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Cuando los historiadores se refieran al Paro Internacional de Mujeres de este 8 de marzo, quizá señalen que la iniciativa, típica de la larga y compleja transición entre los siglos XX y XXI, tuvo algunas características propias de lo que está surgiendo y aún no decantó. Que en muchos países fue vaga la información acerca de su origen, su plataforma y las formas en que se convocaba a participar en ella. Que irrumpió en un momento histórico bastante confuso, marcado por expresiones electorales inesperadas, fuertes componentes emocionales en la política, deterioro del debate y creciente incidencia del uso de redes sociales en la formación de opiniones (aunque va a ser arduo para los historiadores, en general, registrar y evaluar de qué modo incidían esas interacciones transnacionales, a mitad de camino entre lo público y lo privado, de las que no quedará síntesis ni documentación fácil de procesar). Sin embargo, en esta movilización hay algo de inusitada potencia y muy necesario, no sólo para las mujeres sino para la sociedad en su conjunto.

Al igual que en la historia del movimiento obrero, y en las de muchas otras fuerzas sociales emancipadoras, se combinan elaboraciones teóricas -diversas, discutibles, con distintos niveles de rigor y acierto- y la inmensa fuente de energía que proporciona la memoria, personal e histórica, de la injusticia y la violencia, desde los niveles más sutiles de la ideología hasta los actos más extremos. La energía de quienes no necesitan estadísticas ni presentaciones en PowerPoint para saber que sus vidas, como las de sus antepasadas, fueron marcadas una y otra vez por momentos en los que, hablando mal y pronto, se jodieron por ser mujeres.

En Uruguay, particularmente, la necesidad social de hacer algo distinto tiene razones de género y generales. Las segundas son tal vez las menos obvias, pero puede ser útil, para percibirlas, comparar esta movida de mujeres, su impulso de urgencia y su convicción de que es preciso cambiar algo muy profundo y estructural, con ciertos oficialismos saciados, cansinos y sedantes, demasiado conformes con ser lo menos malo.

Es posible que los historiadores del futuro mencionen, en una nota al pie, que algunos consideraron desmesurada o contraproducente esta iniciativa, alegando que las mujeres habían avanzado mucho y que ya era suficiente. Como hubo también, en otros momentos históricos, quienes sostuvieron que eran excesivas las quejas contra el colonialismo, el capitalismo, el racismo o el terrorismo de Estado; que era cuestión de no protestar tanto y de apechugar como siempre. Pero de eso se trataba y se trata: de no seguir como siempre.

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