Desde lejos, o quizá desde la distancia media de la que observan la prensa escrita y digital nacional, el paisito de la segunda década del siglo XXI tiene toda la pinta de ser un Uruguay electrónico y digital donde todo pasa por medio de la web. Las apps parecen dominarlo todo, las compras en el extranjero por internet parecen ser el negocio más lucrativo, y hasta tenemos nuestros propios “blackfridaycitos” y “cybermondaycitos” (Farmashop y Colonia Express, respectivamente, por poner sólo dos ejemplos).
Sin embargo, es sorprendente la escasez de información de calidad sobre los comportamientos financieros de compra y venta de los uruguayos en internet. Los datos que pueden proveer las propias empresas sobre sus niveles de venta y/o cantidad de usuarios (que pocas veces son transparentes o con niveles razonables de calidad) no dicen mucho sobre las diferencias entre quienes compran online y los que no lo hacen: la información desde una perspectiva de la demanda, de los propios usuarios, es todavía más limitada(1).
¿Por qué sería relevante desde un punto de vista de política pública saber quiénes compran en internet? Simplemente, porque tener la opción de comprar online permite obtener una serie de ventajas comparativas frente a quienes compran en forma presencial. A modo de ejemplo, según la Encuesta WIP+UY 2013, entre los uruguayos que alguna vez compraron en internet casi un tercio sostiene que lo hizo por acceder a mejores precios (29,9%), otro tercio mencionó la comodidad (29,7%) y 16% mencionó el acceso a una variedad de productos no disponibles en el país.
Según la Encuesta Continua de Hogares (ECH, Instituto Nacional de Estadística, INE, 2015; procesamiento propio), en 2015, 62,1% de las personas de 14 y más años usaron internet en el mes previo al que fueron encuestados; algo así como cerca de 1.734.000 uruguayos. Sin embargo, sólo 13,9% de ellos dice haber utilizado internet en el último mes para “comprar u ordenar productos o servicios”. Si lo ponemos en parámetros de la población total, ese guarismo es obviamente más bajo: 8,6% de los uruguayos, lo que equivale a aproximadamente 240.000 personas.
Más allá de algunas debilidades del instrumento de relevamiento, los resultados son menos sorprendentes de lo que podría parecer: vivimos en un país escasamente bancarizado, en el que el gobierno ha debido lanzarse en los últimos años a una importante política de inclusión financiera.
Siendo la fuente más actual y de calidad para estudiar este fenómeno en 2015, la ECH nos permite, a su vez, visibilizar uno de los aspectos más claves del comercio electrónico en Uruguay: las diferencias en la compra mediante internet entre diferentes grupos poblacionales. Tal como sucede con la vasta mayoría de los temas digitales (Robinson et. al., 2015), estos porcentajes varían significativamente en concordancia con otras desigualdades socioeconómicas.
Simplemente, un punteo, producto de un procesamiento propio de la ECH 2015:
Aunque no debería ser una barrera para lo digital, el territorio -o, mejor dicho, aspectos culturales vinculados al territorio- afectan fuertemente la tendencia a comprar por internet. Mientras que 70,2% de las personas que viven en Montevideo usa internet y 13,6% compra u ordena servicios y productos, en localidades urbanas de 5.000 o más habitantes del interior del país estos porcentajes bajan a 59,3% y 5,4%, respectivamente, y a 48,5% y 4,5% en el interior rural y localidades de menos de 5.000 habitantes.
Asimismo, tal como figura en la gráfica 1, a mayores ingresos del hogar, mayor tendencia a comprar por internet: las diferencias entre quintiles de ingreso per cápita son muy elevadas, sobre todo entre el 20% de hogares con más ingresos, en los que uno de cada cinco internautas compró online en el último mes, versus el resto.
Si bien es cierto que cuanto más joven el uruguayo mayor su uso de internet, en lo que refiere a la compra vía web son los adultos los que más las realizan (12,7% de 19 a 30 años y 11,4% de 31 a 44 años).
Entre hombres y mujeres existen diferencias a favor de los primeros pero bastante menores al resto de las comparaciones (9,9% versus 7,4%, respectivamente). Sin embargo, tanto para la población como un todo, como dentro de los rangos etarios y quintiles de ingresos de los hogares, siempre los hombres tienden a comprar por internet más que las mujeres.
A modo de cierre, esta pequeña nota intentó simplemente explorar un fenómeno sobre el que se habla mucho pero se sabe poco. Si uno está de acuerdo con la idea de que tener la posibilidad de comprar por internet presenta ventajas competitivas, y con que quienes más compran por internet son los que tienen ya más ventajas, volvemos a presenciar un fenómeno de rich get richer en la sociedad de la información.
¿Qué se podría hacer para reducir esta desigualdad? En primer lugar, continuar con la política de inclusión financiera: si bien la ECH no lo mide, es probable que, tal como sostiene el reporte de WIP+UY 2013, poseer medios electrónicos de pago incremente la probabilidad de comprar online. En relación a este tipo de inclusión, factores culturales vinculados al miedo de pagar mediante medios electrónicos (para los cuales no existen dato alguno al día de hoy) podrían estar influyendo, pero la política de inclusión financiera tampoco los aborda.
Por otro lado, probablemente nos estemos perdiendo una parte importante de la economía digital desde la perspectiva del usuario debido a los instrumentos de medición actuales. Con excepción de las encuestas de INE y la Agencia de Gobierno Electrónico y Sociedad de la Información (AGESIC) y la Universidad Católica que se encuentran actualmente en campo, es probable que nos encontremos ante un problema típicamente de comprensión: lo que los encuestados entienden por “comprar u ordenar por internet” tiende a ser muy distinto de lo que quienes diseñan estas encuestas entienden por este concepto (por ejemplo, pedir un taxi vía app y pagarlo presencialmente).
Por último, y quizá esto sea lo más relevante, hasta la fecha no se ha indagado nunca a nivel poblacional la economía e intercambios semiformales vía redes sociales digitales, apps y grupos de donaciones o trueques, o portales colaborativos de intercambio entre terceros.
(1). Afortunadamente, en los últimos años Uruguay ha visto un incremento en la mejora de los datos disponibles sobre uso de internet en personas: desde la mejora de los módulos de las Encuestas Continuas de Hogares (ECH, 2009-2015) del Instituto Nacional de Estadística, pasando por las Encuestas específicas de Uso de de tecnologías de la información y comunicación (EUTIC, 2010, 2013 y 2016 en campo) del INE junto a la Agencia de Gobierno Electrónico y Sociedad de la Información (AGESIC), el Perfil del Internauta uruguayo de Radar (12° edición en 2015; sin embargo, los datos no son accesibles) y las encuestas WIP+UY de la Universidad Católica (2013 y 2016 en campo).
Sin embargo, es necesario realizar algunas aclaraciones y contextualizar estos datos. En primer lugar es importante explicitar que la ECH tiene algunas debilidades en lo que refiere a la medición del uso de internet: la ECH pregunta a un único informante por hogar sobre el comportamiento del resto -quien se encuentre allí en el momento de la encuesta-, y muchas veces las conductas en internet son de carácter privado (sobre todo cuando quienes contestan tienden a ser personas mayores que pueden no saber lo que se hace en línea). Asimismo, es relevante remarcar que los datos refieren a compras en el último mes y no a alguna vez (por ejemplo, para WIP+UY 2013, 33,4% de los internautas compraron alguna vez en internet).
A inicios de 2016 saldrán dos encuestas con datos abiertos que abordan con mayor detalle la temática de la compra en línea (EUTIC2016 y WIP+UY 2016), aspecto que ayudará a tener mayor información de calidad sobre la temática.
Referencias:
Robinson, L; Cotten, SR; Ono, H; Quan-Haase, A; Mesch, G; Chen, W; Schulz, J; Hale, TM and Stern, MJ (2015). “Digital inequalities and why they matter”. Information, Communication & Society, 18(5), pp. 569-582.
Una versión previa de esta nota fue publicada en Razones y personas.