Tener que huir de sus localidades de origen para evitar ser aplastado por el estigma de “el puto” o “la torta” del pueblo, convertirse en mito o leyenda o sacarse de encima el dedo de la vecina. Escapar de la golpiza, del insulto sistemático o de sus familias. Buscar una ciudad donde poder hacer una consulta al médico sin sufrir hostigamiento, donde además acceder a viviendas y empleo dignos, cuando es posible. Jóvenes con orientaciones sexuales diversas llegan a Montevideo para empezar de cero.
Estas cuestiones emergen de los relatos de 32 jóvenes de entre 20 y 29 años que se autoidentifican como lesbianas, gays, bisexuales, “msms” (sigla que significa “mujeres que tienen sexo con mujeres) y “hshs” (“hombres que tienen sexo con hombres”). Todos entrevistados por Romina Martinelli para su tesis de grado “Migrantes sexuales: Éxodo en suelo uruguayo” (disponible en http://ipidar.org/sexualidades).
La investigación fue realizada en el marco de la Licenciatura en Sociología de la Universidad de la República y un mes después de defenderla, recibió una mención destacada en el área de género para su publicación física y digital a través del concurso del que participó, dirigido a jóvenes investigadores. La migración sexual es una realidad de larga data, pero una novedad conceptual poco explorada. La búsqueda y el traslado a destinos menos hostiles con la diversidad sexual suele encubrirse tras motivaciones económicas, académicas, familiares o de salud. Martinelli indaga cómo el cambio de escenario interior-Montevideo posibilita una “mayor laxitud” para negociar identidades “no heteroconformes”.
Sin estar exenta de violencia o discriminación, la capital ofrece elementos materiales y simbólicos que funcionan como “válvula de escape” de las tensiones impuestas por el statu quo heteronormativo, y a tener una vida mejor en relación con las experiencias de sus comunidades de origen.
Martinelli recorre las trayectorias identitarias de jóvenes que portan una sexualidad “disidente”, buscando desentrañar el impacto que tiene el traslado dentro del territorio uruguayo. Coloca el foco en las transformaciones de los “guiones sexuales” impuestos de estos sujetos que migran en busca de localidades con menores grados de lesbo, homo y bifobia.
Parte de la idea de que las identidades se basan en “definiciones mutuas” e introduce el concepto de “carreras morales” como producto de la interacción, devuelta en imágenes que hacen a la identidad de los sujetos, así como al conjunto de imágenes con que el individuo describe para sí a los demás. Las prácticas (guiones sexuales) demandan información, que es tomada de esas imágenes construidas de sí mismos y de los demás (carreras morales). En el cambio de escenario interior-Montevideo las percepciones de sí, del entorno y de los otros se resignifican y reorientan en favor del desarrollo de las identidades sexuales.
El vacío simbólico (o referencial) en sus lugares de origen arrincona en sus armarios a los jóvenes con orientación sexual diversa. Su deseo no existe, no se visualiza, no se nombra. Lo que les ocurre “no se habla” ni en sus casas ni en las currículas educativas. La constatación de Martinelli es que una vez en Montevideo descubren que no están solos, que hay otros como ellos. Sólo esa comprobación disminuye considerablemente la “tensión, angustia y soledad” del sujeto. En el suelo montevideano conocen nuevas personas y suelen aparecer “nodrizas lgb” o hadas madrinas que los conectan con nuevos escenarios: lugares de encuentro e intercambio específicos (marchas, boliches, ciclos de cine, seminarios, talleres) amigables con ellos.
Martinelli habla de un nuevo proceso de socialización secundaria. Se producen cambios en la manera de autoconcebirse, de valorarse, de relacionarse, de redefinir y renegociar significados, y por ende de vincularse. Estos elementos reflejan la transformación de sus carreras morales y habilitan nuevos guiones sexuales.
Los matices
Las personas que cuentan con el apoyo de su núcleo primario radicado en el interior evidencian procesos “más favorables” que aquellas que no están respaldadas. Hay quienes han podido gestionar su orientación sexual entre amigos y familiares, pero no en sus trabajos, donde más bien la ocultan. En la capital éste es el ámbito donde se acumulan las nuevas dificultades y tensiones para los jóvenes lgb (lesbianas, gays y bisexuales), msms y hshs.
En los relatos aparecen situaciones diarias de discriminación y temor al rechazo y la exclusión. Lo que sucede en el ámbito laboral se vuelve clave porque la pérdida de un puesto de trabajo puede suponer tener que regresar al interior y allí se pone en juego no sólo un salario, sino todo un proceso personal. Por otra parte, quienes sí han salido del armario en sus trabajos comprueban que pueden construir relaciones más “auténticas y saludables” a la vez que conviven con un menor grado de tensión y tienen mayor autoconfianza para desempeñarse en diversas tareas.
Los jóvenes que vuelven con mayor frecuencia al interior son, una vez más, los que han transitado procesos positivos de salida del armario con sus familias. No obstante, incluso éstos realizan “modificaciones temporales” relacionadas a su identidad sexual. De alguna manera, vuelven al clóset en su territorio de origen: “omiten” su orientación sexual fuera de su familia -para no exponerlos o “faltarles el respeto”-, no viajan con sus parejas, no hablan de su vida afectiva o caminan y se visten diferente.
Martinelli también arroja luz acerca de cómo las construcciones sociales en torno al género posicionan diferente a varones y mujeres al momento de negociar sus identidades. Si bien ambos desafían la normatividad al generar vínculos sexuales y afectivos con personas de su mismo género, entiende que la peor parte la llevan las mujeres lesbianas, bisexuales y msms. Contrariamente, la mayoría de los entrevistados tiene la percepción de que es más difícil para los varones tramitar su “disidencia” sexual, porque quedan más expuestos y porque la invisibilidad les otorga a las mujeres “disidentes” una zona de confort y refugio. Para la investigadora, estas mujeres, que dejan de estar disponibles para el deseo heterosexual y para la reproducción, parten de un orden sociosexual de menor privilegio, mientras que los varones históricamente han tenido amplios permisos para disfrutar a sus anchas de su sexualidad.