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Luis Garisto. Foto: Sandro Pereyra (archivo, julio de 2006)

Falleció el jugador y director técnico Luis Garisto

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Hoy, a los 71 años, falleció el jugador y director técnico Luis Garisto. Lo recordamos con una entrevista que le realizamos en julio de 2006.

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“¿Qué es eso? [Mira el grabador digital] ¡Es de espía, de James Bond! Yo de esto no entiendo un carajo… no tengo ni celular”. Así arranca Garisto en su visita a la redacción de la diaria. Perplejo ante la nueva tecnología, se prepara para despacharse por espacio de una hora y pico. El ex zaguero es un producto típico de la vieja escuela del fútbol uruguayo. Ya del otro lado, en su discurso no parece haber autocensura ni intereses ocultos. Hoy vive entre Buenos Aires y Montevideo, “en stand by” de la actividad profesional, según contó. Directo y sincero, paseó su visión de sus últimas tres décadas en el oficio. No se cansa de hablar de fútbol.

Los jugadores en general se compran buenos autos, es el berretín que tenemos todos. El primero… porque después que te sacás las ganas, ya está. Pero a lo primero querés el auto.

Si tenés un auto más o menos los compañeros te judean, ¿no?

Ah, ¡te matan!. El primer auto lo tuve en Independiente. ¡El Tomate! Un Fiat 600 rojo. Me decían “miserable”, me mataban, hasta que lo cambié.

Así se baila el tango

Para un tanguero en Buenos Aires era espectacular…

Es espectacular… vayas donde vayas, hay tango. Yo voy a San Telmo los domingos de mañana y hay tango en la calle: cantores, músicos.

¿Pensaste en poner una tanguería de vuelta?

¡No! Si acá son todos jubilados, no tienen una moneda. Lo tienen que subvencionar al tango acá… si los dos boliches que tenía acá los hubiera tenido en Buenos Aires, sería millonario. Allá a nivel de gobierno hay una política. Acá tengo la casa de [Gerardo] Matos Rodríguez y pago los impuestos como el mejor. Si me atraso, multa. Es que el Uruguay es un crisol, cualquier cosa que pongas acá se funde. En Argentina son 35 millones; una pujanza, es una romería… te quedás parado y te pasan por arriba. No lo podés creer, lo que es la gente, todos para arriba y para abajo, gastando suela.

¿Qué tangos futboleros te gustan?

No hay muchos, “El sueño del pibe”… pero hay tangos que tienen que ver con nosotros en el exilio. El tango “Solo” es espectacular, lo compuso Pino Solanas... habla de estar solo como en un suicido, como cuando estás en el exterior. Ahí estás solo contra todos los que rajen. A mí ese tango me tocó [se toca el pecho]. Cada vez que lo escuché, me hizo temblar todos los decibeles.

(“Solo”, de Pino Solanas: “Cuelgo el corazón en el ropero / mi pobre corazón lleno de agujeros / lejos como están los viejos / lejos de cualquier espejo,/ solo como un cero solo / solo resistiendo solo”)

Si arrastré por este mundo…

¿Cuándo llegaste a Independiente?

En el 69, el año en que me casé… ese año peleamos el descenso, nos salvamos de casualidad. Yo llegaba de Defensor. Bajaba del 95, el micro, y no lo podían creer. Después salimos campeones del Metropolitano y de la Libertadores, la Intercontinental. Estaban todas las figuras, Pastoriza, Santoro, Raimondo… ahí tuve que cambiar el fitito.

¿Son realmente de paladar fino los hinchas rojos?

En esa época se estaba iniciando todo… ya habían salido campeones de América una vez. Con Maldonado se inició la mística de saludar levantando los brazos, en el 64, 65; yo ese año todavía estaba en Defensor. Pasé de Defensor a Independiente, después a Peñarol, a Cobreloa, de nuevo a Buenos Aires, México, Chile, otra vez México… [Los jugadores uruguayos] somos gitanos, siempre haciendo y desarmando valijas. Los sentimientos nuestros están acá, pero estás yirando por ahí. En Cobreloa… cuando yo llegué no existía, no había papel con membrete que dijera “Cobreloa”.

¿Qué cuesta más de la adaptación a los planteles?

El fútbol es el mismo y los futbolistas son iguales en todos lados. No hay misterios. Tenés que ser natural y te aceptan en todos lados. Aunque la palabra “extranjero” es como una peca que te mancha. Una peca a la que tenés que acostumbrarte y soportar. Pero es lindo el fútbol, adonde vayas… siempre con las mismas convicciones. Tenés que morir con la tuya.

…la vergüenza de haber sido…

La mística es un sentimiento propio, viene desde la fábrica; viene del vientre de tu vieja. Si no tenés fibra, por más motivación que te den, no arrancás. Pero el uruguayo la tiene. Vos acá haces una cosa bien y es para toda tu vida. Acá todavía estamos festejando Maracaná, y esa mística se transmite de generación en generación. Eso te obliga.

Garisto es mundial

En el último mundial hice aerobics con el dedo, haciendo zapping en la tele. Me pasé un mes entero, solamente durmiendo y viendo el mundial.

¿Cuántos partidos viste?

Todos. Los 64, más los benditos replay… ¡con los replay los partidos terminaban 14 a 8…! Era gol y gol y gol… “¿Cómo van? 25 a 4” (risas). Vi todo: comentarios, las ciudades, las previas, todo…

Con la selección habías estado en el anterior mundial de Alemania cuando Holanda nos pintó la cara…

De Holanda no sabíamos nada. Yo sí, porque había jugado la Intercontinental en el 72, contra el Ajax.. 3 a 0 y sin poder pasar la mitad de la cancha. Hacían pressing, yo le dije al Zurdo López ¡“contalos que son más!” Y en el Mundial le dije a los muchachos que esos juegan bien. Pero estaban Rocha, Cubilla, que eran los referentes, no me dieron bola… Todo mal, mal, un desastre. Al llegar la final del Mundial, nosotros ya estábamos acá. El técnico era Roberto Porta. Era un quilombo antes de ir, no querían que Cubilla fuera a la selección, porque no había estado en la gira previa, que fuimos a Jamaica, a todos lados… que jugamos muy bien en esa gira, sin las figuras, sólo con la resaquita que estaba acá. Y Cubilla no jugó esa gira. ¡Bordaberry empezó a romper las bolas para que pusieran a Cubilla! Era un quilombo, hacíamos lo que queríamos… era un buen grupo, pero todos veníamos de lugares distintos, cada uno con su juego, no era un equipo. De nombres sí, todos decían “la superselección”, una bulla, una efervescencia… teníamos nombres, teníamos figuritas pero no teníamos equipo. Nos vivimos antes y mal. Y desde ahí hasta ahora no cambiamos nada, en Uruguay estamos sin salir del mismo circuito, dando palos como beisbolista ciego. Pero la culpa la tenemos nosotros mismos: es Uruguay versus Uruguay. Ojalá que cambie, pero no creo…

¿Y te molestó no ver a la Celeste en Alemania esta vez?

Y cómo no me va a molestar, si estábamos para ir… ¡si estaba Australia!. Por un penal… Fue la única vez que me volví racista: cuando Zalayeta erró el penal, dije “¡negro de mierda!” (risas). Ahora, en Buenos Aires, lo más lindo es que yo me iba a ver los partidos a cada lugar… jugaba Brasil y me iba a un boliche brasilero: meta samba, las tetas al aire, todo (abre los brazos)… Cada quilombo, todos los boliches llenos. Los holandeses, los alemanes, los italianos. El ambiente era de hinchada. Gorro, matraca, pito… ¡se agarraban cada pedo que volaban!

¿Cómo es participar en un clásico?

Yo viví de adentro los clásicos. Peñarol-Nacional lo viví como jugador. Es apasionante. Jugar un clásico… no te olvidás más. Lo vivís a full, a todo candombe. Mirás para afuera [hace el gesto de mirar hacia la tribuna Ámsterdam], cuando entrás a la cancha y empiezan a rugir los tigres, la sensación no se puede relatar. Te asustás, pero cuando se empieza a mover la pelota te olvidás.

¿Hay que controlar los nervios o te podés dejar llevar?

Hay que ser autista, tenés que aislarte, porque realmente te pega muy hondo.

¿En qué clásico querrías estar como técnico?

No, a mí me gusta ser actor, no técnico… no tengo nada que me saque el sueño. Ya estuve en Peñarol, en Nacional, en Independiente, en Cobreloa. Ahora estoy tranquilo. En stand-by. Esperando a ver qué pasa. Mirando fútbol por la tele.

¿Qué fútbol le gusta más mirar, cuál es el mejor del mundo?

El argentino. La velocidad, la gente los lleva a ese ritmo. La vida de ellos los lleva a eso. Acá somos todos [imita el gesto del paso cansino, con la cabeza gacha] “ahí viene el uruguaaayo” y ellos son pa-pa-pa-pa-pa, acá somos una tortuga. Te dicen “¡¡correte, viejo!!” [risas]. Allá están en la última, en los cantos, todo rápido, rápido, hasta cuando pasan los avisos.

¿Qué nos pasó en los últimos años con la Libertadores y los equipos uruguayos?

Nosotros no tenemos equipos estables. Venden a todo el mundo. Antes el que no sabía la formación del equipo del que era hincha, era un burro: lo sabías de memoria, siempre eran los mismos. Un equipo estable, que se iba amalgamando. Acá siempre estamos plantando, no se puede recoger. Entonces siempre hay un agujero, no hay un equipo estable, donde sepas cómo juega cada uno. Es una sangría permanente, a los buenos se lo llevan a todos y los malos quedan acá. Tirás un par de pelotazos y ya te venden.

…y el dolor de ya no ser

Quedó un gusto amargo con lo de Peñarol…

En Peñarol fui como la novia que entra a la iglesia: entra con un viejo, el padrino, y sale con un joven… yo entré con problemas viejos de Peñarol y salí con problemas jóvenes. Se habían generado expectativas respecto del futuro del equipo, en la lucha electoral, pero después hubo divisiones políticas.

Con Damiani tenés una buena relación…

Damiani la banca. Si no pone la plata él no la pone nadie: en las plataformas políticas todos tenían soluciones, pero dentro de la directiva la gente que quiere hacer las cosas bien es minoría. Los incapaces se juntan y ganan las votaciones en el Consejo Directivo. A cierta altura de la vida a la incapacidad la descubrís más rápido que a un enfermo de Parkinson robando una pandereta [risas de todos, a Sandro le tiembla la cámara de la carcajada]. Aparte son aspirantes a botánico: quieren imitar a las flores: son flor de nabos, flor de zapallos y quieren ser flor de vivos. Hay que vivir las cosas como son: hay gente muy capaz en Peñarol, pero hay gente incapaz. Y los incapaces son una epidemia, se juntan entre ellos.

Luego, a Saralegui tampoco le fue bien….

¿Y a quien le fue bien? ¿A mí? ¿A Morena? ¿A quién le fue bien? Ahora que estoy aprendiendo computación estoy haciendo un racconto de mi vida y estoy escribiendo. En tono de joda, es como un juego, me lo tomo con humor. ¿El tema? Es sobre la incapacidad de la gente.

Obviamente, el equipo se cayó con la sanción…

Nos quedamos sin incentivo. En esto pesa mucho la parte psicológica. ¿Quién iba a decir que porque mataron a un tipo a cinco cuadras de la cancha te van a quitar 12 puntos? Esto no tenía nada que ver con tu trabajo. Te comés un garrón de novela. En todo deporte la parte psicológica es fundamental ¿Y en ese momento, en qué te basabas psicológicamente? ¿Ibas a motivar para ganar el campeonato estando con 12 puntos menos?

En comparación con Argentina, la vida en esas situaciones sería tediosa

Yo le contaba a la gente de Argentina. Les decía que nos sacaron los puntos porque un hincha de Peñarol mató a uno de Cerro como a cinco cuadras de la cancha y los tipos no lo podían creer. Quedamos con la moral por el piso. ¿Sabés lo que es tener que motivar a los jugadores con el puntaje negativo? Fue terrible. Son experiencias que son intransferibles. Estábamos todos muertos, éramos zombies. Para motivarnos poníamos la marcha fúnebre [risas].

Mi Buenos Aires querido

En Argentina salieron campeones olímpicos y no le dieron ni bola, si nosotros hubiéramos salido campeones olímpicos seguiríamos tirando cuetes. Somos así, no hay vuelta de hoja. Somos amargos, grises, no tenemos color. El porteño es diferente. Yo me fui a Buenos Aires a ver el Mundial y cuando jugaba Argentina era un quilombo bárbaro, “vamos a ganar, vamos a ganar”. Acá estaríamos “¿y? ¿ganaremos, no ganaremos?”. Ellos van p’adelante, compran camisetas, gorros, sándwiches, “ah, ah, la Argentina, la Argentina”. Y acá “¿y? ¿ganaremo’?”

Además, el arraigo de los equipos es brutal

Nueva Chicago llevó 10 mil personas a Córdoba, acá no podés llevar ni mil a la cancha de Danubio. Son una cosa bárbara. Rafaela tiene 10 mil personas en las tribunas, y rompen todo, saquen todo, comen todo, no queda nadie vivo. Acá metés tres churros en la puerta del Estadio y te quedan dos de clavo (risas). A mí me da tristeza, no existimos, no habla nadie de nosotros. Solo hablan de nosotros por el tema de las papeleras

¿Y? ¿Con bronca?

No, ni bola. Ellos nos adoran. Nos quieren pila. Dos días antes de que estuviera Falta y Resto llamé y no había más entradas. Todo a full. Falta y Resto a full, a full. Quedé asombrado. Yo estoy viviendo allá. Es otra cosa, tenés otro incentivo, ves que hay movimiento. ¡Están vivos! (cambia de tema súbitamente) Hay apagón acá, ¿no? Viste, hay hasta restricciones eléctricas. Te tiro pálidas pero es verdad, es una vida diferente, hay que admirarlos a los tipos… qué país bárbaro. Hay gente en todos lados, no se cómo hacen. ¿Querés comer griego? Hay siete o diez cosos griegos ¿Mexicano? Ochenta y cinco ¿Italiano? 54 mil. Lo que quieras está y está a full. Tenés que hacer una cola de media cuadra por cualquier cosa.

¿Cómo fue volver a Uruguay después de estar en Argentina?

Acá siempre hay caos. No hay proyectos. Hablan de proyectos y suena fenómeno acá [se toca el oído] pero nadie los lleva a cabo. No hay capacidad directriz. La selección cambia, los neutrales, un quilombo. Si no tenés nada seguro ni firme, esto es una ciénaga. Arenas movedizas, siempre. Desde Alemania 74, que yo participé en el Mundial. No se sabe cómo se juegan los campeonatos, cuándo termina, quién desciende. En el fútbol argentino no pasa eso. Hace 25 años que está el mismo [Grondona]. Y acá el que te echa elige a otro pero él sigue, son todos los mismos. ¿Nunca se equivocan…?

Ahora puede haber recambios en la AUF.

Ojalá haya recambio. Que venga uno que asuma las consecuencias. Si te va a echar, que se vaya él también. Ahora al Maestro Tabarez hay que darle p’adelante, loco, no aflojar. Pero si se va, nadie dice “bueno, nos vamos todos”. No, no se la juegan. Ni Figueredo, ni nadie.

¿Cómo vio las tribunas del fútbol uruguayo después de haber estado tanto tiempo en el fútbol argentino, donde las canchas explotan?

En Argentina revientan la cancha: papelitos, banderas, gorros. Tienen la suerte de venir jugando bien, salieron dos veces campeones del mundo en los últimos treinta años. Encima surgió Maradona. Y las hinchadas son tremendamente fanáticas. En las canchas te contagiás. Acá se perdió el aplauso, no se trasmite nada de la tribuna a la cancha. Llegan los silbidos, eso sí, pero el aplauso no se siente. Hay que decirlo con total claridad: somos un desastre. Acá estamos muertos.

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