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David Zambrano en el Auditorio del SODRE. Foto: Santiago Mazzarovich

Espontaneidad arraigada

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Con el coreógrafo y docente David Zambrano.

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David Zambrano nació en Venezuela en 1960, vivió 15 años en Nueva York y tras recorrer el mundo con su trabajo se estableció en Ámsterdam y vive entre esa ciudad y Bruselas. Sus primeros estudios fueron de computación y dice que le permitieron hallar el secreto de la improvisación: actuar y medir simultáneamente la cantidad de espacio y tiempo necesarios para la creación continua.

Defiende rabiosamente algunos postulados: que en la danza hay que dejar hablar al cuerpo (y no imponerle necesidades narrativas que no tiene), que en Occidente hay demasiado énfasis en “papá-cabeza” y muy poco en “mamá-tierra”, y que la improvisación es usar lo que ya se sabe para crear algo nuevo. Repite a sus estudiantes: “Yo no soy Google”, bromeando pero a la vez planteando una clave de su pedagogía.

Vino por quinta vez a Montevideo (la primera fue en 1996) a realizar dos talleres y presentar en la sala Hugo Balzo las obras Un solo para Mr Folk y Holes, gracias a la gestión independiente de Catalina Chouhy, Carolina Besuievsky y Cecilia Ivanier, con el apoyo del Instituto Nacional de Artes Escénicas, la división Danza de la Escuela de Formación Artística del SODRE y el Instituto Superior de Educación Física (ISEF).

Cuando la diaria lo entrevistó estaba inmerso en su cuarto día de taller en el ISEF, con la energía de un maestro veinteañero y la experiencia de un chamán centenario reunidas en un solo cuerpo. En la sala había estudiantes jóvenes de danza y maestros que han formado a mi generación en el arte de la improvisación. Zambrano es una parada obligada en cualquier recorrido por el abecé de la danza contemporánea. Formador de cientos o miles de bailarines y estudiantes de danza de diferentes estilos y procedencias, su trabajo como coreógrafo ha sido prolífero y sin pausas. Desde su primera obra en 1984, dedicada a la muerte de su madre, creó más de 40 trabajos solo o con otros artistas.

-¿Cómo se vinculan tus investiga- ciones artísticas y las que realizás como docente?

-Mi pedagogía y mis creaciones están totalmente interconectadas. No enseño porque necesito dinero, sino porque toda la vida me ha gustado la misión de esparcir el disfrute del bailar. Cuando empecé a bailar profesionalmente, lo primero que hice fue enseñar cualquier cosa que fuera aprendiendo y también mis ideas. Todas las clases y las piezas las he abordado desde lo espontáneo.

-¿Cómo definirías esa espontaneidad?

-Es estar presente aquí y ahora para usar lo que ya conocemos y descubrir nuevas formas de hacerlo o de pensar, nuevas para uno aunque quizá no para otro. La espontaneidad es vivir de lleno el presente con los programas que has aprendido. Igual que haces una cena con los ingredientes que tienes en casa: quizá no son los perfectos para hacer risotto, pero puedes improvisar un poco y hacer una cena por lo menos aceptable y, de repente, consigues un risotto que nunca se te hubiera ocurrido... Eso es lo que más me gusta hacer. En el presente. Me encanta componer ante una audiencia, sea el público en un teatro, estudiantes en una clase o acá, frente a ti.

-¿Por qué seguís enamorado de la improvisación en escena?

-Me gusta jugar con el presente. Me encanta lo inesperado, lo imprevisto: me gusta muchísimo todavía. Para serte sincero, no sé por qué me gusta tanto [se ríe], me encanta seguir practicando improvisadamente el uso de los programas que ya conocemos, por ejemplo, ahora con mi castellano.

-¿A qué te referís con “programas”?

-Técnicas de danza, estilos de danza, formas de pensar, estilos de diferentes filósofos que, de paso, nunca he leído, virtudes que trae tu familia, valores de nuestra sociedad, programas que te enseñan cuando vas a un colegio de monjas, a un monasterio o a un liceo militarizado, los bailes populares que se hacen en los pueblos para diferentes ceremonias, los pasos que se aprenden en las discotecas, lo que te enseña tu familia, lo que ves en YouTube; todas esas cosas que uno va asimilando superficial o intensamente, depende de quién te las esté transmitiendo. Son usables en cualquier momento. Usarlas quiere decir que ahora voy a elegir el folclore venezolano y mañana voy a elegir el ballet, en vez de que no pueda salir de mi ballet en cualquier cosa que haga, o de mi folclore o de mi flying low o del yoga. Son programas establecidos y podemos practicar usarlos cuando queramos.

-También creaste métodos. ¿Cómo hacés para conjugar eso con la espontaneidad?

-Los dos métodos o talleres más populares que comparto con los estudiantes son muy diferentes, pero se enriquecen uno al otro. El flying low es un trabajo específico en el que practicamos cómo entrar y salir de la tierra con más facilidad. Y el passing through es una composición o coreografía en la que todo el grupo está constantemente atravesándose, atravesando la sala, por arriba, por abajo y alrededor de las personas, y se puede usar el flying low, o todos los pasos que conozcas, adaptados a los caminos que se van formando dentro de la composición. Investigamos la infinidad de posibilidades de hacer algo dentro de un espacio finito como es la sala donde estás bailando. El bailarín va formando sus pasos mientras va pasando, atravesando la sala, siempre en estado de alerta y siempre interconectado con todos. También enseño improvisación e investigaciones creativas que luego presento escénicamente. Siempre he trabajado de forma espontánea; nunca practiqué antes una clase, entro y la practico delante de los estudiantes. Voy aprendiendo cómo puedo hacer lo mismo de otra manera.

-Tenés fama de ser un maestro estricto con métodos bastante rígidos. ¿Qué pensás de la disciplina en la danza: la criticás o apostás a ella?

-Mi trabajo, más que una crítica, es otra opción en el mercado de la danza, otro entrenamiento para estar sintonizados con nuestro cuerpo, con el de los demás y con el ámbito en que bailamos. Lo que más me gusta es practicar el espacio social de una danza en una clase, en una fiesta o en una pieza, pero también es un entrenamiento muy estricto en el sentido de que tienes que hacerlo todo el tiempo, completamente presente. Se dice que el ballet es la madre de todas las danzas, pero te ayuda sólo para hacer ballet; para salvarte en una montaña no va a ayudarte, es demasiado específico. Me interesa no proponer un trabajo rígido, sino uno en el que te involucres completamente. Tanto como cuando te enamoras -en inglés, to fall in love, caer en lo que significa el amor-, algo como entrar en el océano: si te metes en él te llena por dentro y por fuera. No es la idea de lo que es el amor, o la idea de lo que significa ser vegetariano, sino que lo haces completamente arraigado a la tierra. Y ahora más que nunca, porque es muy fácil hoy en día perder los pies. Cuando consigues ver a alguien que está “puesto”, que pasa por las emociones y enseguida está listo para ayudarte más que para dejarse contaminar por las emociones, es muy bueno. Eso es básico para todo, no sólo para la danza.

-¿Qué pensás sobre la evolución de la danza contemporánea más conceptual?

-Los conceptos siempre me han gustado, pero me gustan los que mueven nuestra imaginación o nos hacen movernos de formas a las que no estamos acostumbrados, o abren el apetito de la curiosidad. Hay conceptos muy racionales que se mueven muy bien pero que no pasa nada. Son escritos de gente que no vivió una hambruna, una guerra o tener un orgasmo maravilloso por muchos días y no sólo una vez. Entonces la palabra tiene más fuerza que la experiencia, más fuerza que salir corriendo a ayudar a alguien. La experiencia no se puede conceptualizar, encerrar, escribir... Necesitamos usar nuestros poderes, estar más llenos: eso muchas veces no se enseña.

-Habías enseñado y hecho performances antes en Uruguay. ¿Cómo fue la experiencia esta vez?

-Ha sido un poco difícil, diferente, porque otros años tenía estudiantes que venían de otras facultades o lenguajes, venían de circo, de teatro, con diferentes bagajes, y ahora tengo solamente bailarines que vienen de instituciones, o sea que ya la danza en Uruguay se está institucionalizando. Por un lado, es fantástico, porque se le tiene más respeto a la danza como profesión; por el otro, es peligroso, porque se define lo que es danza y no se puede hacer nada más.Las instituciones usualmente no te dan la posibilidad de jugar o de practicar en forma espontánea lo que vas aprendiendo en las clases.

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