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Que la imaginación no tenga límites

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Dilucidar hasta qué punto puede considerarse Guía para un universo un libro de ciencia ficción merece un debate. Si bien contiene muchos elementos de esa tradición (naves especiales, viajes interestelares, contacto con razas extraterrestres), no especula con lo científicamente pensable. Un planeta cuya superficie está completamente cubierta de merengue, u otro que es en su totalidad una piel humana viva, implican la suspensión de toda credibilidad científica, y hay otras pequeñas incoherencias que pueden enfurecer a los puristas de la ciencia ficción “dura”. Por ejemplo, la existencia de una civilización que recibe los sucesos de los años 80 como la última novedad de la Tierra, mientras los personajes humanos mantienen un contacto diario con nuestro planeta y sus colonias. O el hecho de que en algún momento se comience a hablar de viajes intergalácticos con la misma naturalidad del montevideano acostumbrado a pasar los fines de semana en Salinas que decide irse un viernes a Aguas Dulces.

Estas objeciones serían más contundentes si el libro se titulara “Guía para el universo”. El artículo indefinido señala una intención de libertad imaginativa, y el acápite de la dedicatoria (que es el título de este artículo) guía al lector en esa dirección. Recriminarle a Mardero que el cosmos descrito es inverosímil es algo así como decir que las urbes descritas en Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, nunca formaron parte del imperio de Kublai Khan y que muchas de ellas violan leyes de la física. Y hay algo en Guía para un universo que lo emparienta con aquel otro libro: eso de viajar hacia lugares imposibles, para descubrir verdades poéticas, filosóficas o sencillamente sobre nosotros mismos. Otra tradición de la que parece beber es la de la antigua literatura de aventuras; de cuando aún era lícito imaginar que en medio de la selva amazónica existiera una meseta donde convivieran dinosaurios y primates humanoides, o que bajo las densas nubes de Venus hubiera una exuberante jungla tropical.

Los relatos con nombres de planetas son descripciones de mundos. En algunos casos, se explica su curiosa geografía, su sociedad o las circunstancias en las que fueron descubiertos. Cada tanto, se alternan entre ellos relatos o capítulos titulados “Diario de viaje”, con las aventuras de una astronauta que recorre el universo, estableciendo una línea argumental que articula todo el libro. Ese personaje visita algunos de los mundos antes descritos, y aporta visiones más personales y cálidas, a la vez que nos señala la distancia entre imaginación y realidad. Ella sigue los pasos de su padre astronauta; de niña soñaba con visitar los mundos que conocía por sus cuentos y regalos, y ahora, como parte de la tripulación de una nave espacial, lidia con las dificultades del encierro y de tratar durante largo tiempo sólo a sus colegas. Paradoja de cualquier viaje, que mucho tiene que ver con la naturaleza: en casa soñamos con viajar, y de viaje, con el hogar.

En sus errores y sus aun mayores aciertos, se hace necesario reconocer el enorme riesgo artístico asumido por Mardero. Dentro de una tradición literaria en la que predomina un realismo que se mira el ombligo, este libro es un acto de valentía.

Guía para un universo

De Natalia Mardero, Estuario, 2016 (primera edición de 2004). 102 páginas.

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