Se cumplen diez años de las sesiones del Consejo Directivo Central (CDC) de la Universidad de la República (Udelar) que marcaron el lanzamiento de la segunda reforma universitaria. Un proceso de transformación para mejorar las funciones de la Udelar y para adaptarse a las exigencias actuales de esta sociedad desde nuestras mejores tradiciones. Leer aquellas resoluciones permite visualizar la globalidad de la propuesta, que incluía un fuerte impulso, con visión integradora, de la investigación en todas las áreas del conocimiento, la transformación y la mejora de la enseñanza y la expansión de la extensión. Entre otras facetas, incluyó un “Plan de obras a mediano y largo plazo” para adecuar la infraestructura a la ambición y la creación de estructuras de nuevo tipo, como el Espacio Interdisciplinario. Nos referiremos brevemente a un aspecto de aquella reforma: el proceso de regionalización y descentralización.
El año pasado se inauguró la sede universitaria de Tacuarembó y hace un mes la de Treinta y Tres. Ambas representan bien aquel proceso; son regiones marcadas por muchos años de lejanía de los procesos de desarrollo, centrados en la capital. La decisión de la conducción universitaria fue llevar la Udelar a todo el país, de manera integral. La presencia universitaria sería un factor de desarrollo con ofertas educativas de alto nivel y grupos de investigación que cultivaran saberes necesarios para abordar los problemas relevantes para la región. Habría estudiantes viviendo y creciendo en el lugar, llenándolo de pensamiento crítico y rebeldía y dinamizando la vida social y cultural. Se multiplicarían las relaciones con la sociedad: desde los actores públicos hasta las empresas y las cooperativas, desde los jóvenes desarrollando tareas de extensión con los olvidados de siempre hasta las iniciativas que fortalecerían los emprendimientos comunitarios. Grandes eran el sueño y el reto.
A pesar de la importante experiencia previa de descentralización universitaria –las Estaciones Experimentales de Agronomía, Salto y muchos años de esfuerzos de tantos), no fue fácil lanzar aquel nuevo intento. Los recursos asignados, aunque importantes, eran escasos para la dimensión de la tarea, los problemas organizativos daban vértigo y los cambios político-organizativos de la regionalización eran muy importantes. Algunos pensaban que era mejor concentrar los recursos en mejorar lo que hacíamos en la capital –más y mejores becas); otros proponían fortalecer una sola sede grande en el norte. Nuestra universidad, autónoma y cogobernada, discutió a fondo estas cuestiones complejas y acordó democráticamente, con el sólido respaldo de la reflexión y la decisión colectivas. En 2009, el CDC aprobó el “Documento de orientación para el trabajo de la Universidad en el interior”, que definió un diseño y una estrategia. Algunos ejes orientadores eran la consolidación crítica de la presencia de la Udelar en ciertos lugares del interior, lo que suponía el desempeño cada vez mejor de las funciones de enseñanza, extensión e investigación; la radicación de docentes y el afianzamiento o la creación de grupos de investigación; la colaboración multiforme con otros actores sociales e institucionales, y la construcción de una nueva institucionalidad con autonomía académica y política creciente.
Los casos de Tacuarembó y Treinta y Tres son paradigmáticos. En ambos lugares la presencia de la Udelar era muy escasa, y más de uno consideró una quijotada intentar construir universidad precisamente allí. Hoy inauguramos bellos edificios que incluyen laboratorios, aulas, biblioteca, oficinas. Ambas sedes están en predios del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria y han apostado a construir campus del conocimiento, en los que la combinación de las capacidades propias sea mucho más que una suma. En los dos casos las comunidades han asumido su rol de exigencia permanente y activa participación, y fue posible construir alianzas profundas con diversos actores locales. Actualmente hay unos 1.000 en Tacuarembó y unos 150 en Treinta y Tres –que integra el Centro Universitario de la Región Este, donde hay más de 4.000). En esas sedes hay grupos de investigación con decenas de docentes radicados, se cursan carreras únicas y no pocos estudiantes provienen de otras partes del país. Hace algunos años Daniel Cal, que dirige la sede de Tacuarembó, recibió un premio de la asociación de la prensa local “por el cambio del paisaje”: una foto de una plaza tacuaremboense con jóvenes universitarios en ella.
Se ha dicho que la expansión de la Udelar está reñida con la calidad, como si se tratara de dos polos de una balanza. Es evidente que existe ese riesgo, pero no creo que sea inevitable. La estrategia que impulsamos construyó las bases mínimas para que no fuera así: se creó una infraestructura adecuada con buenos edificios y equipamiento, se apostó a la radicación de un cuerpo docente de buen nivel y alta dedicación –hay más de 80 docentes con dedicación total en el interior–, se generó una importante estructura administrativa, se crearon carreras en diálogo con la sociedad, articuladas con la realidad local. Se trata de un proceso que aún no ha culminado su despliegue, pero que ya empieza a mostrar resultados. Ya es costumbre ver a varios grupos del interior ganar proyectos de investigación en llamados competitivos nacionales. Algunas de las carreras más interesantes que ofrece la Udelar se dictan sólo en sedes del interior. Se empieza a ver cómo las comunidades locales se apropian de su universidad y germina todo tipo de interacción. Es un circuito virtuoso. Más educación terciaria es más gente formada que influye de mil maneras en la región: en el trabajo, la cultura, el manejo de los problemas colectivos, las otras ramas de la enseñanza y la actitud de la familia ante la educación. La inclusión fortalece la calidad. Como resultado, más gente quiere y puede acceder a la enseñanza terciaria. La calidad fortalece la inclusión.
Es fácil ver los numerosos problemas que tenemos y que afectan a todas las esferas de nuestro quehacer: los servicios administrativos se van construyendo, pero tendrán que ser más eficientes; la enseñanza incluye grupos pequeños y docentes calificados, pero sufre también las frustraciones asociadas, a veces, con la enseñanza a distancia, y calificados grupos de investigación sufren la ausencia de masas críticas mayores que los rodeen. Empezar algo es difícil: requiere dosis de trabajo pionero, lo que es excitante y creativo, pero también se enfrenta a dificultades de todo tipo. No pocas dificultades son similares a las que afectan a otras partes de nuestra institución, y que nacen de la mediocridad, la arrogancia y el conservadurismo.
El cogobierno y la autonomía son herramientas poderosas para combatir esos problemas. Tenemos espacios, con poder real, donde los estudiantes, los docentes y la sociedad deben exigir de la institución el mejor cumplimiento de sus fines. Espacios donde reclamar y trabajar para lograr soluciones y, en ese proceso, ir construyendo la universidad que queremos. Se crearon los Centros Universitarios Regionales (Cenur), que concentran recursos muy importantes y que tienen una autonomía administrativa y académica creciente, que será similar a la de las facultades. La consolidación de esos espacios, con la consiguiente transferencia efectiva de recursos y atribuciones, es un proceso en curso que se debe acelerar. Debemos crear el Cenur del noreste y aumentar la autonomía de los del litoral norte y el este. Sólo confiando en ellos y dándoles cuotas crecientes de poder real se irán construyendo como instituciones universitarias. El gobierno universitario se aprende ejerciéndolo, y ello fortalece el cogobierno, que es la mejor herramienta para lograr la calidad que todos queremos.
Profesor titular de la Facultad de Ingeniería de la Udelar. Prorrector de investigación durante el rectorado de Rodrigo Arocena.