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Segundo Seminario Internacional sobre Género y Diversidad Sexual en la Vejez, el jueves, en el aula magna de la Facultad de Psicología. Foto: Pablo Vignali

Seminario reivindicó derecho a vivir la sexualidad en la vejez

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Por lo general nos son indiferentes; hasta podemos llegar a despreciarlos y, a los más molestos, desearles que el tiempo les pase rápido. Muchas veces coartamos sus libertades y asumimos que, tras tantas vueltas al sol, ya no necesitan ejercerlas. Los viejos: un “problema” demográfico y operativo para la sociedad desde hace mucho tiempo. Entre testimonios y análisis de expertos, un panel del 2º Seminario en Género, Diversidad Sexual y Vejez, que se llevó a cabo el jueves 20 y el viernes 21 en la Facultad de Psicología, presentó las dificultades que enfrentan los adultos mayores para el ejercicio de su libertad sexual durante la vejez.

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“Hay muchos mitos, falsas creencias y tabúes en relación con la sexualidad de los viejos. Por sobre todo, hay mucho silencio, y el silencio en algunos casos es sinónimo de muerte, no corporal, sino muerte en vida”, comenzó el docente coordinador del Instituto de Formación Sexológica Integral (Sexur), Ruben Campero. Contra los conceptos que generalmente se asocian con la vejez -“deterioro y decrepitud”-, Campero resaltó, en cambio, el término “crecimiento”.

“Además de los achaques propios de la edad, también la sociedad ejerce violencia física, simbólica, psicológica y patrimonial”, estableció el sexólogo. Un ejemplo claro, aunque naturalizado, es la violencia de la propia familia al prohibir, culpabilizar y ridiculizar a quienes, a una edad avanzada, quieren tener pareja o encuentros sexuales.

También la indiferencia hace que se desvalorice a los adultos mayores y que disminuya la importancia de su rol social como transmisores de conocimiento. “Hay una pérdida de valor de los viejos como fuentes de conocimiento y experiencia, ante el conocimiento instantáneo y obligatoriamente útil”, afirmó Campero.

Hijos del rigor

Estas generaciones -integradas por quienes hoy tienen 60 años y más- no crecieron empoderadas. “En muchos casos, no han abierto el clóset o, si lo han hecho, ha sido en un ambiente de mucha confianza, y lo que sucede es que los pocos que pueden acceder a servicios públicos se regresan al clóset, por la simple razón de tener acceso, y esto no debería ser así”, afirmó Jennifer Soundy, directora de Personas Adultas Mayores de la secretaría de Inclusión Social de El Salvador, que fue invitada a compartir su propia experiencia.

Otro de los panelistas, Federico Armenteros, presidente y fundador de la Fundación 26 de Diciembre, de España, también hizo hincapié en el contexto del que vienen los que hoy son viejos. Él lleva adelante una organización que vela por los derechos de las personas LGTB, “de mayores, preferentemente”. “Tenemos que tener en cuenta que estamos hablando de una población que nació en una época muy convulsa. Han sido testigos de dictaduras, guerras y revoluciones. Desde 1948 [en España, por la ley de ‘vagos y maleantes’] todas estas personas han estado metidas en algo que no podía ser visible, porque si era visible ibas a la cárcel o, si tenías dinero, al psiquiátrico, o con las monjas o los curas. Venimos de generaciones rotas, construidas desde el odio y la exclusión. No es algo para victimizarnos, sino para tener en cuenta al abordar el problema”, remarcó.

Otras sexualidades

Por estos lares las estadísticas indican una expectativa de vida de 35 años. El primer censo exclusivo que se hizo en Uruguay reveló que existen sólo ocho personas trans mayores de 70 años. En caso de llegar a viejas, estas personas la tienen el doble de difícil.

Karina Pankievich, tesorera de la Asociación Trans del Uruguay, concurrió al panel a dar su “testimonio de vida”. Resaltó la falta de autocuidado como principal causa de muerte en la colectividad que integra. Si bien celebró algunos derechos que se han conquistado, como la presencia de clínicas de hormonización, también resaltó el desgaste sufrido después de tantos años de trabajo sexual, única opción que se presenta para ellas en la mayoría de los casos. “Hace 40 años que vengo haciendo el trabajo sexual; entonces, a los 50 años estamos asexuadas, pero no porque no nos guste el sexo, sino porque hemos cansado a nuestro cuerpo. Es como un auto al que uno le hace kilómetros y kilómetros: en algún momento empieza a perder ruedas, frenos y aceite; entonces, lo que buscamos es un suplemento en nuestra pareja o amigos. A pesar de que vendemos un estereotipo del sexo, un personaje, el sexo no pasa sólo por la penetración en la población trans. Pasa por el afecto, el cariño, un abrazo”, afirmó.

Acompañamiento mutuo

En el caso de las trans, muchas veces el acompañaniento mutuo es la única que les queda. Lo mismo les ocurre a veces a gays y lesbianas que deciden no ocultarse en la clandestinidad, e incluso para los viejos heterosexuales es la clave para transcurrir esta etapa de la vida.

En la fundación dirigida por Armenteros entra gente de todas las edades, aunque se prioriza la atención de las personas mayores. “Tenemos un espacio psicosocial, un espacio socioeducativo, un servicio de ayuda a domicilio, pruebas rápidas de VIH [Virus de Inmunodeficiencia Humana], un grupo de acompañamiento sexual para quienes se recuperan del cáncer de próstata, otro de voluntarios que van a los hospitales, y programas de viviendas compartidas en donde actualmente viven 25 personas que estaban en exclusión sexual”, enumeró. El activista destacó en particular el programa No Comas Sola, una iniciativa dirigida a personas mayores a las que, explicó, “a veces les cuesta mucho hacer un guiso o una sopa, entonces venimos y la compartimos”. Una vez más, se trata de acompañar.

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