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III Encuentro Nacional de Escritura en Cárceles, en Buenos Aires. Foto: Jimena Pautasso

III Encuentro Nacional de Escritura en Cárceles en Argentina

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Pasó la poesía por el Centro Cultural Paco Urondo y trajo consigo un torrente misceláneo de palabras sobre el encierro. El jueves 6 y el viernes 7 en Buenos Aires, Argentina, el III Encuentro Nacional de Escritura en Cárceles (ENEC) mostró el trazo insondable de algunos que estuvieron presos y de otros que todavía lo están: el verso punzante de los que encontraron su salvación en el puño hecho letra; una oportunidad de reescribir su propia historia.

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“Quien escucha la palabra ‘monstruo’ se imagina cosas y seres malos, espantosos, crueles. Sin embargo, ¿qué interpretarían si les dijésemos que esos seres extraños y temerarios tienen miedo?”, escribió Sebastián Pantano en la revista número seis del Taller Colectivo de Edición, Los monstruos tienen miedo, del Programa de Extensión en Cárceles de la Facultad de Filosofía y Letras, del Programa UBAXXII de la Universidad de Buenos Aires. Esta revista y cerca de 40 publicaciones más, hechas en cárceles de toda Argentina, estuvieron en las mesas de difusión del ENEC, que desde hace tres años convoca a escritores, artistas, editores, docentes y demás profesionales y activistas vinculados con “la palabra escrita y las lenguas, políticas y acciones que atraviesan el encierro”, a través de escuelas, universidades, organismos de derechos humanos, medios de comunicación y cooperativas de trabajo. Este año hubo mesas de lectura, paneles y presentaciones de libros, performances y espectáculos en vivo, proyección de cortos, un taller abierto de fotografía estenopeica, y feria de diseño de proyectos sociales. Todo en un lugar lleno de trapos con leyendas del tipo “violencia es la desigualdad social”, pinturas de WK -el ladrón que escribe poesías- y fotografías hechas con cámaras estenopeicas. Una de ellas, titulada “La panza de Erica”, fue sacada en 2014 con una cajita de fósforos y una película a color de 35 mm, en el pasillo de Educación de la cárcel de mujeres de Ezeiza. No se le ve la cara a la muchacha, pero sí su barriga enorme, quizá gestando al bebé en los últimos meses de embarazo, resguardando la vida, y atrás, un pizarrón verde, y sus manos apoyadas sobre el portatizas. Nada más: existir es eso que a veces nos pasa donde menos nos reconocemos (o todo al revés).

Para exportar

Uno de los paneles fue el de “Proyectos alternativos y formas de salir de la cárcel”, y el “invitado estrella” era el director de la cárcel uruguaya de Punta de Rieles, Luis Parodi. Mario Juliano, juez y director ejecutivo de la Asociación Pensamiento Penal, fue quien presentó la “cárcel pueblo” al centenar de personas que ese viernes de tarde llenaron la sala principal del Paco Urondo: “No queremos que haya cárceles, pero si las hay, que sean parecidas a la de Punta de Rieles”, arrancó diciendo. Siguió explicando que “quienes garantizan el funcionamiento de la cárcel son los propios privados de libertad: trabajan en sus propios emprendimientos, tienen una especie de perímetro industrial; en cinco años no hubo un episodio de violencia grande, el nivel de reincidencia es de 3% [en comparación con el 60% general]”, dijo, y precisó: “Lo que quiero rescatar es que es posible el cambio. No podemos dejar que la realidad adversa de la cárcel nos condicione, hay que pensar en modelos menos adversos [...] pensar en una suerte de abolición desde adentro”. Parodi, que asentía con la cabeza e interrumpía cada tanto para detallar alguna información, habló sobre el pilar que rige su gestión: la educación. “Somos en tanto nos reconocen: la educación tiene que empezar por reconocer [...] el fin es crear un contexto: contenido para que pasen cosas, tener un propósito, ayudarnos a encontrar lugares en la vida para pelearla. Educar responsabilizando por sus actos”, explicó. También aclaró que ni él ni el equipo de trabajo de Punta de Rieles están de acuerdo con la “rehabilitación”: “Nosotros pensamos como el albañil, que hace la casa y no pregunta quién vive en ella. Uno hace lo que tiene que hacer, el otro hace lo que puede [...] Uno tiene derechos, por eso fijamos marcos de trabajo, por ejemplo: es obligatorio saludar, porque todos somos iguales, pero tenemos distintos trabajos, nada más. Por eso, también, no decimos ‘el preso’, decimos que uno está preso, porque de la otra forma no te puedo pedir mucho, porque como sos preso se da por sentado que está todo mal”.

Con atención lo escuchó Claudio Castaño, integrante de la Red de Cooperativas de Liberados. Él y la gente de la Red están juntando firmas para cambiar el artículo 64 de la Ley de Cooperativas argentina, que impide que una persona con antecedentes pueda formar parte del consejo directivo y, por ende, vuelve imposible que los liberados formen una cooperativa. “¿Cuántas veces tenemos que pagar la condena?”, preguntó, y afirmó que la idea de trabajar en forma autogestionada es, justamente, “para no volver más a la cárcel”. Contó que actualmente hay cerca de 30 cooperativas que funcionan como herramienta de inclusión de las personas que estuvieron presas, por eso también pidió que más organizaciones sociales ingresen a la cárcel para “crear conciencia”.

“Viviendo en esta moraleja / fuimos tumbando las rejas, / venciendo la poderosa mordaza / y desatando el nudo que está en nuestra garganta. / Seguimos improvisando, / todo piola, / soñando en seguir / para poder sobrevivir. / Fuimos volteando rotas cadenas / para salir de esta mierda. / Si callamos, seremos olvidados”, recitó Denis, un pibito que estuvo preso en el Complejo Esperanza, Córdoba.

“No somos monstruos, sino sobrevivientes de un sistema monstruoso”, concluye Pantano, y yo le creo.

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