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La llegada de personas de los más diversos destinos a nuestro país no suele ser noticia. Algunas se establecen como inmigrantes. Otras solicitan permanecer en nuestro territorio como refugiados. Sin embargo, en algunas oportunidades, sea por las características de los viajeros o por el empobrecimiento del contexto informativo local, algunas travesías se transforman en noticias espectaculares que buscan la atención del lector apelando al sensacionalismo, más que a la conciencia crítica.

Es el caso de dos jóvenes de Tanzania que llegaron al puerto de Colonia el 21 de abril, como pasajeros irregulares en un barco de carga, y cuya historia fue difundida por el diario El País este miércoles 18 de mayo.

¿Qué sabemos de estos jóvenes al leer la nota?

No mucho.

“Vienen de África”, nos informa el título. Más adelante nos enteramos de que provienen de Tanzania, un país dentro de ese extenso continente a menudo comprendido como una totalidad homogénea. “Comen galletitas” (al parecer, el único rasgo civilizado que portan) y “sólo” dicen nombres de tres jugadores de fútbol uruguayos.

Podemos imaginar que el “sólo” refiere al idioma español. Podríamos invertir los términos: sólo comprendemos tres palabras, dentro de todo lo que esos jóvenes tienen para decir en su idioma, uno que nosotros no comprendemos.

Del contexto de origen se nos informa poco y nada. Limpiaban parabrisas de autos. ¿Puede algún lector uruguayo imaginar una referencia más directa a la pobreza urbana y las formas de subsistencia informal más estigmatizadas de nuestro contexto social?

Sufrían xenofobia, eso nos alcanza para pensar en violencia colectiva, y para la individual tenemos el hecho de que presenciaron un asesinato.

¿Qué les espera aquí? ¿Una foto en el diario? Quizás alguien pueda reconocerlos y tenderles una mano. ¿Ayuda humanitaria, refugio? De los múltiples significados posibles que la palabra refugio permite, éste que se da a entender en la nota todavía no está garantizado. Los jóvenes hicieron la solicitud formal de refugio, y -en tanto ésta se tramita- tienen la posibilidad de permanecer de forma regular en nuestro país. Luego se verá si se les otorga o si deben dar continuidad a su residencia como migrantes.

“Acá es bueno”, dijeron a los periodistas; ese mensaje se reafirma. Sí, también comemos galletitas, tenemos personas que limpian vidrios en las esquinas y jóvenes que atraviesan fronteras por los medios más diversos, buscando un horizonte de oportunidades que no creen divisar en nuestro país. Puede no ser el ideal, pero hay algo en el texto que deja implícita la idea de que sí debería ser bueno para estos jóvenes polizones. Al final de cuentas, vienen de África, sólo dicen tres palabras, y no viajan en ómnibus ni en avión.

Desde el Núcleo de Estudios Migratorios y Movimientos de Población (Nemmpo) del Departamento de Antropología Social, en coordinación con el Centro de Lenguas Extranjeras (Celex), ambos de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, y en diálogo con otros actores sociales como la ONG Idas y Vueltas y el Servicio Ecuménico por la Dignidad Humana (Sedhu), llevamos algún tiempo abordando este tipo de situaciones. Buscamos comprenderlas, producir conocimiento sobre ellas, pero también ayudar a mejorar las herramientas que hoy tenemos para trabajar sobre las problemáticas concretas por las que atraviesan migrantes y refugiados que llegan a nuestro país, pensando en la posibilidad de construir lineamientos para una política pública orientada a poblaciones migrantes -la gran ausente de las políticas sociales en la actualidad-.

No nos sorprende encontrar noticias como ésta, pero menos nos sorprende encontrar jóvenes como Abu y Saidí.

¿Qué los hace diferentes? El exotismo que proyectamos sobre ellos. La forma como vemos el color de su piel, el desconocimiento que tenemos de su lengua, la vista gorda que en general hacemos frente a los peligros por los que atraviesan muchos seres humanos en busca de oportunidades.

No son, de hecho, distintos de otros tantos, de diferentes países de África, Europa, Oriente Medio o Asia; de República Dominicana, Cuba, Perú, Chile, Brasil, Argentina; ni de nosotros mismos, cuando nos encontramos fuera del “paisito”. Hablan inglés, leen y escriben en su swahili (la misma lengua que comparten otros 80 millones de personas en nuestro planeta), apuestan por crecer más allá de las fronteras nacionales. Participan, junto con otros tantos, en los talleres de computación que se dictan en FHCE una mañana por semana. Sin embargo, nada de esto los hace noticia.

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