El 24 de julio, el Frente Amplio (FA) realiza sus elecciones internas. Tímido debate. Excesos de diagnóstico. Sin demasiada participación. Sin profunda discusión ideológica. Todo previsible, menos su resultado.
En el marco de los cierres de campaña de cada candidato, han proliferado columnas de opinión y apoyos en medios de comunicación y redes sociales. En particular, consideramos una, la de Martín Couto, publicada ayer en la diaria. Sin mención expresa de candidato, pone el foco en la importancia de la instancia, dando cuenta de la resolución y publicidad de su voto, tan pública como su pertenencia a un sector político.
Suscribimos algunas de sus preocupaciones: necesidad e importancia de votar el domingo, compromiso ético, retorno de la alegría y militancia, distribución de responsabilidades y desgaste democrático. Sin embargo, además, sostenemos complementariamente otras razones, matices y disensos.
Es cierto que no está en juego todo el curso del gobierno. Pero también es cierto que sí lo está su relación con la fuerza política. El FA mantiene en el debe la construcción del contrarrelato, discurso que muchos invocamos pero que nos cuesta arribar a su determinación. Nuestro compromiso ético consiste en profundizar esta discusión.
Así las cosas, en términos de impacto de políticas públicas, existe, en el imaginario colectivo, que el segundo gobierno fue más radical que el primero. El criterio es la aprobación e implementación de normas relativas a la nueva agenda de derechos. Sin embargo, si se toman en consideración reformas estructurales (como la de la salud o tributaria), con la finalidad de disminuir la desigualdad, corresponden al primer gobierno de Tabaré Vázquez. Desde entonces, los uruguayos somos un poco más libres, un poco más iguales.
Algunos interrogantes: ¿la nueva agenda no es, en cierta medida, también un reflejo de una nueva dimensión de individualismo? ¿Poner tanta atención en la agenda no nos obstaculiza la visión del objetivo a largo plazo? ¿No existen intereses individuales relacionados directamente con una condición de clase, desatendiendo otras contradicciones evidentes de nuestra sociedad?
Entonces, alfombras hay muchas y es nuestro deber tirarlas. Pero existen dos que, particularmente, merecen ser incineradas: izquierdómetro hereditario, como un medio, y nueva agenda de derechos, como un fin.
Puede ser insuficiente la medición -por izquierda- de actores y organizaciones en comparación con la cercanía o lejanía a la nueva agenda, solamente. Puede ser un riesgo que no parezcan tan importantes, ni estén tan presentes en el debate interno, la indigencia, la marginalidad o la dificultad en el acceso a la educación o la salud de calidad de que pudieran adolecer aún algunos uruguayos.
Es claro que defendemos las políticas de matrimonio igualitario, acceso a la salud sexual y reproductiva y las todavía rezagadas políticas de género, entre otras tantas. Todas ellas vinieron de la mano de la izquierda en el gobierno. Pero eso no quiere decir que la nueva agenda, por sí sola, resuelva los antagonismos. No puede monopolizar nuestro debate ideológico. ¿Por qué? Porque no son fines en sí mismos. Sin relato, sin conciencia y sin acceso equitativo a bienes y servicios, todos estos derechos son sólo para un conjunto reducido de la sociedad y no para todas las personas.
Es cierto también que debemos exigir que el poder se comparta. Pero el fundamento queda rengo si lo hacemos sólo en función de la calidad de joven, mujer o afro.
Hay algo más
El compromiso es ético pero también es político, es ideológico. En las elecciones internas del partido de gobierno (de todos), no debiéramos discutir en términos de en qué manos está el poder. La clave es más bien cómo se redistribuye.
Como militantes de izquierda, los debates ideológicos son los que promueven la distribución de poder en cada una de las relaciones sociales: económicas, laborales, de género, generacionales, en los medios de comunicación. Se trata de equilibrar la desigual distribución, si realmente pretendemos generar mayor equidad.
Todo ello es el largo etcétera que sí está en juego
Recuperar la política es discutir medios y fines.
Estamos de acuerdo con que un proyecto de izquierda genuina no se agota en un ciclo electoral ni en la consecución o conservación de un gobierno. También sabemos que no se construye izquierda a puro paper desde la militancia rentada en la administración pública.
Pero, en tiempos de descontentos, y cuando la derecha nacional y regional nos quiere convencer de un inminente fin de ciclo, la alternativa de izquierda debe ser más política, más ideología, más radicalización de la Democracia.
¿Y para qué deberíamos radicalizar la Democracia? ¿Para vivir en un mundo más alegre? Sí, claro, pero, sobre todo, en un mundo mejor.
Nuestro compromiso debe ser con y en el FA, por izquierda y con la gente.