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Macarena Gelman testificará el 21 de abril en Roma, en el juicio por el Plan Cóndor

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El jueves y viernes en el aula búnker de Rebibbia en Roma se realizaron dos videoconferencias, con Canadá y Uruguay, para permitir a Eduardo Corro, Adriana Chamorro y Erlinda Vázquez llevar sus testimonios ante la III Corte di Assise de Roma, presidida por la jueza Evelina Canale, en el marco del juicio por el Plan Cóndor. La sesión contó también con la presencia de Ernesto Alfredo Messano de Mello, cónsul de la República Oriental del Uruguay, y Gabriela Chifflet, encargada de Negocios de la representación uruguaya.

“Cuando entrábamos a los chupaderos –cuenta Adriana Chamorro- nos sacaban todas nuestras cosas, incluso la ropa, y nos daban otros indumentos; desde ese momento, lo entregado era todo lo que teníamos. Con el tiempo, uno intentaba acumular unos objetos útiles: las mujeres tenían alguna tela que usaban cuando menstruaban, otros tenían trapitos para abrigarse o cubrirse los pies. No eran pertenencias, eran una miseria, pero muy importantes en aquellas condiciones. Cuando la gente entendía que iba a ser trasladada, quería llevarse esas cosas, por ejemplo, el frasco de 250 ml para la ración diaria de agua, pero los guardias no lo permitían. Decían que no lo iban a necesitar”.

Corro, Chamorro y Vázquez, secuestrados en Buenos Aires entre febrero y abril de 1978, vivieron la experiencia de la detención clandestina en los pozos de Quilmes y Banfield, y son testigos claves para testimoniar el paso por aquellos lugares de numerosos detenidos uruguayos, ahora desaparecidos.

Sus declaraciones son un continuo trabajo de memoria. Relatan la presencia de la gente que encontraron y de quienes escucharon sus nombres, se esfuerzan por reconstruir los tiempos de los traslados, repasan las composiciones de las celdas, refieren datos personales y nacionalidad de los verdugos y, cuando pueden, los identifican.

“Nadie sabía lo que iba a pasar y así todos hacíamos el ejercicio de recordar cosas importantes: identificar gente con nombres propios, direcciones de las familias y números de teléfonos para avisar en caso de salida. Durante nuestra permanencia en los pozos, hicimos un incesante ejercicio de memoria”, dice Adriana Chamorro.

Eduardo Corro, su esposo, secuestrado con ella en febrero de 1978, llegó al pozo de Banfield en marzo: “Había dos plantas. Abajo, oficinas y una sala de primeros auxilios, de parto, que funcionaba como maternidad para toda la provincia de Buenos Aires. La noche en que llegué, escuché golpes en la pared. Era Alfredo Moyano, argentino, que me dijo que allí estaban 21 uruguayos, entre ellos su mujer, María, que estaba embarazada. […] Estuve en el pozo hasta el 8 de octubre y pude conocer a buena parte de esos uruguayos; fueron secuestrados primariamente en el COT I Martínez [Centro de Operaciones Tácticas I Martínez*]. Eran 26, cinco fueron trasladados a Uruguay y 21 quedaron en Argentina”. Sobre el traslado de esos cinco, Corro recuerda sólo el nombre de Eduardo Gallo. Chamorro, en cambio, rememora que María Artigas, su compañera de celda entre junio y octubre, le refirió que en los días posteriores al secuestro, mientras estaban en el COT I Martínez, las guardias le ordenaron preparar seis viandas con milanesas para la gente que iba a ser trasladada a Uruguay: “Los nombres de esas personas eran Castro, Gallo, Camacho, Julio D’Elía y dos más que no recuerdo. Uno de los cinco era el compañero de Yolanda Casco; ellos tuvieron un hijo en Banfield, lo llamaron Carlos”.

Según la cronología que reconstruyen los testigos en abril de 1978, todos los uruguayos, excepto María Artigas -por estar embarazada- e Ileana Ramos de Dossetti -por sospecha de embarazo-, fueros llevados al pozo de Quilmes para ser interrogados por militares uruguayos y argentinos. Tardaron diez días en volver. “En Quilmes fueron interrogados por Gavazzo”, afirma Chamorro.

Como explicó en su declaración, supo -antes por la misma Aída Sanz y después por María Artigas- que en Quilmes Gavazzo entró en la celda de Aída y le pidió firmar unas cartas para bautizar a la niña que había dado a luz en diciembre, en el pozo de Banfield. “Aída estaba muy torturada y nunca supo lo que firmó”, concluye Chamorro.

En mayo, según los relatos, el pozo de Banfield estaba repleto, “hasta siete personas en cada calabozo”. Chamorro es llevada el 15 a la Brigada de San Justo y el 16, cuando vuelve a Banfield, se da cuenta de que han quedado solamente cinco personas.

En el momento en que empieza a compartir su celda con María Artigas, ella le cuenta del importante traslado: “Mucha gente y grandes camiones que hacen mucho ruido. Los detenidos son preparados uno a uno. Los sacan de la celda y les atan las manos a la espalda, les tapan los ojos con algodón y gasas y los vuelven a traer al calabozo mientras preparan a los demás. Las guardias decían a los que iban a ser trasladados que se les daba un calmante para que pudieran viajar mejor. María asistió a varios traslados; estaba en una celda con Ileana Ramos de Dossetti y la ve preparada para el traslado a fin de junio. María me contó también que en el traslado de mayo ella e Ileana habían despedido a sus compañeros, hablándose con golpes a través de la pared”.

En agosto nace la hija de María Artigas y Alfredo Moyano. Corro cuenta que “María no quería que el niño naciera en el pozo de Banfield y no quería dar a luz adelante de todas las guardias y de Bergés, el médico que atendía en esos centros”. Chamorro añade: “María regresó al calabozo a las ocho de la noche, sin la niña y con un frasco de Espadol”.

En el tiempo que compartió con María Artigas, Chamorro aprendió también los nombres de los uruguayos que pasaron por Banfield: “En el calabozo, con ella, había una médica, María Antonia Castro; en el calabozo de al lado, Moyano y Carneiro; más adelante estaban Carolina Barrientos, Yolanda Casco, Ileana Ramos de Dossetti, Edmundo Dossetti, Aída Sanz y su madre, Elsa Fernández de Sanz. Supe que había estado allí también Mario Martínez y que había tres mujeres más de las cuales recuerdo sólo los nombres: Célica, Elena, Graciela. Otros nombres que me acuerdo son los de Julio D’Elía, Sobrino, Cabezudo y Gabriel”.

Erlinda Vázquez, que estuvo 40 días en Quilmes, se topó con los uruguayos allí llevados para ser torturados y relató que vio a Aída Sanz, Guillermo Sobrino, Andrés Carneiro da Fontoura, Alberto Corchs y la familia Severo. “Hablé con Guillermo Sobrino. Estaba muy delgado y deprimido y me decía que me acordara de él si era liberada”, relató.

Al final de la audiencia, la Corte expresó a las partes civiles la voluntad de terminar de escuchar a los testigos antes de junio. El abogado Fabio Maria Galiani, que representa al Estado uruguayo, debería por este motivo empezar a citar a sus testigos para mayo-junio.

Las próximas dos audiencias de abril se destinarán a escuchar a los declarantes citados por la Fiscalía. El 15 de abril debería volver a declarar Luis Taub, testigo muy importante, porque no siendo un detenido político pudo, en algunas ocasiones, hablar con los responsables de secuestros y torturas cara a cara.

En el testimonio que rindió en noviembre en el marco del juicio, Taub dijo haber hablado con el torturador alias Saracho, y con otro uniformado, que relató que eran de nacionalidad uruguaya, pero posteriormente le fueron mostradas fotos de militares en uniforme y con sombrero que no pudo identificar porque él siempre se había relacionado con gente vestida de civil.

Para el 21 de abril el calendario lleva los nombres de Daniel Rey Piuma, quien ya fue citado en dos ocasiones pero no se presentó, y de Macarena Gelman. Además de centrarse en los casos de Orletti, la declaración de Gelman, según fuentes cercanas a la Fiscalía, estará vinculada al rol institucional que está desarrollando como integrante del Grupo Verdad y Justicia. Se centrará en todos los casos, hará una síntesis de todas las cuestiones del juicio relacionadas con Uruguay y pre- sentará material documental adicional a lo que ya se ha entregado. Se espera que lleve, por ejemplo, el legajo militar de Ricardo Chávez Domínguez, que todavía faLta en las actas del juicio y en el cual, como ya ha pasado con los legajos de Jorge Néstor Troccoli y de Juan Carlos Larcebeau, podría encontrarse documentación valiosa a fin de establecerse responsabilidades.

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