Si bien en los últimos días la discusión pública sobre asesinatos de mujeres por parte de hombres se concentró en algunos artículos de Hoenir Sarthou y de Mariana Contreras (a veces, unos respuesta de otros), el tema viene madurando (o echándose a perder, que es otra forma de lo mismo) en varios ámbitos.
Como en toda discusión que se precie, los números se suelen manejar sin cuidado. No es pertinente decir que sólo 10% de los crímenes consiste en muertes de mujeres por violencia doméstica. No son cosas comparables en cuanto al tema en cuestión, porque que alguien asesine a su ex porque sospecha que formó una nueva pareja no tiene causas en común con que un sicario acribille a un narcotraficante, por ejemplo. Tampoco es válido decir que son asesinados, en total, muchos más hombres que mujeres, sin tener en cuenta que los matadores de esos hombres suelen ser de su mismo sexo. Este tipo de “comparación de lo incomparable” se puede usar, a lo sumo, para dar una idea de la magnitud de algo. Por ejemplo, una vez leí que una cebra tiene menos probabilidades de ser devorada por un león que un ciudadano de morir en un accidente de tránsito. Son cosas bien distintas, pero la imagen sirve para transmitir la idea de que la vida de las cebras es bastante más tranquila que la que muestran los videos de Youtube. En otro extremo, comparar las rapiñas en las que participan o no participan menores tiene mucho más sentido, siempre que estemos discutiendo sobre la relación entre violencia y franja etaria.
Datos relevantes, por lo tanto, serían: 1) cuántas personas (en números, no en porcentajes) fueron muertas por su pareja o ex pareja en determinado período; 2) cuántas de ellas eran mujeres y cuántos eran hombres. Se hace algún test estadístico simple y se ve si la variable género tiene algo que ver con la probabilidad de morir de ese modo. Aviso que se llega a que sí, y a que dicha asociación es muy fuerte. Si agregamos datos de otros años y otros lugares, la contundencia del análisis aumenta. Además, se puede, más allá de la estadística, valorar subjetivamente si el número global de estas muertes es alto o bajo, sin compararlo con otros tipos de crimen ni con otros tipos de muerte. ¿Medio centenar por año es una cifra relevante? Se dirá que cualquier cifra es relevante cuando se trata de temas tan graves; pero si estuviéramos hablando de 50 muertes por siglo -aunque seguiría siendo horrible y las pruebas estadísticas darían los mismos resultados- no les daríamos tanta trascendencia.
Que los usuarios habituales de términos como “feminazi” recurran a falacias numéricas o lógicas para quitarle voltaje al tema tiene, como suele ocurrir, diversas causas. Algunas bastante irracionales, como puede ser la irritación (no exenta de justificación) frente al discurso de algunas mujeres que parecen estar en guerra contra el género masculino en general, y no contra el machismo en particular. Pero abarcar a todo sentimiento feminista dentro de esa postura es tan absurdo como lo que se está criticando. Otras visiones, más sensatas, cuestionan algunos aspectos de la ley que crea el delito de “femicidio”. No seré yo quien niegue que tal vez les asista algo de razón, o mucha. El problema es que unos y otros argumentos suelen venir juntos, y sostenidos por las mismas personas. No se puede dejar de lado, alegremente, que si más de la mitad de las mujeres asesinadas lo fueron en manos de sus parejas o ex parejas (frente a un porcentaje mucho más bajo de hombres) estamos frente a una realidad que hay que atacar de algún modo, en vez de tratar de minimizarla o ridiculizarla. Ese es el problema. La posible pobreza de argumentos de uno u otro lado es un problema también, pero otro. Si la ley viola algún principio, como el de que todos somos inocentes by default, bueno, pensemos en alguna solución para que cuando una mujer denuncia que ha sido maltratada y amenazada no ocurra lo de siempre, o sea, que días después el tipo vaya y la prenda fuego con todo lo que tenga alrededor, incluyendo hijos y otros parientes, porque no se podía hacer nada hasta que se demostrara que la denuncia tenía fundamento. Cuando la comprobación de culpabilidad requiere, tan a menudo, un asesinato posterior a la denuncia, no podemos aferrarnos a normas generales que -tal vez- fueron pensadas para delitos ya cometidos. O no sé, hay que inventar algo nuevo; esta ley es un intento, pero puede haber, y seguramente haya, ideas mejores.
Por último, hay un concepto que, a pesar de que el primero que lo agitó por estos lares fue Eleuterio Fernández Huidobro, viene ganando terreno: todo esto de la nueva agenda de derechos es algo que se inventó en los centros de poder mundial, probablemente para distraer las luchas populares de su verdadero cometido revolucionario. Bueno, no sé si es así, pero permítaseme razonar: tanto el capitalismo como la costumbre de considerar a las mujeres una parte de nuestros activos son injustos y brutales. Por eso es malo el capitalismo, y no porque las monedas sean antiestéticas o insalubres. Y que alguien le parta la cabeza de un hachazo a su pareja (por más que después se suicide) no parece estar en sintonía con el proceso de emancipación de los pueblos.