Ingresá

Es un problema de supervivencia

4 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Se está celebrando en Bonn la 23ª Conferencia de las Partes de la Convención de Cambio Climático (COP 23), que se extenderá hasta el 17 de noviembre. La principal tarea de la reunión es comenzar a definir todos los asuntos que quedaron pendientes tras el Acuerdo de París de 2015. Recordemos que aquel acuerdo, a pesar de los auspiciosos titulares con que fue anunciado, no significó ningún avance respecto de las anteriores decisiones de la convención, y los temas principales no se resolvieron. (1)

Pero la conferencia no empezó de la mejor manera. El secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), Petteri Taalas, presentó durante la inauguración de la reunión, el 6 de noviembre, un avance de su informe “Estado del clima mundial 2017”. Allí se anuncia que este año va a ser uno de los tres más cálidos jamás registrados (los otros dos fueron 2015 y 2016), con episodios de efectos devastadores –huracanes, inundaciones, olas de calor y sequías– cada vez más frecuentes.

Según adelantó Taalas, los indicadores del cambio climático a largo plazo, como el incremento de las concentraciones de dióxido de carbono, el aumento del nivel del mar y la acidificación del océano, siguen aumentando mientras los hielos del Ártico, la extensión del hielo marino de la Antártida y los glaciares continúan reduciéndose. Las consecuencias previstas de estos cambios para la estabilidad de los ecosistemas terrestres, así como la capacidad de producir alimentos y proveer agua para consumo humano, son muy negativas, pero más se teme por las imprevistas.

Sin embargo, seguramente lo más terrible para las autoridades nacionales allí presentes haya sido el demoledor dato que evidencia la inutilidad del Acuerdo de París. Según el reporte de la OMM, la tasa de aumento del CO2 de 2015 a 2016 –es decir, al año siguiente del tan promocionado acuerdo– fue la más alta jamás registrada, a saber, de 3,3 partes por millón/año. Esto supuso que la concentración de CO2 alcanzara las 403,3 partes por millón, la mayor concentración de gases de efecto invernadero jamás antes registrada. Y los datos en tiempo real de diversos lugares específicos indican que los niveles de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso siguieron aumentando en 2017.

Las olas de calor aumentaron en todo el mundo. Las muertes y enfermedades relacionadas con el calor han aumentado de forma constante y el número de personas vulnerables expuestas a episodios de olas de calor se ha incrementado en aproximadamente 125 millones. En varios países, entre ellos Australia, Pakistán, Irán, Baréin, Omán, China, España, Italia, Francia y Estados Unidos, las altas temperaturas alcanzaron niveles nunca antes registrados. En particular en América del Sur, Santiago de Chile registró la mayor temperatura conocida (37,4 °C), lo que contribuyó a la propagación de los mayores incendios forestales en la historia chilena, que arrasaron 614.000 hectáreas de bosque. En Puerto Madryn (Argentina) se alcanzó una temperatura de 43,5 °C, la más alta registrada tan al sur (43° S) en ningún lugar del mundo.

Las sequías fueron extremas en varios países de África y en el sur de Europa. Italia sufrió las más altas temperaturas históricas, lo que provocó enormes pérdidas agrícolas. Según el reporte, los fenómenos extremos afectan a la seguridad alimentaria de millones de personas, especialmente a las más vulnerables. En los países en desarrollo, 26% de los daños y las pérdidas causados por tormentas, inundaciones y sequías de mediana y gran escala recayó sobre la agricultura.

Los eventos climáticos extremos continúan aumentando su frecuencia e intensidad. El índice de energía ciclónica acumulada, que mide la intensidad total y la duración de los ciclones, alcanzó en setiembre su valor mensual más elevado jamás registrado.

Este avance del informe de la OMM contiene 16 páginas con un resumen de datos similares a estos para todas las áreas y aspectos afectados por el cambio climático, como la salud, la economía y los ecosistemas de todo el planeta. (2) La conclusión es evidente: cada vez estamos peor, y los 25 años de negociaciones internacionales sobre medioambiente (clima, bosques, biodiversidad, agua, océanos) han sido completamente ineficaces.

Las prioridades nacionales

La situación del medioambiente global no mejorará, y los impactos negativos tenderán a agudizarse. Ningún país quedará ajeno a esta realidad, y de ahí que sea relevante atender con mayor esmero la conservación de aspectos tan relevantes para la vida como el agua, los suelos, la biodiversidad y los ecosistemas. Si esto era muy importante en el pasado, de ahora en más se tratará de una cuestión de supervivencia. Y no estamos hablando de un futuro muy lejano. La propia secretaria ejecutiva de la Convención de Cambio Climático alertó, tras la firma del Acuerdo de París, que sólo se contaba con tres años para iniciar los cambios radicales que se requerían para evitar el cambio climático peligroso. Ya estamos a dos años de la firma del Acuerdo de París, y esta decisión ni siquiera está en la agenda de la reunión de Bonn.

Los gases ya acumulados en la atmósfera permanecerán al menos durante 1.000 años más, según los datos aportados por la ciencia, lo que significa que más allá de los acuerdos que se alcancen –si se alcanzan alguna vez–, el cambio climático y sus impactos asociados, como el aumento de la temperatura, las sequías, los eventos extremos y las inundaciones, continuarán a pesar de todo.

Para países como Uruguay, la conservación del suelo, el agua y la biodiversidad deberían ser tareas prioritarias. En los últimos años, desde el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca se ha lanzado la idea de que Uruguay produce alimentos para más de 30 millones de personas, olvidando que su tarea primordial es asegurar los alimentos y el agua limpia para los tres millones que aquí vivimos. Las presiones sobre los ecosistemas nacionales se agudizan, y en el contexto de catástrofe ambiental global que se avecina, cuidar los recursos naturales del país debería estar por encima de la exportación de productos agropecuarios y forestales para consumidores extranjeros. No es un problema de insolidaridad internacional, es un problema de supervivencia.

(1). Véase mi columna de aquel entonces, disponible en https://ladiaria.uy/articulo/2015/12/el-elogio-de-la-impotencia/.

(2). Puede descargarse de https://public.wmo.int/es.

Gerardo Honty, analista del Centro Latino Americano de Ecología Social.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura