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Darío Sztajnszrajber. Foto: Santiago Mazzarovich (archivo, setiembre de 2016)

Seminario de filosofía de Darío Sztajnszrajber en la sala Zitarrosa

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En setiembre había estado en Montevideo para una actividad con profesores de filosofía y el sábado volvió, invitado por Casa Almargen, con su performance-conferencia “Cinco frases filosóficas”. Darío Sztajnszrajber, filósofo, docente y comunicador, se presenta como un divulgador de la filosofía y un promotor de su cotidianización, a veces en formatos espectaculares, como en el show Desencajados, con una mezcla de filosofía y rock, que traerá en marzo/abril. Esta vez se presentó con un pizarrón, una silla, una mesa con una tela que ocultaba sus piernas y un micrófono. Que una clase de filosofía se realice en un teatro, un sábado de noche a sala llena y cobrando entrada, es por lo menos extraordinario y a la vez confunde los límites entre esa disciplina y el arte, o entre la educación y el espectáculo, desorganizando un poco las claves de comunicación. En tiempos posáulicos, practicar la educación fuera de su rol disciplinador y sacar a la filosofía de su gueto elitista son objetivos que el profesor (ya todo un “personaje”) dispone desde el inicio.

El seminario toma cinco frases hit de la filosofía -“Sólo sé que no sé nada” (Sócrates); “Pienso, luego existo” (Descartes); “Dios ha muerto” (Friedrich Nietzsche); “Donde hay poder hay resistencia” (Michel Foucault); “Nada hay fuera del texto” (Jacques Derrida)-, presentando primero los contextos en que emergieron y luego múltiples sentidos que se les han dado. Sztajnszrajber lo hace desde una concepción extemporánea del pensamiento filosófico, celebrando la multiplicidad de las interpretaciones, desmitificando el origen de esas ideas (la primera frase, por ejemplo, no proviene de un texto) y profanando la intención de sus creadores para llevarlas a otro lugar alejado de la solemnidad. Calibra los ritmos y cadencias de su performance docente y recurre, como subidones atencionales, a experiencias propias, a los siempre demandados ejemplos o a palabras clave como “vino”, “vagina”, “orgasmo”, “muerte” y “veneno”.

La selección propone un recorte, y con esas frases Sztajnszrajber se detiene en “momentos decisivos” de la historia del pensamiento occidental, recorriendo una tradición de disidentes. Como buen continuador de esta, les sopla el discurso a los autores mediante una apropiación selectiva de sus palabras; su discurso filosófico se parece más a un montaje o collage que a los procedimientos lógicos del raciocinio legitimado por la ciencia. Como en Twitter, el lenguaje filosófico-poético se organiza intensiva y no extensivamente. A veces excesivamente. La interpretación que Sztajnszrajber hace de las frases no es ni dice ser neutral, sino que está orientada por un proyecto político. A contramano de la policía del positivismo, para él la verdad, la objetividad o la hipercomplejización no son valores venerables por sí mismos. Se da el lujo de decirnos casi al final del seminario que nos mintió dos veces, o que la filosofía es buscar algo que nunca se encuentra, no vaya a ser que su (necesaria) popularización y cotidianización termine en un intento de venderla como algo cómodo, útil y práctico. La filosofía, cuando es radical, resulta insoportable, nos confronta con la más absoluta contingencia y nos expone a la conciencia de nuestra existencia (y de nuestra finitud).

Que la verdad es un ejército de metáforas o la mentira más eficiente; que necesitamos creer que existe lo que sabemos que (aún) no existe; que la contradicción caracteriza a nuestra relación con el conocimiento; que el beso o Matrix pueden pensarse filosóficamente; que cualquier interpretación que se presente como verdadera busca o ejerce poder; que escribimos con los dedos; que la muerte se va a acabar; que resistir también puede ser funcional al sistema; que muchos autores pueden ser leídos de izquierda y de derecha; que el mundo percibido es construido por el sujeto, que las lágrimas tienen una fenomenología propia. Sztajnszrajber habla, habla y hace hablar a los autores confundiendo las voces.

El fin de la clase tarda en llegar; no es fácil para un filósofo (y menos aun para un deconstruccionista) el acto de la clausura, la calculabilidad, la administración del tiempo. La sed de filosofía se mezcla con la de nuestros cuerpos demasiado tiempo quietos. Los textos y sus sentidos habrán seguido desmigajándose y siendo masticados durante las cenas que probablemente sucedieron a las casi cuatro horas del seminario. Como del virus del lenguaje o de la caverna platónica, de la filosofía no se sale tan fácilmente y una vez adentro se multiplica; es revolución permanente, deshacer las dicotomías, dejar este mundo pero no para entrar en uno nuevo sino para bancarse la irrupción de otro. “¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte?”.

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