Ingresá

Graciela, frente a su casa de la calle Jacinto Alvariza, en San Carlos, Maldonado. Foto: Juan Manuel Ramos

Con las ganas intactas

7 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

No hay espíritu festivo, pero hay ganas de salir adelante. Algunos la tienen más difícil que otros, pero no por eso bajan las brazos. En estos días, los que pasan por la esquina de Alvariza y Araújo, en el barrio Estación, se encuentran con lo que parece ser una feria americana de ropa de segunda mano. Hileras de championes, ropa ordenada por criterios que no son claros sobre la misma tierra que, ahora sí, recibe el potente calor del sol. Ahí está Graciela, en pleno mediodía de San Carlos, unos días después de la tragedia. Cuenta que está dejando la mercadería a secar, porque quedó todo empapado. No es, entonces, una feria americana ni un puesto al aire libre para llamar la atención de los transeúntes. Es un negocio precario al que se le voló el techo, así que, con la ayuda de un vecino, se las ingenian para colocar, al ritmo que se pueda, un palo tras otro para montar una nueva estructura que -Graciela lo sabe muy bien- no podría resistir otra tormenta como la pasada. “Está pronosticada una turbonada para el domingo”, avisa con temor. Y se dice a sí misma: “¿Qué hacemos si pasa otra vez?”. Esa es la pregunta fantasma que ronda a muchos vecinos que, en el apuro de lo urgente, tampoco ahondan demasiado en esa cuestión. Como Washington, que se solidarizó con Graciela y que ahora traslada bolsones de pórtland en lo que queda de su negocio. Pocas donaciones llegaron hasta allí, y se las arreglan como pueden. Cuenta Washington que tiene dos bebas y que, a pesar de que se le voló el techo de su casa, pudo sentir un fuerte alivio, porque cuando reventó el cielo las dos bebas estaban en la casa de su madre. Ahora viven todos allí hasta que consigan otro techo de chapa. Le contamos a Washington que están llegando donaciones, pero su mirada es confusa. Después de la tormenta se quedó sin celular y sin televisor.

“Hay empresas que se han contactado con nosotros por donaciones de chapas y materiales, que no quieren ir por intermedio del Estado. Además, no quieren decir quiénes son. Una persona quiere donar 5.000 chapas pero quiere la garantía de que lleguen a la gente”, explicó a la diaria el presidente de Atenas de San Carlos, Elis Caballero, quien también anunció que la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), por intermedio del club que preside, había concretado una donación de cerca de 20.000 dólares en pórtland. Atenas de San Carlos se afilió a la AUF en 2001. El dirigente contó que la AUF tiene acuerdo con una fábrica de pórtland por un tema de patrocinio, y recibe un precio especial. Entonces, como es demasiado pórtland, con la intermediación de dos barracas se cambia por otros materiales. Washington, como tantos otros que viven ahí cerca, no está al tanto de estos manejos, y mucho menos de que hay chapas a disposición de la gente cuyos hogares quedaron dañados o, directamente, sin techo. Algunos vecinos colocaron lonas para cubrir el vacío. Otros dejaron todo como estaba y se fueron a la casa de un familiar o de un conocido, con todo encima, claro, porque “si no, te afanan”. También están los casos, cuentan a la diaria en la sede de Atenas de San Carlos, de familias poco vinculadas que llegaron al Cedemcar (espacio deportivo comunal) con lo puesto. A ellos, y a un montón de personas, instituciones y empresas que llegan con donaciones (alimentos, ropa, juguetes), los recibe una cuadrilla de scouts. Son voluntarios que ordenan el material y luego lo entregan a quienes necesiten alguna cosa. En el parqué de la cancha de básquetbol reposan miles de bolsas. Detrás de un aro hay unas diez cocinas. “Los tenemos calados”, aclara Timoteo Carrasco, el encargado de deportes del club, al que ahora le toca liderar la “empresa” de donaciones, ante la pregunta de cómo actúan si una misma persona se presenta más de una vez. En las gradas hay un psicólogo que, según cuenta a la diaria, está allí para dar una mano en caso de que alguien lo necesite. Porque los daños no son sólo materiales. Timoteo hace un cambio de marcha, y con gran excitación quiere mostrar la piscina, que -ya habían contado los vecinos de la zona- recibió tal impacto que el techo cayó en varios pedazos y los ventanales de vidrio reventaron. Es una composición que podría asociarse con una tragedia sísmica. La chapa, como otros materiales no muy resistentes que habían sido colocados en 2004, no resistió la turbonada. Ahora en el club esperan la reconstrucción, aunque saben que va a demorar.

El presidente del Comité de Emergencia Departamental y secretario general de la Intendencia de Maldonado, Diego Echeverría, declaró a FM Gente que en el temporal de San Carlos falleció una mujer luego de que una pared le cayera encima. Además, otras 30 personas resultaron heridas. Tres de ellas se encuentran en estado crítico.

Historias mínimas

En la noche del desastre, como ya uno se acostumbra a escuchar, el presidente de Atenas de San Carlos tuvo que salir corriendo de su hogar porque su madre, de más de 80 años, vive sola y en una casa con techo de chapa, a una cuadra y media de distancia. “Cuando paró un poquito, descalzo como estaba, me puse un pantalón y salí para la casa de mamá. Sé que tiene una cantidad de árboles y columnas. Cuando llego, veo unas luces que estaban totalmente tapadas por las ramas de un árbol. Eran las lucecitas de una camioneta, de la que los trabajadores intentaban salir. Ese árbol partió a la camioneta al medio, pero se salvaron. A mi madre no le pasó nada porque el viento soplaba para el otro lado. En su cuadra se cayeron todos los árboles, pero no le pasó nada. El viento cruzó en diagonal de sur a norte”. El relato de Caballero sigue con otra “desgracia con suerte”. A cinco metros del jardín de su casa -y a un metro del de Noceti- cayó una antena de 80 metros de largo. La antena es de Claro, y fue colocada en una iglesia hace algunos años. Noceti es un amigo de Caballero que, como tantos otros de la zona, se venía movilizando para que las autoridades entiendan el peligro de “tener un monstruo de 80 metros de largo y dos de diámetro que te puede destruir la casa y la vida”. Caballero llegó a reunirse con el obispo, pero la antena siguió allí. “Nosotros no tuvimos, sinceramente, ningún respaldo ni del municipio, ni de la Intendencia de Maldonado, ni de la Justicia. Es mucho más económico para la empresa poner la antena en el lugar más alto de San Carlos, en la Plaza de la Cuchilla, que poner dos antenas, una en la entrada y otra en otro lugar”.

“Hay cosas que recién después empezamos a ver”, repasa Caballero, y asegura que esto no termina en un cuento o dos. “Hoy me encontré con un muchacho que tenía una producción imponente de lechones para las fiestas, y hubo pocas fiestas, ¿viste? También el de los viveros: se prepara todo el año para producir rúcula, lechuga y abastecer el verano; al Pablo Henry la turbonada le arrasó los viveros. En la pirotecnia lo mismo: quedaron con las ruedas para arriba. ¿Quién puede tener ganas de salir a festejar un 24 cuando tu vecino, tu tío o alguien más cercano está sin techo?”. Cuenta que, comparado con el 24 de diciembre de 2015, hubo una cuarta parte de pirotecnia. “No había espíritu festivo, y no lo hay todavía”, dice. Y es que en cada cruce, en el trámite, el almacén o el bar, siempre hay alguien para contar algo nuevo o reflotar lo de días atrás. El cantinero de Atenas tiene un cuento: donde él vive, en el campo, en una zona aledaña a la ciudad, la reconstrucción quedó postergada porque allí no hay tantas casas. Es el lugar al que no llega ni el donante ni la prensa.

Los voluntarios sindicalizados

Cuando apenas pasan unas horas del mediodía, realizar actividades al aire libre resulta complicado. Los brigadistas del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos (SUNCA), junto con otros voluntarios sindicalizados, se encontraban dispersos por distintos puntos de la ciudad. En la escuela 13 hay actividad, aunque no mucha. Un efectivo de policía da vueltas en la zona, y la directora dice que no puede hablar con la prensa y se retira. Lo primero que llama la atención es el caos en las aulas. Pero eso después pasa a otro plano cuando aparecen los salones sin techo, como el retrato de un apocalipsis pueblerino. Tatiana tiene una remera del PIT-CNT (hay también una camiseta de la Federación Uruguaya de Empleados del Comercio y Servicios) y es la encargada, según resolvió el grupo en cuestión de segundos, de dirigirse a la diaria. “Hicimos de tripa corazón”, dice, y cuenta que cuando llegaron a la escuela se encontraron con las famosas carpetas de fin de año de los alumnos tiradas en el suelo, entre los vidrios rotos y la nube de polvo. Del centro educativo sacaron cuatro camiones de escombros. Según el PIT-CNT, más de 100 brigadistas están colaborando en San Carlos, en diversas tareas. La brigada Agustín Pedroza, del SUNCA, se dedica a las tareas más duras de construcción, explica Tatiana. En diálogo con la diaria, el dirigente Faustino Rodríguez, que trabajó en la reconstrucción de San Carlos, cuenta que los más perjudicados por esta embestida climática “son los más humildes”.

Aprovechando la bolada

Es una casa pequeña que también es un negocio de productos de limpieza. Marianela es la encargada y está de pie, conversando con dos misioneros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, más conocidos como mormones. Son dos jóvenes de traje negro, camisa blanca, tarjeta plastificada en el torso, que dicen que se salvaron del temporal porque viven “del otro lado de Maldonado”. Aprovechan para hacer la recorrida en momentos en que la sensibilidad de las personas aumenta en directa proporción con la necesidad de algunas certezas. Marianela cuenta a la diaria que por suerte el temporal no arrasó su casa, pero reconoce también que es difícil salir del “shock” que se vivió. “Se veía todo blanco”, dice. Entonces se entusiasma, con los mormones parados de fondo, con “cambiar” a partir de ahora, porque son cientos de casas que no soportan tormentas de estas, y “así no se puede seguir”.

Organización vecinal

Son cerca de diez vecinos trabajando en la reconstrucción de una casa que quedó reducida a unos pocos palos y una base, en el barrio Fátima. Hay uno que oficia de capataz porque tiene experiencia, y otro más veterano que, como no puede hacer trabajo físico, se dedica a organizar la jornada, y también habla con la diaria. “Acá trajeron unos palitos y nos tuvimos que arreglar con eso”, cuenta, mientras un niño sin remera corretea por lo que parece ser el frente de la casa. El hombre se queja de que llegaron pocas donaciones, pero también destaca la labor de las asistentes sociales que trabajaron en la zona. Y dice que no todos reciben lo mismo, pero que es normal que eso ocurra. Se gastó los últimos pesos en materiales de construcción, y espera a que avancen para poder volver. La casa de enfrente, a diferencia de la suya, ya fue reconstruida.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura