Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento del circuito literario local reconoce en el nombre de Martín Barea Mattos al organizador de Ronda de poetas, un ciclo activo desde hace una década, en el que ha leído prácticamente todo escritor con intenciones de dar a conocer su producción. Lejos de conformarse con eso, Barea ha sido jurado en concursos literarios y ha seleccionado poetas para diversas antologías y festivales, además de ser el ideólogo y gestor del Mundial poético, encuentro internacional que ya lleva dos ediciones. Aparte de su desempeño como artista plástico, es performer y, por supuesto, poeta.
Semejante actividad ha posicionado a Barea Mattos en el epicentro del ámbito literario local, por las redes sociales que ha tejido y por su capacidad para convocar, difundir y generar impacto, tanto con sus textos como con los de terceros. Por eso, un nuevo libro suyo es un hecho de trascendencia en nuestro panorama cultural.
Tanto el título como la portada parecen sugerir una propuesta conceptual y una estética sucia, de lo barato o lo mal hecho. Y, si bien es cierto que algunos pocos poemas pueden leerse desde esa óptica, en la mayoría de los casos poseen mayor elaboración y mejor factura, constituyendo verdaderos hallazgos poéticos, en un tono melancólico que permea todo el libro: “La tormenta era torrente de ruido / como cuando brotan en la intersección de las calles / borbotones de caños de agua rota. / Como cuando se rompen tus ojos y el televisor llueve”.
Otra de las sorpresas que presenta el libro es que, pese a proponer una crónica de los tiempos que corren, ancla sus raíces en poesía anterior al siglo XX. Charles Baudelaire es el caso más claro, no sólo porque Carlos Baúl del Aire es el alter ego de la voz poética de Barea, sino también porque en varios poemas se reconocen referencias a Las flores del mal (1857) -la “carroña”, la “judía horrible”-. Fue ese poeta francés quien llevó por primera vez la vida de las grandes metrópolis industriales al verso, y su idea de que la poesía debía encontrar la belleza en lo que es considerado feo parece haber dejado una fuerte huella en Barea Mattos.
El ejercicio de imaginar a un Baudelaire horrorizado, recorriendo avenidas y shopping centers en pleno siglo XXI, puede entenderse como un burdo resumen de la propuesta que realiza Made in China.
Más allá de ese guiño, el nombre Baúl del Aire se puede leer como algo vacío o inútil, muy a tono con el consumismo denunciado por el libro, en el que la sociedad entera es vista como un enorme supermercado donde todo es comercializable: “Sí, mi amor. Contale los dedos / que van a tener con vos una fiesta de descuentos. / Que guardo el deseo y la oferta divina / de los amores descompuestos”.
No es tampoco caprichoso que Dante Alighieri y su Divina comedia estén entre los hitos literarios más mencionados: el camino espiritual y la búsqueda de la divinidad en aquel poeta toscano resultan una antitésis del mundo moderno con su lógica de comprar, usar y descartar.
Hay otras influencias en Barea Mattos, conocedor como pocos de la poesía producida actualmente en el país; pueden reconocerse algunas expresiones y versos con aroma a tal o cual autor. Resulta evidente que, aunque no se haya dedicado a escribir ensayos al respecto, ha sacado sus conclusiones sobre el panorama poético actual y las tendencias que vale la pena explorar en él.
Made in China es un poemario sólido, con una visión muy aguda de los tiempos en que vivimos y su implacable lógica. Hay trazos de humor y una sensación, también emparentada con Baudelaire, de que la condición de poeta pertenece más al pasado que al presente: “No es época de poetas versan los televisores / como un espectro de amplio espectro”. Y sin embargo, o justamente por eso, la poesía se presenta como la única forma de nadar, aunque sea por un rato, contra la corriente del consumo.