El domingo 24, el Frente Amplio (FA) llevará a cabo elecciones para sus organismos permanentes de conducción -los plenarios de los 19 departamentos y el Plenario Nacional, todos con representantes de los sectores políticos y de “las bases”-, para las presidencias departamentales y para la presidencia del propio FA. A la campaña por este último cargo -en la que participan José Bayardi, Roberto Conde, Javier Miranda y Alejandro Sánchez- se le ha dedicado la mayor parte de la publicidad -no muy abundante-, y es la que recibe mayor atención de los medios. Sin embargo, se trata de una posición cuya importancia (más allá de la visibilidad que otorga) depende por completo de lo que represente en términos políticos quien la ocupa, y no de sus insignificantes potestades estatutarias. Ni siquiera le corresponde al presidente, en los papeles, algún papel de representación externa del FA.
A lo largo de 45 años de historia frenteamplista, en un par de períodos los presidentes tuvieron (pero no por serlo) niveles de popularidad y prestigio superiores a los de cualquier dirigente sectorial: así ocurrió con Liber Seregni a la salida de la dictadura, y con Tabaré Vázquez antes de que fuera elegido presidente de la República en 2004. Pero también puede haber un presidente sin poder propio, como lo fue Jorge Brovetto cuando sucedió a Vázquez y actuó más bien como su representante, esforzándose para que el FA no le complicara la vida, o uno que haya perdido autoridad y afronte una conflictiva y desgastante convivencia con otros dirigentes, como le pasó a Seregni en los últimos años de su presidencia, antes de que renunciara a ella en 1996.
Hasta hace unos años la presidencia se elegía en el Congreso a propuesta del Plenario Nacional, es decir atendiendo a una evaluación de los dirigentes sobre quién debía ocupar el cargo. Era un común denominador definido en las alturas, en el marco de una relación organizada mucho mayor que la actual con los militantes y votantes. En 2012 se optó por la votación directa a padrón abierto, entre propuestas con apoyo sectorial, que ahora se repite. La elección presidencial se convierte en una medición de fuerzas más, coyuntural y relativa.
El cargo podría volver a cargarse de significado en dos escenarios: si la mayoría de los dirigentes sectoriales decidiera tomar cierta distancia de Vázquez; o si el próximo presidente del FA lograra convocar a un elenco social y cultural que genere propuestas nuevas. Los perfiles y apoyos de cada candidato los muestran más o menos capaces de ubicarse en una u otra circunstancia, pero el problema de todos es la perspectiva de una votación escasa (probablemente se podrá ganar con la cantidad de votos necesaria para obtener un diputado en las elecciones nacionales). En una especie de círculo vicioso, a menor votación corresponderán menos probabilidades de que el elegido pueda reactivar la participación futura, y con ella la vitalidad del FA. Pero ese objetivo, tan difícil de alcanzar, parece ser la única vía para revertir la crisis actual y apuntar a que el frenteamplismo vuelva a ser fecundo.