Esta película explota un terreno similar al de Gilda / No me arrepiento de este amor (de Lorena Muñoz), y si no mediara un tiempo tan breve desde el estreno de ese antecedente, en setiembre de 2016, uno podría pensar en una influencia: la biopic de una cantante argentina queridísima por un público numeroso, con un toque feminista acentuado por el hecho de estar dirigida por una mujer, y que, sin ser marcadamente sectaria, apela a una sensibilidad “nacional y popular” que va a pegar especialmente fuerte entre las personas de simpatía peronista.
Como en toda biopic, el elemento decisivo es la actuación de la protagonista. Mercedes Funes hace un trabajo sensacional. No es propiamente un parecido estricto, pero sí una especie de equivalencia muy lograda. Su registro es más agudo y su timbre menos encorpado que el de Tita Merello. Le falta quizá la marca de época y generación en la dicción, el acento y la colocación vocal, y acentúa un poco más el aspecto reo –o quizá los reos de antes nos parecen menos reos que los de ahora; o quizá ellos tenían que aprender a lucir menos reos para proyectarse en la cultura de masas, un requisito que ahora perdió vigencia–. Pero el hecho es que Funes termina componiendo un personaje preciso y que tiene los atributos que convirtieron a Merello en una figura carismática, llamativa, interesante y atractiva: la porteñez, la insolencia y el atrevimiento desbocados, el humor, el canyengue, la solvencia y expresividad musical en lo tanguero-milonguero, la capacidad de (según la expresión de la propia Tita) “parecer bonita”. La película muestra, no sé si basada en evidencias o como un invento verosímil, la manera en que esa personalidad se fue moldeando, en función de las necesidades de supervivencia en un medio difícil para una persona que reunía las condiciones desfavorables de ser mujer (y no particularmente una beldad), pobre y artista (además, autodidacta). No soy ni ahí un conocedor de Merello, pero supongo que algunos de los parlamentos sensacionales del personaje, muy especialmente en sus reacciones ante las embestidas seductoras masculinas, deben derivar de testimonios, y, en todo caso, si non è vero, è ben trovato.
Debe ser una emoción para un tanguero o un cultor de la cultura argentina urbana de mediados del siglo pasado ir reconociendo entre los personajes a Francisco Canaro, Carlos Gardel, Enrique Santos Discépolo o Hugo del Carril, además de Luis Sandrini, Juan Domingo Perón y Eva Duarte. Quizá en eso, como es obvio, la película se arriesga también a que al conocedor profundo le puedan rechinar las diferencias e inexactitudes. A mi criterio de brasileño, hasta con Gardel se desempeñaron razonablemente bien a efectos del funcionamiento en esta película. Quiero resaltar que el feminismo de este film se vuelca sin esa solemnidad y necesidad de explicitación que caracteriza a algunas películas hollywoodenses recientes. En la primera actuación de Tita como solista ella canta “Mi papito” (“Yo me meto cuando encuentro a un hombre fuerte; / si me casca / me enloquece”), y la narración sencillamente deja que la diferencia abismal con nuestros criterios de ética valga por sí misma, sin necesidad de subrayar su desacuerdo con la postura que expresa la canción y sin omitir –lo que hubiera sido peor– ese aspecto para colorear la obra de “corrección”.
El letrero al inicio aclara que la película está basada en hechos verídicos pero se tomó libertades con propósitos dramáticos. Algunas de las libertades son alevosas: el hecho más grueso es la omisión de las estadías de Merello en México, y en particular de la que fue motivada por persecución política en la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu. Se disminuye además el rol de la carrera cinematográfica de Tita y se enfatiza lo musical –que es mucho más “cinematográfico” que el cine como eje para un relato–. Debe haber muchos más detalles. La no obsesividad (o un cierto grado de ignorancia) es esencial para el disfrute.
La producción es muy ambiciosa para un film latinoamericano: hay una cantidad enorme de actores, extras, músicos y bailarines en escena, escenarios distintos recargados con objetos, vestuario y peinados de época, cachilas. En las escenas musicales, las reconstituciones de arreglos y del estilo tanguero de los años 20, 30 y 40 pasan muy bien. Hay cierto desequilibrio en el relato, que en la primera media hora de película padece de ese problema casi inherente a las biopics que consiste en el apilado de escenas muy breves y sueltas, cada una con la función de ilustrar determinado aspecto o cumplir con determinado paso en la biografía, pero en forma tan corrida que no se establece un presente narrativo, y es como si uno estuviera contemplando una recapitulación (“previamente, en la vida de Tita Merello”...). Luego de eso, el relato va tendiendo a ponerse cada vez más pausado, hasta pasarse para el otro lado, es decir, parece que en algunas escenas se hace sebo para llegar a determinada duración estándar. Uno se vería tentado a suponer que al montajista lo presionaron para comprimir la primera parte del relato, pero luego se dieron cuenta de que se habían pasado de la raya y no hubo tiempo para revisar todo hasta alcanzar un equilibrio. Pero no, no parece ser una cuestión de montaje, porque las propias escenas parecen haber sido concebidas y filmadas con esos distintos ritmos, las primeras basadas en diálogos súper concisos, las posteriores incluyendo silencios, redundancias y climas. Estos últimos quizá rechinen más de lo necesario debido a la música incidental, que es muy molesta en su empeño por sentimentalizar y subrayar cada momento de la narración, y que además choca un poco porque, en su intento de ser simultáneamente tanguera y moderna, remite a una sensibilidad muy distinta, de tango finoli, post jazzístico. Es como si uno fuera a musicalizar una película sobre Louis Armstrong con música de Luis Salinas. Pero es el único tropiezo estilístico grave y que caracteriza a todo el film. Por lo general, Yo soy así es singularmente discreta y ajena a los golpes bajos: véase, por ejemplo, la sutileza con que incluye las muertes de distintos personajes históricos que van ocurriendo en los casi 40 años que cubre la narrativa.
En realidad, hay un golpe bajísimo casi al final, cuando a modo de clímax se muestra el “regreso” de Tita a los escenarios cantando “Volver” (me refiero al recurso onírico que añaden a la escena, único episodio no naturalista). Pero no llego a decidir si ese golpe bajo es realmente bajo en los resultados o una entrega franca al componente de cursilería inherente al tango y a la porteñez, con todo lo que tiene de querible y de intenso. Estoy perfectamente dispuesto a entender a alguien a quien le parezca casi ridículo, y no me daría por discutir eso: lo único que tengo para rebatir es que me funcionó y me conmoví. Es un placer entrar en contacto con ese entorno social-artístico en una película realizada con estándares actuales, con una actuación protagónica sensacional, que rinde un merecido y sentido tributo a una tremenda artista y mujer, y que lidia con una de las más ricas tradiciones culturales de esta región.
Yo soy así / Tita de Buenos Aires, dirigida por Teresa Costantini. Argentina, 2017. Con Mercedes Funes, Damián De Santo y Esther Goris. Grupocine Punta Carretas y Torre de los Profesionales; Life Cinemas 21; Movie Montevideo, Portones y Punta Carretas; shoppings de Las Piedras y Punta del Este.