Avanzar hacia una estructura productiva más diversificada y sofisticada es un elemento clave del desarrollo económico. Importa, además de cuánto se produce, qué y cómo se produce. Los motivos son varios. Una estructura productiva más diversificada implica menor vulnerabilidad ante situaciones adversas en los mercados internacionales (caída de precios, cierre de mercados) o climáticas (si la producción agropecuaria es relevante). Además, una estructura productiva más sofisticada tecnológicamente permite captar precios más altos y, por tanto, mayores ingresos; también permite mayores oportunidades de generar y aplicar avances tecnológicos que incrementan la productividad y generan empleos con requisitos de alta capacitación y por consiguiente, mejor pagados.
Por otra parte, el desarrollo de ciertas capacidades técnicas “de amplio espectro”, muy asociadas a algunas industrias, facilita la diversificación productiva, ya que implica que trabajadores y empresarios aprendan y generen habilidades productivas que luego pueden aplicar en nuevas empresas en otros sectores. Finalmente, la capacidad de diferenciar productos y trascender los bienes y servicios que cubren necesidades básicas permite a la larga acceder a una demanda más vigorosa. Es la denominada ley de Engel, que señala que, a medida que mejora su ingreso, la gente tiende a destinar mayores porciones de este a productos culturales o tecnológicos y menores a bienes básicos.
Si bien en economía no hay consenso sobre estas ideas (la visión clásico-liberal apoyada en la teoría de las ventajas comparativas desprecia el tema), sí parece bastante aceptado que la especialización en commodities es un problema. Un commodity es un bien no diferenciado; es decir que para el consumidor final es indiferente su origen. Es típico el caso del petróleo: nosotros, como consumidores, no tenemos idea de si el petróleo con que se produjo el combustible que usamos es originario de Venezuela, Arabia Saudita o Irán. Algo similar sucede con la soja que Uruguay exporta. El problema de la especialización en commodities es que obliga a competir por precio. Es decir, nadie va a comprar la soja uruguaya si es más cara que la paraguaya o la estadounidense. El productor, entonces, no puede fijar el precio de su producto, pues este se fija en mercados globales, y entonces pierde todo control sobre los ingresos a obtener por su producto. Así, detrás de las consideraciones sobre la matriz productiva no hay fundamentos filosóficos sobre las características intrínsecas de los bienes y servicios que hagan a algunos mejores que otros, sino que lo que subyace son los mecanismos que determinan la distribución internacional del excedente económico como correlato de la división internacional del trabajo. Esto lo transforma en un tema siempre trascendente para cualquier visión de izquierda.
Los sectores “buenos”
Ahora bien, un tema nada menor es identificar cuáles serían los sectores productivos “deseables”. Históricamente se identificaban con la “industria pesada”, básicamente la metalúrgico-mecánica: material de transporte, petroquímica, etcétera. Eso, sin embargo, lejos de ser una realidad inmutable, es un fenómeno histórico asociado con los vectores más dinámicos de desarrollo científico y tecnológico en cada época. Es que el desarrollo tecnológico afecta de manera diferencial a las distintas ramas productivas, dependiendo del paradigma tecnológico del momento. No es de extrañar que el petroquímico fuera identificado como un sector de punta cuando se desarrollaba, a lo largo del siglo XX, una verdadera “civilización del automóvil” y en los laboratorios se descubrían nuevas formas de procesamiento y refinación del petróleo, progresivamente más eficientes. Sin embargo, con el tiempo las trayectorias tecnológicas tienden a agotarse y las que solían ser industrias de punta se van convirtiendo progresivamente en industrias maduras, que compiten vía precios y generan empleos de bajos salarios, ya que pasan a ser fácilmente replicables en otros países. Basta observar cómo los países más desarrollados fueron cambiando su matriz productiva a lo largo del tiempo: pasaron de tener un foco de alto dinamismo en la producción textil y siderúrgica en el siglo XIX a, progresivamente, volcarse a las industrias petroquímicas, automotrices y electrónicas a medida que avanzaba el siglo XX.
Sin embargo, si observamos hoy cualquier ranking de las empresas más valiosas o rentables, destaca la casi total ausencia de empresas dedicadas a esos sectores y la irrupción en poco más de una década de empresas ligadas a la informática, el software y los servicios en línea (punto com), mientras palidecen los rust-belt (cinturones de óxido), antiguos núcleos industriales decadentes. Es que lo que era industria de punta hace 30 o 40 años ya no lo es y, de la mano de las transnacionales y el avance de las TIC, se ha desplazado a países de bajos salarios y laxas normativas laborales y ambientales. El mundo se ha vuelto a transformar y hoy productos como hornos microondas, computadoras portátiles y televisores plasma son, en muchos casos, simples commodities, vendidos a granel, sin marca de origen (por ejemplo, Panavox, marca inventada por un importador de electrodomésticos local), lo que señala una competencia feroz en precios e ingresos decrecientes. Esto es fácilmente comprobable al observar que esos productos son mayoritariamente elaborados en países tan pobres como China y, cada vez más, Vietnam o Filipinas. Por tanto, la importancia de las matrices productivas no debe confundirse con la aplicación mecánica de listas de industrias “buenas” de por sí.
Y por casa...
A partir de estos conceptos, determinar si Uruguay ha procesado cambios virtuosos en la matriz productiva en los últimos años no es sencillo. Evidentemente ha habido cambios. Por ejemplo, en la estructura del comercio exterior se observa la irrupción de nuevos productos, insignificantes hace 30 años, como productos de la agricultura, celulosa y madera, y servicios no tradicionales (software, servicios financieros y profesionales), mientras que otros han desaparecido, como lana, textiles, prendas de vestir y calzados. Además se observa una muy importante diversificación de destinos.
Por otra parte, algunos de los productos que se han mantenido en la canasta exportadora, como la carne y el turismo, se han sofisticado y han logrado diferenciarse y captar mayores ingresos. Sin embargo, salvo algunas excepciones, como el exitoso caso de la carne, no parece que los nuevos productos sean mucho más sofisticados que aquellos a los que reemplazan (1). Además, la concentración de las exportaciones en productos de origen agropecuario (75% en bienes y más de 50% considerando bienes y servicios) indica una vulnerabilidad muy grande; especialmente cuando la mayoría de ellos siguen siendo commodities. Adicionalmente, diferentes metodologías aplicadas (2) muestran que no puede hablarse de una sofisticación de la canasta exportadora. Esto se refleja en la estructura sectorial, en la que las participaciones relativas de los grandes agregados se mantienen casi incambiadas, y en la industria manufacturera se observa que el crecimiento de sólo dos ramas (alimentos, y papel y madera) explica todo el crecimiento de la industria desde la salida de la crisis (3). Por el contrario, y volviendo a los datos alentadores, se observa una dinámica inversora que modifica un rasgo estructural de la economía uruguaya como lo son los bajísimos niveles de inversión y un crecimiento de la productividad que se ha acelerado fuertemente desde la salida de la última crisis (4).
Así, la economía uruguaya en la última década y media muestra señales mixtas, de cambio y de continuidad. En todo caso, resulta claro que aún presenta altas vulnerabilidades en su estructura productiva y que hay mucho camino para andar.
Un trabajo de la Oficina de Programación y Políticas Agropecuarias (D’Albora y Durán, 2013) señala que la carne uruguaya ha logrado diferenciarse y obtener mayores precios que sus competidoras, a la vez que se observan tendencias interesantes aunque mucho menos claras en quesos y arroz, mientras que soja y cítricos se comportarían como commodities puros.
Ver Bértola, Isabella y Saavedra (2013).
De hecho, el resto, considerado agregado, se contrae.
Observado tanto por medio de la productividad aparente del trabajo como por medio de la Productividad Total de Factores. Para esto último, ver Lorenzo y Zunino (2015) en Cambio demográfico y desafíos económicos y sociales del Uruguay en el siglo XXI, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y el Banco Mundial.