reniego del derecho de todos a inmiscuirnos en la tarea de las instituciones que sustentamos, faltaba más. Pero bueno, recomiendo entrar a la web del IIBCE y ver la enorme cantidad de actividades dedicadas a promover ese vínculo con la sociedad para entender que esa preocupación es compartida.

Una cosa no quita la otra: puede haber un diálogo fluido entre la ciencia y su entorno, así como diversas interacciones (que de hecho, hay) que hagan que no todas las investigaciones estén descolgadas de las necesidades inmediatas del país. Y eso puede y debe convivir con un elevado grado de libertad académica. Si no es así, la ciencia pierde gran parte de su encanto, y sin él, los que la practican se dedicarán a otra cosa, o a lo mismo pero en otro lado. Y entonces profundizaremos nuestra condición de país de mitad de tabla, libre de ciencia, sin vacunación.

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