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Apto, en la sala Delmira Agustina del teatro Solís. Foto: Iván Franco

Sobre “Apto - Notas al movimiento que viaja”, de Paula Giuria

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Ayer se presentó, en la sala Delmira Agustini del teatro Solís, la obra Apto - Notas al movimiento que viaja, y -con la acostumbrada duración-flash de las temporadas de danza-, hoy es la última oportunidad para verla, a las 21.00.

La obra se basa en un trabajo de investigación del movimiento que toma elementos de Asymmetrical-Motion, una técnica desarrollada por el artista argentino Lucas Condró, que un grupo de uruguayos pudo experimentar gracias al laboratorio de larga duración realizado el año pasado en el Instituto Nacional de Artes Escénicas.

Al verla dan ganas de salir gritando la primicia: “¡Volvió la danza a la danza contemporánea!”. Ese titular -que entraría en polémica con la premisa posmoderna de que todo es danza, y con la disputa por el significado del término “danza” entre artistas y críticos contemporáneos- remite al hecho de que Apto consiste en una inmersión en los elementos que hacen al médium específico de la danza: el cuerpo, el movimiento, el tiempo, el espacio, el diseño y sus relaciones.

La obra sucede en un espacio en equilibrio asimétrico, cuyos ángulos y formas son intervenidos por los cuerpos; un círculo amarillo, vectores blancos que bajan del techo al suelo dibujando prismas rectangulares y encuadrando diferentes escenas y movimientos. En ese marco, los cuerpos se acercan al público con un menú de propuestas: rotaciones múltiples, curvar la columna cervical, conectar el movimiento de dos articulaciones, rotación del hombro derecho y el pie izquierdo, espacio entre dos partes del cuerpo, peso de las partes.

Mirar o probar

Todos tenemos un cuerpo, y la danza puede ser la curiosa investigación de sus posibilidades, relaciones, asimetrías. Apto es un estudio sobre el movimiento y las posibilidades de nombrarlo, un juego en el que se va desde el cuerpo hasta el papel sin dejar atrás el cuerpo, en el que se indaga sobre posibles formas de escribir la experiencia, de percibir la escritura, de bailar una coreografía en la que el plano de composición es la experimentación del movimiento; un desafío planteado por el interrogante de cómo estar en el cuerpo sin dejar de estar con los otros y en movimiento.

Los cuatro intérpretes transitan, de ese modo, entre momentos de ensimismamiento y anotaciones sobre movimiento. Intentamos adivinar, al verlos ahí con sus cuadernos, un gesto que nos recuerda obras de Carolina Silveira donde ella misma entra y sale, tomando notas durante el transcurso de las escenas con este objeto.

Apto presenta y combina solos y dúos parcialmente improvisados, tomas amplificadas de la palabra, conversación, pausas musicales, clímax cinéticos y silencios habitados por los sonidos del cuerpo. Las “notas al movimiento” son también notas musicales (en composiciones de Lucía Yáñez y Lucía Romero) de las melodías presentes y protagónicas en la obra y de los sonidos de las voces y los cuerpos, de las luces y sombras que forman parte del diseño, que estuvo a cargo de Erika del Pino.

La palabra está presente y no sólo se imprime en el papel, sino que además va tejiendo un diálogo entre los cuerpos. Lo aparentemente absorto del movimiento es desmentido por comentarios que se realizan entre los bailarines y que nos hacen notar que sí estaban viendo. Esos comentarios, a su vez, modifican nuestra percepción de lo que vimos y estamos viendo. “Veo un transformismo constante de tu cuerpo en sus torsiones”, “tenés una extraña arquitectura corporal que me inquieta y captura”, “estás desnorteada”, “con el atrás caprichoso”, “usas la linealidad de tu cuerpo para viajar más allá de él”, “mi caminata estuvo aleatoria, las personas me dieron ganas de estar hacia afuera”, “hablemos de cómo nos estamos vinculando con el espacio”.

Hablemos de cómo todos tenemos un cuerpo y de cuán poco frecuente es que hablemos sobre él (a menos que se trate de enfermedades, desviaciones o dietas). Amar el cuerpo, mirarnos y amarnos los cuerpos, son consignas performadas en Apto.

Lo extraño desde lo familiar

La obra ofrece la belleza simple del cuerpo en movimiento, el detalle de una vena latiendo en un pie, una mano en tensión, el equilibrio inestable de una pausa breve, la experimentación del peso, el modo insinuante de las apariciones. Y también demanda la hospitalidad de las miradas menos habituadas a composiciones no representacionales ni narrativas. El movimiento y sus detalles pueden encontrar resistencias, en los hábitos adquiridos y en sus respectivas formas de ver y de hacer danza. Pero al sobrepasar esas resistencias se abre un mundo infinito de posibilidades, que hacen nacer lo extraño en algo tan aparentemente familiar como un cuerpo.

Al igual que en la política, en la danza pasan cosas si nos detenemos a analizar el movimiento. El movimiento necesita al análisis, y el análisis, al movimiento. Igualmente importante es encontrar puentes entre el análisis, la percepción y la experiencia. En este meollo se mete Apto, apto para curiosos, apto para bailarines, apto para todos los que tengan un cuerpo. Apto también para quien esté dispuesto a ser espectador de una obra en la que lo espectacular se pega de modo indiscernible a lo que les pasa a los intérpretes; en otras palabras, a fenomenologías del acontecimiento en/del cuerpo. Más que representación, los cuerpos de Apto generan un material escénico que se desprende de su propia experimentación del movimiento, a veces de modo muy concreto y a veces como punto de partida para otros viajes.

Moverse, percibir, observar, nombrar, descubrir, escribir, sintetizar, leer, volver a moverse, redescubrir, compartir: son verbos que pueden activarse antes y después, solos y juntos. Apto nos hace recordar obras como Twelve Flies Went Out at Noon (David Zambrano, 2005), Otro teatro (Luciana Achugar, 2014), jams de improvisación, obras de danza moderna y de la primera danza posmoderna, como la de la recientemente fallecida Trisha Brown, interesadas en intervenir sobre estructuras narrativas y coreográficas para dar paso a la materialidad del cuerpo.

Historias mínimas, historias del cuerpo, de un virtuosismo basado en el autoconocimiento, de la intermitencia entre la percepción del espacio y la del cuerpo en él inmerso, son las que cuenta el lenguaje escénico compuesto por el ojo director de Paula Giuria, la dramaturgia de ella junto con Lucía Yáñez, y los movedores-viajantes: María Pintado, Juan Miguel Ibarlucea, Mariana Torres, Melisa García Lueches. La invitación queda hecha para el viaje al viaje del movimiento.

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