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Julio Trostchansky y Jorge Basso durante el lanzamiento de un curso de medicina cannábica, ayer, en el Sindicato Médico del Uruguay. Foto: Santiago Mazzarovich

La receta más verde

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El MSP autorizó terapias con cannabis para 13 pacientes, diez de ellos menores de 15 años.

No es fácil acceder a las terapias con marihuana. Primero hay que lograr que un médico la recete, algo no muy frecuente a causa del desconocimiento o los prejuicios que el Sindicato Médico del Uruguay (SMU) detecta entre los suyos. Luego se precisa una autorización del Ministerio de Salud Pública (MSP); cuando no llega, los pacientes tienen que buscar en el mercado negro o el gris, porque no hay empresas que produzcan o importen cannabis medicinal. El sindicato y el ministerio impulsan un curso y dos estudios para avanzar en el tema con rigor y cautela, dentro de la ciencia, remarcan, y lejos del chamanismo.

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“Tengan claro que el SMU tiene posición y participa en la lucha contra las adicciones que generan problemas en la sociedad”, atajó el presidente del sindicato, Julio Trostchansky, que abrió la conferencia de presentación del primer curso del medicina cannábica de Latinoamérica. El médico aseguró que no hay contradicción entre apoyar el combate a las drogas y apoyar los usos medicinales de la marihuana. Y, de paso, manifestó conformidad con la baja de espirometrías positivas a partir de la aprobación de la ley de tolerancia cero de alcohol para conductores.

Organizado por el SMU, la Junta Nacional de Drogas (JND) y el Centro Internacional de Educación, Investigación y Asistencia Etnobotánica, el encuentro traerá a especialistas de varios países. Tres de ellos: Roger Pertwee, neurofarmacólogo de la Universidad de Aberdeen, Escocia, uno de los investigadores que descubrieron la anandamida, un cannabinoide que se genera en el organismo; Mark Ware, profesor adjunto de Anestesia de la Universidad McGill, Canadá, experto en el uso del cannabis para combatir el dolor; Donald Abrams, jefe de Matoncología de la Universidad de California, Estados Unidos, estudioso de la aplicación de cannabinoides para pacientes con sida o cáncer.

“Son invitados con un alto estándar académico: no vienen pot doctors [“doctores del porro”, en inglés], como se les llama a los médicos que prescriben cannabis porque sí”, aclaró Raquel Peyraube, médica que militó a favor de la aprobación de la ley que regula el cannabis, aprobada en diciembre de 2013, y que impulsó el decreto de febrero de 2015 que reglamenta la investigación científica sobre marihuana y sus usos farmacéuticos. Peyraube, además, trabaja desde hace años con terapias de cannabis para adictos a la pasta base y pacientes con artritis reumatoidea, esclerosis múltiple, cáncer, acompañamiento de quimioterapia, epilepsia, dolor neuropático y migrañas, y fue el primer nombre en el que pensó el SMU para diseñar y coordinar el curso, cuando les picó la inquietud de la falta de formación -e información- que hay en la comunidad médica sobre una sustancia permitida, aunque de difícil acceso.

Cambio dolor por libertad

75% de la población del mundo no tiene acceso a medicamentos opioides -como la morfina y la codeína- para controlar el dolor en casos de enfermedades terminales, según datos de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. Milton Romani, secretario general de la JND, es quien tira el dato: considera que “correr el velo del prohibicionismo” permite que los estados se abran a las posibilidades terapéuticas de la marihuana, lo que, para el jerarca, corre en un carril alejado del crimen organizado. “Concentremos la aplicación de la ley en el lavado de dinero, la corrupción y los grandes traficantes”, propuso.

“No hay cannabis medicinal legal en el país”, dijo Julia Galzerano, responsable de la Comisión de Adicciones del SMU. En el borde entre lo permitido y lo que no, algunos médicos uruguayos (no hay registro de cuántos) lo recetan, pero el camino que tiene que recorrer el paciente con la receta verde en mano es “engorroso, en especial para un paciente que de por sí tiene una enfermedad grave”, en palabras de Peyraube. Muchas veces, contó la médica, las mutualistas prescriben otros medicamentos, aunque el cannabis sea el más adecuado. En otros casos, los médicos firman las recetas y los pacientes terminan yendo al “mercado gris”, como se les llama a los cultivadores o miembros de clubes que venden o regalan su cosecha. “Es gente que produce legalmente, pero sin testeos, sin control de calidad o dosificación”, agregó la doctora y militante, que entiende que las dos raíces del problema son el desconocimiento por parte de los profesionales y los reparos éticos.

Leticia Cuñeti es docente de Farmacología en la Facultad de Medicina, nefróloga y especialista en bioética, y también identifica las reticencias. Sobre eso -la ética en la investigación y en la clínica- tratará su charla en el curso: “La gente no es completamente objetiva y hay evidencia a favor y en contra, pero nosotros defendemos la idea de que hay que considerar todo y después evaluar. No hay que adelantarse a sacar conclusiones por los preconceptos que todos tenemos”.

“Hay cosas que no son opinables: uno no puede seguir opinando si existe o no un sistema endocannabinoide, si existen o no existen los receptores. Al diabético le damos insulina cuando la que genera su cuerpo no alcanza o no tiene, y con el sistema endocannabinoide pasa lo mismo”, opinó Peyraube. La especialista identificó los prejuicios que sobrevuelan a la medicina cannábica y dijo que no se trata de “chamanismo occidentalizado”, como sí pasa con los cultivadores que, como “chamanes o gurús”, recetan cannabis no regulado y a veces incluso el prensado paraguayo, que puede contener sustancias nada vegetales. “También es cierto que están ocupando un espacio que el Estado no está habitando”, matizó.

La maleza burocrática

Ya con la receta estampada con la rúbrica de un médico especialista, el paso siguiente es un trámite ante el MSP, que debe habilitar la terapia, ya sea en presentación sublingual, en aceite, en vaporizador o en crema. El SMU desaconseja el consumo en infusiones, comidas o en formato de porro. El ministro de Salud Pública, Jorge Basso, dijo ayer que sigue abierta la puerta para empresas que quieran elaborar o importar especialidades de cannabis, previo registro en el MSP, pero aún no llegaron solicitudes de firmas locales o internacionales, por lo que hay que importar el cannabis, en su mayoría desde Washington o Colorado, Estados Unidos. Algunos pacientes viajan por su cuenta hacia el norte para conseguir ellos mismos el producto.

El procedimiento es el mismo que para cualquier otro medicamento que aún no esté registrado en Uruguay, y se denomina “uso compasivo”, un término que el ministerio tiene pensado cambiar. “Debe utilizarse en forma excepcional y no rutinaria”, afirmó. Entre 2015 y 2016, 13 personas pasaron el filtro: sólo tres son mayores de 15 años, y la mayoría sufre de epilepsia refractaria. Peyraube contó que conoce “muchos más” casos que presentaron el recurso ante el MSP y les fue rebotado.

Verde es el nuevo blanco

Basso declaró preocupación por generar conocimiento científico riguroso sobre la planta en cuestión, como insumo para que el suministro sea eficiente. El MSP ya aprobó un proyecto de investigación y tiene otro en camino.

El primero, explicó Cuñetti, pretende determinar la eficacia de la marihuana medicinal -en particular de uno de sus componentes, el cannabidol (CBD), que no es psicoactivo- para reducir el consumo de pasta base y cocaína. El equipo, integrado por académicos de la Facultad de Medicina, el Hospital de Clínicas y algunas ONG, planea hacer el seguimiento de 60 pacientes durante 12 semanas. La otra investigación en camino, que según Basso está en proceso de afinar detalles, apunta a estudiar los beneficios del CBD en pacientes con epilepsia refractaria. Trostchansky, presidente del SMU, dijo que entre los médicos hay “entusiasmo” tanto por las investigaciones como por el curso. ¿Y las resistencias? “No hemos tenido ningún conocimiento”, contestó.

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