La capacidad demostrada por Netflix para generar y financiar cantidades asombrosas de producciones propias (que la está convirtiendo al mismo tiempo en un coloso global y en una empresa con un aterrador déficit), parece ser inversamente proporcional a su juicio para evaluar y seleccionar esas producciones. En escasos meses, puso al aire (expresión tal vez incorrecta para definir un estreno en streaming, pero es lo que hay por ahora) series tan notables como Mindhunter, Ozark y GLOW, pero también arruinó aciertos excesivamente estirados como Orange is the New Black y House of Cards, y mandó al frente una secuela tan poco inspirada y trabajada como la de Stranger Things, que defraudó las grandes expectativas puestas en ella.
Donde quizá se notan más el exceso y el descontrol es en el entramado de series de superhéroes “realistas” de Marvel, que se ha vuelto uno de los productos emblemáticos del canal: una franquicia entrelazada compuesta por varios personajes un tanto más domésticos y de menor popularidad que los que han pasado a ser parte del “universo cinemático de Marvel” y merecido sus propias películas, y que luego de haberse compuesto en sus series individuales –Daredevil, Jessica Jones, Luke Cage y Iron Fist–, se reunieron este año en The Defenders.
Separado de este grupo de campeones más o menos superpoderosos, aparece ahora The Punisher, un personaje que se ganó su serie propia y que prometía reavivar un poco el mundo Marvel-Netflix, algo desprestigiado por la mala calidad de sus últimas producciones, pero al mismo tiempo planteado como una apuesta a un público más adulto y menos fantasioso que el de las otras series (en forma semejante a la ubicación que el personaje ocupó en el universo de cómics del que proviene).
“Hay que matarlos a todos”
Como es bastante sabido, el ascenso de Marvel Comics en los años 60 no sólo se debió al talento artístico, sino también a la capacidad de reflejar a la sociedad estadounidense de aquel momento en un género que antes se había considerado básicamente infantil y escapista. Sus personajes fantásticos representaron, por ejemplo, el hippismo, el orientalismo, el black power o la cultura de motociclistas, generalmente con una visión juvenil y una orientación más bien progresista o al menos liberal.
The Punisher, que en sus primeras versiones en castellano era traducido –adecuadamente, pero con mala sonoridad– como “El Castigador”, también respondía a un punto de vista sociopolítico de su tiempo, pero en vez de inspirarse en los rebeldes de los 60, se alimentaba de la reacción asustada a estos, es decir en la fantasía de lo que en Estados Unidos se llama, en español, vigilante: alguien que se atribuye la potestad de hacer justicia por mano propia, de modo tan violento como definitivo. Fue una casualidad a medias que apareciera por primera vez en febrero de 1974, apenas un mes después del estreno de la película El vengador anónimo (Michael Winner), en la que un arquitecto interpretado por Charles Bronson salía a cazar como alimañas a delincuentes que habían agredido sádicamente a su familia, y su proceder homicida aparecía “legitimado” por la inoperancia de la Justicia. The Punisher, creado por Gerry Conway y John Romita Jr, era la misma clase de “justiciero” sin reglas, muy predispuesto a matar, y aunque fue introducido como un antihéroe (o incluso un villano), adversario ocasional de El Hombre Araña, su popularidad le hizo ganar primero un cómic propio y luego hasta cuatro, con picos de éxito en los 80 y cierto declive en la década siguiente.
En su momento llegó a ser uno de los principales productos de Marvel, pero Punisher siempre se mantuvo un tanto aparte, en contacto sólo ocasional con el universo interrelacionado de los demás personajes. Esto se debía al carácter (mucho) más violento y orientado al público adulto de su cómic y al relativo realismo de este –el protagonista Frank Castle, que carece de superpoderes y no esconde su rostro, combate con habilidades marciales y armas de fuego a delincuentes comunes, a los que por lo general elimina en forma expeditiva–, pero también a que en algunos aspectos era el personaje más derechista de Marvel; un fanático despiadado –aunque moral– con más de una característica bastante fascista.
No es exactamente lo que le resulta cómodo hoy en día a Marvel, convertida en un multimedio que ha hecho de la diversidad y las políticas de identidad sus banderas emblemáticas, pero tampoco un personaje que pudieran tapar con un tacho, especialmente después de que fue lo más elogiado en la segunda e irregular temporada de Daredevil, y eso lo convirtió en un gran activo, de especial interés después de que Netflix, en su estilo de producción y estreno a todo o nada, hubiera cometido varios errores sucesivos. Pero se ve que, para volver más aceptable a un militarista vengativo y enamorado de las armas de fuego como Punisher, se decidió hacerle unos cuantos cambios, y el resultado fue, por decirlo suavemente, un desastre.
Lo malo y lo peor
Si se tiene mala conciencia al utilizar como entretenimiento a un personaje atractivo pero a la vez cuestionable y tal vez anacrónico, se pueden hacer varias cosas: enfatizar su naturaleza negativa y oscura; convertirlo en una farsa exagerada al modo de la comedia negra, o, simplemente, confiar en la capacidad del público para distinguir entre un pasatiempo no muy edificante y un alegato a favor de la conducta del protagonista. The Punisher no toma ninguno de esos caminos, y es un producto culposo, confundido y mal desarrollado, que logra ser ofensivo para cualquier bando de posiciones sobre las series violentas, y posiblemente no entretenga a ninguno de ellos.
La historia prosigue lo narrado en Daredevil y presenta a un Frank Castle retirado y dado por muerto, aparentemente con su sed de venganza saciada (pero sus traumas intactos), que vuelve a la acción contra su voluntad, por circunstancias relacionadas con su pasado de soldado de las fuerzas especiales antiterroristas, que lo involucró en varias atrocidades amparadas por la CIA. Entonces, tenemos a un Punisher que, a pesar de ser un ícono del armamentismo y las acciones parapoliciales, se presenta como un adversario de los contratistas militares, la derecha alternativa y la política exterior intervencionista, enemigo de los grandes poderes y amigo de los hipsters (aunque declare que no le caen bien). Nada que reprochar: los tiempos y los héroes cambian, pero para dejar claro el cambio –tal vez no ideológico, pero sí de bando–, la serie recurre a referencias visuales y temáticas al terrorismo de derecha, los escuadrones de la muerte, la tortura legalizada y los atentados masivos suicidas, que parecen temas demasiado serios para ser introducidos en forma tan grosera y simplista en una serie de superhéroes, aunque sea una con elementos fantásticos acotados.
Dejando de lado los problemas conceptuales, ideológicos y de oportunidad que tiene la serie, todo podría relativizarse si fuera un producto divertido e irresponsable como las recientes películas de John Wick protagonizadas por Keanu Reeves, que no se diferencian mucho en su lógica vengativa y asesina, pero se dejan ver con agrado. The Punisher no logra redimirse por la sencilla razón de que es pésima televisión. Si todas las adaptaciones de Marvel realizadas por Netflix tienden al exceso de episodios, la redundancia y la búsqueda de una apariencia adulta mediante un disfraz de seriedad dramática elemental, esta supera a todas en términos de puro aburrimiento, subrayados innecesarios, psicología primitiva, morbo gratuito, interpretaciones dudosas y horrendas decisiones narrativas. La trama, que dura en su temporada completa 11 interminables horas, podría resumirse en una película de duración normal. El personaje –que ya había sido claramente presentado el año pasado en Daredevil– es casi construido desde cero y, aunque se le agregan datos biográficos, es simplificado hasta estar cerca del cliché.
Punisher con su personalidad ocasionalmente tétrica –al fin y al cabo, lo único distintivo de su historia– comparte el tiempo, por partes iguales (posiblemente otro resultado de la culpa), con un personaje femenino, la detective Dinah Madani, que no sólo está metida con calzador en la trama, sino que es un compendio de lugares comunes del empoderamiento, agravados por la actuación alternativamente inexpresiva y empalagosa de Amber Rose Revah. La violencia es simultáneamente escasa, mal coreografiada y cruel. El villano –uno de los personajes distintivos del cómic– no revela sus principales características hasta que es innecesario que lo haga. Los diálogos parecen redactados por un niño de 12 años al que le hubieran pedido que escribiera “como hablan los grandes”, los baches narrativos tienen el tamaño de cráteres lunares, el humor brilla por su ausencia... Es difícil imaginar, además, cómo un equipo de producción o edición consciente de que estos productos suelen consumirse en forma compulsiva haya permitido que el pulso –no particularmente vertiginoso en el comienzo– se vaya debilitando episodio a episodio, hasta llegar a un punto tan estático y repetitivo que sería digno del cine arte europeo si tuviera alguna pretensión artística, para intentar, en los dos últimos, una reactivación a fuerza de gore. En algún momento se puede sospechar que la intención fue ver si era posible hacer algo aun peor que la espantosa Iron Fist, que por lo menos tenía la disculpa de cierta ingenuidad general. Si esa era la idea, lo lograron bajando un poco más el nivel. The Punisher sólo puede ser bienvenida por los responsables de The Inhumans, que hasta ahora venía siendo la peor adaptación de Marvel en este siglo.
¿Qué se puede rescatar, entonces, de este naufragio televisivo? Poca cosa: el carisma de su protagonista (el perfecto, a pesar de su aspecto poco convencional, Jon Bernthal), la excelente y opaca fotografía general, el personaje totalmente lateral y menor que interpreta Deborah Ann Woll (como la periodista Karen Page, el único vínculo de esta serie con el resto de los personajes de Marvel ahora aglutinados por Netflix en The Defenders), y alguna escena aislada y violenta. En cualquier caso, nada que justifique dedicar 11 horas a este ejercicio de tedio, sadismo y trivialidad.
The Punisher. Con Jon Bernthal, Amber Rose Revah y Deborah Ann Woll. Netflix.