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Un siglo

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Cuando el 27 de noviembre de 1915 la Facultad de Ingeniería adquirió su designación, habían pasado 30 años desde la creación de la Facultad de Matemáticas y Ramas Afines. Creada por la Ley Orgánica de la Universidad en 1885, fue una novedad institucional realmente insólita que abrió un frente cultural revulsivo para un medio social al que, como invocara el ingeniero José Serrato, le era indiferente y hostil que los jóvenes estudiaran una profesión que se consideraba innecesaria para un país económica y culturalmente dependiente.

Bajo la orientación del rector doctor Alfredo Vásquez Acevedo, quienes inicialmente colaboraron con él trazando con optimismo el derrotero futuro de la facultad se enfrentaron con audacia a la indiferencia y hostilidad de amplios sectores de la sociedad, proclamando que la formación de los ingenieros era necesaria para conquistar material y espiritualmente la independencia del país. En ese acto fundacional tomaron como propio el proyecto político que fuera proclamado por la generación del 80 con el objetivo claro de que Uruguay dejara de ser “una factoría extranjera”.

La facultad se creó y organizó para hacer realidad esta riesgosa misión de transformar la factoría en nación. Por tanto, desde el 10 de octubre de 1892, cuando egresaron los tres primeros ingenieros nacionales y como mensaje orientador para las siguientes generaciones, fue manifiestamente claro que, como afirmara el ingeniero José Serrato al conmemorarse el 60º aniversario de la ingeniería nacional: “La profesión de ingeniero no es un fin sino un medio para resolver grandes problemas económicos y sociales, utilizando para ello los conocimientos adquiridos, en los que predominan los verdaderamente profesionales. Su rol es técnico y social”.

Debemos entender esta reflexión de Serrato en el contexto de la función social que asumieron los ingenieros nacionales tanto en la construcción y organización de los aparatos técnicos del Estado, a los que convirtieron en poderosos y eficaces instrumentos del nacionalismo económico, como en el impulso de profundas reformas sociales tendientes al “mejoramiento de las clases obreras y trabajadoras [...] elevar su cultura, sus medios de existencia y su dignidad humana”.

A partir de 1915 la profesión de ingeniero en Uruguay ya está sólidamente establecida. Se ha constituido y consolidado como una comunidad socialmente prestigiada e institucionalmente legalizada, cuyo espacio de actividades, además de los propios de la profesión, se realiza desde los puestos de dirección, gestión y técnicos de los departamentos especializados de los ministerios y fundamentalmente de los servicios públicos nacionalizados y estatizados.

En tal sentido, la facultad ha formado un nuevo tipo de profesional universitario: los técnicos del Estado, que se han caracterizado no sólo por la calidad de su capacitación científico-técnica sino por la amplitud de su formación cultural, fuentes desde las que se han forjando cuadros técnicos con una elevada conciencia social.

Los ingenieros nacionales se constituyeron en una fuerza social relevante en el proceso de construcción de un modelo económico-industrial autónomo orientado hacia estos objetivos: 1) independencia económica; 2) soberanía energética; 3) estatismo, dirigismo, intervencionismo y desarrollo económico-social planificado, y, 4) autonomía cultural.

Estos objetivos componen una matriz doctrinaria de permanente vigencia que, en medio de los avatares de la historia del país a lo largo de estos 100 años, ha sido el eje sobre el que ha girado la específica actividad técnico-profesional en sectores claves del proceso productivo nacional, tales como las obras públicas, los transportes, la energía, las comunicaciones, etcétera.

Actualmente los mencionados sectores continúan en contienda, entendiéndolos como cuestiones prioritarias para el desarrollo económico-social del país, pues lo que aún sigue estando en juego es la defensa de la soberanía nacional.

Ha sido en el fragor de estas batallas por modernizar el país que se fue forjando la conciencia social de los ingenieros nacionales, demostrando en la teoría y en la práctica la capacidad técnico-profesional para enfrentarse y resolver los problemas que por su gravedad y urgencia apremian a la sociedad uruguaya.

En un país de complejas relaciones económicas, donde los intereses contradictorios de los distintos sectores sociales impactan no siempre a favor de la autonomía de las instituciones universitarias, se producen tensiones que en determinadas etapas de la historia de la facultad llevaron a cuestionar los propios principios fundacionales.

Así como la Universidad, la facultad ha vivido momentos críticos y traumáticos; sin embargo, a lo largo de estos 100 años la institución se constituyó en un potente centro de producción científica y tecnológica de excelencia reconocida internacionalmente, y ha superado etapas de estancamiento. A partir de 1985, a pesar de haber padecido el genocidio social y cultural que provocó la dictadura, ha seguido avanzando, incrementando las carreras, creando posgrados y maestrías, estableciendo “programas de estímulo a la práctica de la investigación científica y formación de investigadores” (de acuerdo con el ingeniero Oscar Maggiolo), fomentando fuertemente la extensión como forma de vinculación con el medio, es decir, potenciando creativamente hacia la sociedad las capacidades innovadoras de sus profesionales.

Esta facultad le ha dado al país mujeres y hombres universitarios y ciudadanos ilustres, científicos y técnicos altamente calificados, pero fundamentalmente profesionales socialmente solidarios con los requerimientos del sistema productivo nacional y con las necesidades de los sectores populares más carenciados.

Sobre los hombros de los gigantes que los han precedido -para decirlo con una expresión cara a Isaac Newton- se elevan las actuales generaciones de jóvenes estudiantes, docentes y egresados de la Facultad de Ingeniería. Ante los retos del presente y las imprevisibles vicisitudes que augura el futuro, a ellos les corresponde el reto de asumir y defender los principios de un legado histórico que Maggiolo sintetizó en Políticas de desarrollo científico y tecnológico de América Latina (1968): “Independencia política, independencia económica, autonomía cultural, son los tres factores decisivos de la verdadera independencia de las naciones. La independencia política no es mucho más que una ilusión, si no se fundamenta en una verdadera independencia económica. Esta, a su vez, es sólo posible, si existe autonomía cultural, que a través de la producción de técnicas científicas, posibilita el uso autónomo de los recursos naturales de la nación”.

Alción Cheroni

Sobre el autor

Cheroni es profesor agregado de Ciencia, Tecnología y Sociedad y jefe del Departamento de Inserción Social del Ingeniero (DISI/Facultad de Ingeniería/Udelar).

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