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Habemus yanqui

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La iglesia católica elige como papa, por primera vez, a un estadounidense, que además es joven: Lenny Belardo, que opta por ser llamado Pío XIII. El carismático Belardo (interpretado por Jude Law) es un personaje complejo, y debe lidiar al mismo tiempo con las responsabilidades de su cargo, con las tramas de poder dentro del Vaticano y con sus propios conflictos internos.

Poco más que lo antedicho se sabe acerca de The Young Pope (“el joven papa”), debut como director de una miniserie televisiva del napolitano Paolo Sorrentino, famoso por La gran belleza (2013), ganadora del Oscar a la mejor película no estadounidense, y cuyo siguiente film fue, el año pasado, Juventud, con Michael Caine y Harvey Keitel.

Los dos primeros capítulos de la serie, coproducida por Sky, Canal+ y HBO, serán estrenados el 3 de setiembre en el Festival de Cine de Venecia. Habrá ocho episodios en total, y en el elenco está Diane Keaton en el papel de una monja. Presentar una producción televisiva en ese festival es un hecho inusual; que su director, Alberto Barbera, comenzó diciendo que “es un gran placer y un privilegio” dar a conocer esta obra de Sorrentino, alguien “que tiene el valor de arriesgarse, afrontando a su manera -es decir, sin temores y con el espíritu de siempre: creativo e innovador- el lenguaje de las series, que representa la nueva frontera de expresión con la que muchos autores, sobre todo extranjeros, ya se han medido”.

Sorrentino destacó, a su vez, que el festival “asume el riesgo de elegir”, y que, como lo hizo hace 15 años con su primera película, muestra su apertura, reconociendo el papel actual de las series “en la evolución del lenguaje visual”. Acerca de The Young Pope, adelantó que trata de “los claros signos de la existencia de Dios y los claros signos de su ausencia”, de “cómo la fe puede ser buscada y perdida”, de “la grandeza de la santidad, al punto de que puede ser insoportable cuando estás combatiendo tentaciones y cuando lo único que puedes hacer es ceder a ellas”, de “la lucha interna entre la enorme responsabilidad” de ser papa y “las miserias del simple hombre al que el destino (o el Espíritu Santo) eligió” para esa tarea, y “de cómo manejar y manipular el poder en un Estado cuyo dogma e imperativo moral es la renuncia al poder y el amor altruista al prójimo”.

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