¿Qué piensan de la frase “Ninguna mujer nace para puta”, que además es el nombre de un libro de María Galindo y Sonia Sánchez?
Georgina Orellano: -Nosotras creemos que ninguna mujer nace para puta porque ninguna mujer nace para nada. Las empleadas domésticas no nacieron para ser empleadas domésticas. Ninguno nace para ser parte de las fuerzas represivas que atacan a los sectores populares. Ningún pibe nace para ser delincuente. Lo importante es no seguir estigmatizándonos entre pobres, porque ahí ganan los de arriba. Que quieren que no haya lucha de clases, sino más bien que los pobres se disputen los espacios entre pobres. Pero todas las posturas e historias que hay dentro del trabajo sexual son legítimas. Ninguna es más válida o menos que la otra. Hay muchas mujeres que no deciden, para las que ejercer el trabajo sexual no fue una opción libre y han pasado por historias muy malas. Pero justamente creemos que esas experiencias no se deben al trabajo en sí, sino a las condiciones en las cuales se tuvo que ejercer. Y de ahí nuestras luchas por la legalización y regulación. Porque hoy pensar en abolir implica combatir y generar leyes que buscan mayor penalización, que apuestan al sistema punitivista, al derecho penal, y justamente lo que generan es más criminalización y cárcel para las mujeres trabajadoras sexuales.
Herminda González: -No queremos que nos dividan como mujeres. Somos mujeres todas por igual.
¿Por qué cuesta tanto la discusión sobre el trabajo sexual en el feminismo?
GO: -Hay una cuestión muy moral. Si hay un tema que nos une a todas las feministas es la lucha por la despenalización del aborto. Hay un eslogan a nivel internacional que es que la sociedad tiene que respetar todas las decisiones que la mujer toma sobre su propio cuerpo, y que el Estado tiene que estar ahí garantizando que esos derechos no sean vulnerados. Ahí acordamos todas. Pero resulta ser que cuando nosotras hablamos de la legalidad del trabajo sexual autónomo, o de que el trabajo sexual puede ser una opción de las mujeres sobre su propio cuerpo, son ellas mismas las que dicen que no es una decisión legítima. Entonces, o somos todas libres para decidir sobre nuestro propio cuerpo o hay ciertas mujeres que nos sacan esa libertad para que otras decidan qué es lo mejor que nosotras tenemos que hacer con nuestro propio cuerpo. Ahí hay doble discurso y aparece la ruptura dentro del movimiento feminista, en el que hay compañeras que acuerdan con la legalización y otras que apelan a que los estados prohíban el trabajo sexual.
HG: -Hablan por nosotras y deciden por nosotras. Están repitiendo el mismo patrón que ellas dicen combatir. Por eso nosotras hablamos de que se transforma en un patriarcado con cara de mujer.
¿El trabajo sexual es funcional al patriarcado?
GO: -Muchas compañeras creen que es un trabajo que facilita que el patriarcado siga dominando. Creen que el hombre domina nuestros cuerpos. Y eso parte también de subestimarnos, y no creer que nosotras somos mujeres empoderadas, que podemos poner nuestras condiciones, poner nuestra tarifa, que podemos elegir qué trabajo hacer y qué trabajo no, y que podemos elegir a los clientes. El hombre domina en el matrimonio, no en las trabajadoras sexuales. Hay un montón de trabajos en los cuales las mujeres están destinadas a ser objetos y son exclusivos para ellas. Y esos trabajos le son funcionales al patriarcado. Los trabajos de cuidado, ser niñera, ser docente, ser empleada doméstica o limpiadora, por ejemplo. Son trabajos que vuelven a ubicar a la mujer en un lugar de desigualdad, pero no generan tensiones porque ellas trabajan con una parte del cuerpo que está socialmente aceptada que se use para trabajar. Y justamente la parte que nosotras ponemos es la sexualidad, y eso no está aceptado, toca esa fibra que dice no, con el sexo no, con cualquier otra parte del cuerpo sí, pero con el sexo no. Cuando se trata de la explotación de la propia genitalidad y de la sexualidad de la mujer se genera una tremenda fragmentación dentro del movimiento feminista. El problema no sería discutir si el trabajo sexual es una opción o no, el problema es mucho más grande, es pensar por qué todos y todas tenemos sí o sí que salir a trabajar de lo que sea para mejorar nuestra calidad de vida. Muchos de esos hombres y mujeres que salen a trabajar no eligen libremente qué trabajo hacer, ni van contentos todos los días. Cuando nos dicen que nosotras vendemos el cuerpo, decimos que todo trabajo implica poner el cuerpo. Cuando nos dicen que nuestro trabajo es indigno, nosotras decimos que bajo este sistema capitalista todo trabajo va a ser indigno.
HG: -En esos oficios hemos sido mucho más discriminadas, explotadas y mal pagadas que en el oficio sexual. Es por eso que es nuestra opción. La gama del trabajo sexual es muy amplia; no hay solamente mujeres pobres trabajando, hay profesionales que han dejado su rubro porque ganan muy poco, o universitarias que ejercen el trabajo sexual para pagarse sus propios estudios. Nosotras apostamos por el trabajo autónomo, que ellas mismas sean su propias administradoras, y que no le estén dando su salario a ningún proxeneta.
Georgina, ustedes denuncian que las leyes contra la trata de personas borran los límites entre la trata y el trabajo sexual y que redundan en mayor violencia y represión contra las trabajadoras.
GO: -Sí. En Argentina se construyeron un montón de dispositivos judiciales para combatir la trata de personas que no tuvieron presente la voz de las trabajadoras sexuales, y el resultado de esas políticas es que terminaron equiparando trata con trabajo sexual y prohibiendo muchísimos lugares donde nuestras compañeras ejercen el trabajo sexual, como los cabarets y las whiskerías. Una cosa es la trata de personas, como trabajo forzoso, en contra de la propia voluntad, y otra cosa es la explotación laboral que hay en el trabajo sexual, que no implica que las compañeras que están trabajando en relación de dependencia sean víctimas de trata. Explotación hay en todos los trabajos. El rol que cumple la figura del proxeneta dentro de un cabaret es el mismo rol que cumple el dueño de la estancia dentro de un campo, o el que cumple el dueño de la fábrica. Se queda con la plusvalía del esfuerzo de otro trabajador, acuerda un salario y un horario. Eso es el sistema capitalista. Lo cierto también es que muchas compañeras eligen ejercerlo de esa forma porque se sienten más protegidas que en la calle, trabajando sin ningún marco regulatorio, que exige estar todo el tiempo negociando con la Policía, con los vecinos. Por eso luchamos desde la red y desde las organizaciones a la que cada una pertenece para que los estados regulen el trabajo sexual autónomo, que es salir a disputarle la autonomía del trabajo al trabajo en relación de dependencia y darles esa posibilidad a las compañeras de que se desprendan de esas figuras como el proxeneta y que formen cooperativas, que trabajen de forma autónoma, sabiendo que el Estado no va a estar para perseguirlas, sino todo lo contrario, las va a amparar.
En una sociedad tan pacata como la chilena, como contás, ¿cuesta más reconocerse como trabajadora sexual?
HC: -Claro. Cuesta muchísimo más. Pero nosotras tenemos una historia larga, hace 22 años que estamos organizadas. Nos costó unos cuatro o cinco años asumirlo. Y apostamos muchísimo a que las compañeras puedan asumirse también como trabajadoras sexuales. Y decirlo. Pero cada una sabe cuándo es hora de asumir su condición y decirle al mundo aquí estoy, de esto vivo, de esto como, de esto educo a mis hijos y de esto voy a vivir siempre.