De todo lo que se habla o escribe sobre la violencia en el fútbol o en las calles, algunas cosas son realmente interesantes; pero las que pululan, llegan a la opinión pública y prevalecen, son siempre las mismas sandeces. Capaz que a las otras, más cerebrales y elaboradas, les falta sex appeal.
Lo más viejo que recuerdo es la expresión “los inadaptados de siempre”, que atribuye el fenómeno a un montón de tipos que no tienen nada que hacer y a los que no les interesa el fútbol sino cantar y tocar el bombo, fumar porro, tomar vino y romper todo lo que tengan al alcance. Hoy se habla de que distintos grupos se disputan el territorio dentro de las barras bravas; al menos, en el caso más reciente, la de Peñarol. Sí, puede haber algo de eso. Pero si pensamos en los barrabravas como una especie de ejército informal que cobra en especias, se me ocurre un montón de “intereses” que pueden estarlos utilizando a su favor, como sembradores de caos.
El caos (o la sensación de tal) es un arma política poderosísima. La gente se banca vivir con muy poca plata, privarse de cosas básicas, e incluso ver cómo algunos de sus gobernantes hacen ostentación pública de -digamos- las ventajas que les otorga su posición. Pero no suele tolerar el caos. Genera una fuerte sensación de inseguridad; pero no en el sentido que le dan en los informativos y las mesas de discusión radial, sino la verdadera: la de que todo se puede ir al carajo de un momento a otro, y cuando digo todo, digo todo. Recuerdo percibir vagamente eso, en el aire, en los momentos previos al golpe de Estado, y en los primeros años de la dictadura (después, ya no había inseguridades, sino certezas). Lo volví a sentir en la crisis de 2002. En la dictadura no había mucho para hacer, y además muchísma gente sentía lo contrario, pero en 2002 fue distinto: en la siguiente elección ganó el Frente Amplio (FA), lo cual representó, en aquel momento, el mayor cambio esperable.
Desde hace tiempo, y cada vez con mayor frecuencia, el discurso de la oposición se viene limitando a frases del tipo “esto no da para más”. Sin acusar a nadie, es fácil pensar que algún trastornado pueda suponer (con razón) que generando un poco de caos por aquí y por allá se logra cierto sustento material para ese discurso. No estoy diciendo que la oposición como tal, o algún partido político en particular, haya resuelto de modo consciente provocar ese caos; ni lo digo, ni lo pienso. Pero la política es la política; una cosa telarañescamente enredada. Puede pasar que algunos, muy por debajo de la categoría “partido político” (o muy por encima, depende de cuán afectos a las teorías conspirativas nos hayamos levantado) decidan hacer el trabajo sucio sin que nadie se lo haya pedido -o, al menos, facilitarlo-. Ejemplos sobran.
Por otra parte, en este momento hay un conflicto en el fútbol; me refiero al iniciado por los jugadores de la selección con respecto al uso de su imagen, en el que parecen estar apoyados por el resto de los futbolistas uruguayos. Y la selección está segunda en la Eliminatoria, como resultado de un largo proceso que, más allá de simpatías, gustos u opiniones sobre formas y estilos de juego, es exitoso. Puede haber alguien a quien le interese que hoy haya caos en el fútbol. No digo que algún grupo de personas esté tramando sustituir a Tabárez y devaluar la imagen de los deportistas, ni que se esté manipulando a nadie con esos fines u otros parecidos. Acá también, ni lo digo, ni lo pienso. Pero bueno, a la realidad le importa poco lo que yo piense o diga.
Un método de análisis, al que es difícil escapar, viene de la literatura policial: una vez cometido el crimen, hay que ver quiénes son los beneficiados. Acá, a más de uno le recontrasirve la imagen de drogones decadentes y violentos que tienen los barrabravas (y que se fomenta en los medios). Empezando por los supuestos “narcos” de quienes tanto se habla como últimos responsables, ya que eso favorece las opiniones prohibicionistas con respecto a “la droga”, y el prohibicionismo es la base de su negocio. Siguiéndolos de cerca están todos aquellos que, sin ser narcos, se opusieron a la regulación de la marihuana y están ansiosos por ver los efectos negativos de su uso (como si antes no se usara, pero esos toques de realismo no forman parte del universo de los discursos políticos). Detrás, por extensión o por atracción magnética, vienen todos los que suelen estar del mismo lado que estos últimos: antiabortistas, sectas evangelistas, militares, partidarios del aumento de las penas y la dureza represiva: la mayor parte de la oposición y una fracción no despreciable del propio FA. Caramba: casi podría decirse que he puesto a la mayoría del país bajo sospecha. Pero no, acá me refiero a los que serían beneficiados, y las mayorías rara vez lo son.
Bueno, igual, haré una síntesis de lo que podría ser el “informe en minoría”: reducir todo a unos pocos dementes marginales puede ser más peligroso que tirar cien garrafas desde lo alto de la Torre de los Homenajes. Y los que practican tal reduccionismo son, o bien sumamente inocentes, o bien sumamente culpables.