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Ernesto Murro. Foto: Pablo Vignali (archivo, abril de 2015)

CEPAL y OIT estudian la productividad en 19 ramas de actividad locales

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Las mejoras en la distribución de ingresos de los últimos años tuvieron una contracara: el aumento de la desigualdad productiva estructural. En el libro Hacia un desarrollo inclusivo: el caso de Uruguay, presentado el viernes, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) abordan el crecimiento económico, el mercado laboral y la protección social a través de la productividad como concepto transversal. Los consultores Luis Bértola, Verónica Amarante, Victoria Tenenbaum y Cecilia Rossel concluyen que, aunque la heterogeneidad estructural del país es menor que la regional, sigue presentándose como un desafío, al igual que el de estimular el crecimiento de las empresas en el sector privado.

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Según el concepto cepalino, la heterogeneidad estructural se define por la coexistencia de sectores competitivos y de alta productividad “relativamente encapsulados” y otros sectores cuya productividad alcanza niveles bajos y que mantienen escasos vínculos con el sector competitivo.

El trabajo aborda el crecimiento económico del último ciclo -comprendido entre 1998 y 2014- y los cambios de la estructura productiva, que no son notables. El aumento total de la productividad es “moderado” y se produce por distintas vías, según el sector: en algunos, por los precios al alza; en otros, por el cambio tecnológico. En todo caso, sin embargo, este se produjo entre 2007 y 2012.

Es así que, a partir de una segmentación de empresas en tres según sus tamaños (por la cantidad de personas empleadas) y en 19 sectores de actividad, los autores construyen cuatro grupos o estratos de empresas en función del nivel medio de productividad: baja, media baja, media alta y alta. Al inicio del período, las diferencias de productividad tenían lugar principalmente entre las ramas, pero a medida que la economía comenzó a recuperarse y expandirse, empezaron a gravitar más las diferencias de tamaño.

Según Bértola, la estructura productiva ha experimentado un cambio interesante desde el punto de vista de las economías de escala: eran inexistentes entre 2001 y 2003, pero tras una década de crecimiento se constata la presencia de economías de escala en prácticamente todas las ramas de la actividad económica. Sorprende al autor que las ramas vinculadas a la actividad forestal, la industria química y el sector de la información y la comunicación -el de mayor productividad- no muestran su mejor desempeño en el grupo de empresas más grandes, sino en las medianas; esto ocurre con la industria en general y que lo lleva a concluir que “la ventaja de la manufactura del Uruguay no reside en la gran escala, sino en otros factores que cabría analizar en otro trabajo”.

El orden de la productividad

Las clasificadas como de baja productividad -nivel que corresponde a un tercio del promedio de la economía- son, en su mayoría, las empresas más pequeñas (de menos de diez empleados) y también algunas medianas (de diez a 49 empleados) de las ramas del sector textil, la administración pública, la enseñanza y los servicios sociales.

El estrato de productividad media baja -valor que representa tres cuartos del promedio, el doble que la del estrato de productividad baja- incluye prácticamente al resto de las empresas pequeñas, a empresas medianas (de los sectores de la construcción, el comercio, el transporte y el alojamiento) y a empresas grandes (de 50 empleados o más) de las ramas del sector textil, el alojamiento, la administración pública, la enseñanza y los servicios sociales.

En cuanto al grupo de productividad media alta -50% superior al promedio de la economía-, está integrado por empresas medianas (de la rama agropecuaria, la explotación de minas, la elaboración de productos alimenticios, la fabricación de metales, el suministro de electricidad y las actividades de los hogares) y de tamaño grande (otra vez el agro, la elaboración de productos alimenticios, la fabricación de metales y las actividades de los hogares, y del comercio, el transporte y el alojamiento).

Por último, el estrato de alta productividad -que supera 3,8 veces el promedio- está constituido por un reducido número de casos de empresas pequeñas (de producción de madera y del sector de la información y la comunicación) y una mayoría correspondiente a empresas medianas (de producción de madera, de la industria química, del sector de la información y de la comunicación y de actividades financieras e inmobiliarias) y grandes (explotación de minas, producción de madera, industria química, suministro de electricidad, sector de la información y de la comunicación y actividades financieras e inmobiliarias).

En 2014, el sector de baja productividad aportaba 12% del valor agregado nacional; el de media baja, 30%; media alta, 22%, y alta, 36%, al tiempo que contrataban 36%, 40%, 15% y 9% del empleo, respectivamente.

Trayectorias divergentes

En un segundo eslabón del desarrollo inclusivo, el del mercado de trabajo, el principal cambio en el período analizado refiere al desplazamiento del empleo desde el estrato de baja productividad al de media baja, ya que los movimientos entre los demás estratos son relativamente menores. Mientras más de la mitad (55%) de los ocupados pertenecían al estrato de productividad baja en 2001, esta cifra se redujo a 36% en 2014, principalmente en beneficio del estrato de productividad media baja, que pasó de 21% a 40%.

Si bien los autores advierten la dificultad para discernir si se trata de “un cambio permanente en la estructura productiva” o de “una modificación propia del ciclo de crecimiento” -y, por tanto, transitoria-, el cambio detectado “es, sin duda, positivo, porque significa en definitiva una reducción del estrato de baja productividad”, afirman.

En este plano, destacan que en 2007 se recupera el promedio de los ingresos laborales de los trabajadores de todos los estratos, excepto el de productividad alta, y también a partir de entonces la desigualdad de ingresos laborales pasa a reducirse de manera constante. Una aproximación al indicador de desigualdad funcional, medido mediante la relación entre la masa salarial y el valor agregado, muestra que en el período se produce un incremento significativo de esta relación en todos los estratos, que resulta congruente con los menores niveles de desigualdad. “Así, mientras la desigualdad de la productividad continúa en ascenso, la de los ingresos registra una caída significativa”, resumen.

Al vacío

El análisis de la cobertura de protección social según los distintos estratos de productividad traza una clara línea divisoria entre los trabajadores del grupo de baja productividad y los restantes.

Según Rossel, los lazos contributivos siguen primando como componente “clave y central” y su acceso está bloqueado para una porción importante de los trabajadores uruguayos y sus familias. En 2014, 51% de los trabajadores informales pertenecía al estrato de baja productividad, integrado por personas con menores niveles educativos y la mayor proporción de trabajadores por cuenta propia. En tanto, en el estrato de alta productividad la informalidad afectaba solamente a 5% de los ocupados.

La autora establece que si bien las diferencias observadas entre el estrato bajo y el resto en 2014 son menores que las observadas en 2007 (cuando, por ejemplo, la cobertura contributiva de trabajadores del estrato alto era casi dos veces y media superior a la del bajo), la situación no se equipara todavía a la de 2001. Se establece que todavía 14% de los hogares del estrato bajo no acceden a la protección social ni siquiera por la vía de las políticas no contributivas. Para Rossel, el acceso al sistema de protección social “sigue estando altamente estratificado y, en cierta forma, mantiene una lógica dual, en la que el pilar no contributivo busca operar como un instrumento compensatorio de lo que no logra captar el pilar contributivo”.

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