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Participante de la marcha por el Día Internacional de los Derechos de las Personas con Discapacidad. Foto: Federico Gutiérrez (archivo, diciembre de 2016)

El presente de la accesibilidad para personas con discapacidad visual

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“Autonomía”. Es la palabra que más se repite al conversar sobre accesibilidad con personas ciegas o de baja visión. La independencia de los demás, tanto para trasladarse por la calle como para hacer un mero trámite, sería lo ideal. Pero muchas veces lo ideal se parece demasiado a una utopía. “El estado de las veredas”. Es una frase que se repite aun más. Muchas veces, el anhelo de la autonomía se hace añicos cuando un ciego se topa con baldosas rotas o que directamente faltan, pero también con las señales -esos socotrocos amarillos con una luz en la punta- que les avisan a todos menos a él que la vereda está en plena reparación. Una moto mal estacionada o un puesto callejero terminan de destruir la utopía.

La Ley de Protección Integral de Personas con Discapacidad (18.651), en su noveno capítulo, referido a “arquitectura y urbanismo” dice, entre otras tantas cosas: “Señales, equipamientos y elementos urbanos: deberán ser accesibles y se dispondrán de forma que no constituyan obstáculo, en especial, para las personas ciegas o de baja visión y para las personas que se desplacen en silla de ruedas”.

“Eso es lo que nosotros proyectamos y por lo que luchamos. No se puede lograr todo de un día para el otro, pero sí de a poco. Y no es una utopía si hay voluntad de hacerlo. Hay un costo económico, pero también tiene que haber voluntad política”, señaló Gabriel Soto, presidente de la Unión Nacional de Ciegos del Uruguay (UNCU), organización fundada en 1950 que aboga por los derechos de las personas no videntes.

Pero el gran partido de la autonomía se juega en las esquinas, a la hora de cruzar la calle. Casi siempre, los ciegos tienen que esperar que alguien los ayude indicándoles que está la luz verde o guiándolos con el brazo. Hay ciegos que se acercan a la utopía y, tomando como referencia el sonido de los motores, se guían por sí solos para cruzar. O sea, si sienten que a su costado los autos avanzan, es porque está la luz verde. Pero ese sistema no es del todo seguro, y deja afuera a las bicicletas y a los imprudentes.

En las instalaciones de la UNCU, varias personas brindaron su testimonio de cómo se manejan en la cotidianidad de la calle. Un joven, Mauro, cuenta que siempre le pide ayuda a alguien para cruzar, ya que no se anima a guiarse por el tránsito, sobre todo en calles transitadas, como 18 de Julio, porque los autos “doblan y te pasan por arriba”.

“Solidaridad” es otra palabra, que si bien no se menciona tanto, está implícita todo el tiempo y le hace contrapeso a la autonomía. Cuando baja una, la otra debería subir. Mauro asegura que una vez estuvo media hora para cruzar 18 de Julio, ya que nadie se acercaba a ayudarlo: “Una muchacha me dijo que hay algunos que se hacen pasar por no videntes y que de esa forma le habían robado. La gente no confía mucho”, dijo.

A grandes rasgos, se entiende que alguien tiene “baja visión” cuando cuenta con menos de 10% de su potencial de visión y no puede mejorar ni con ayudas ópticas ni con operaciones. Karen tiene ese tipo de discapacidad. Se le complica para leer los precios en los supermercados. Contó, contenta, que recién ahora descubrió que hay uno en el que hay un lector de barras que también “habla”. Como contrapartida, agregó que últimamente se está respetando poco el uso del bastón y que, si bien mucha gente está informada -el blanco significa que su usuario es ciego y el verde que tiene baja visión-, gana más el “estoy apurado, llego tarde”.“Aparte, la gente te mira tipo ‘ay, pobrecito’, pero no sabe cómo ayudarte, entonces, te esquiva. Ojo, son muy pocos. Hay otros que te dicen: ‘Disculpá, ¿necesitás que te ayude a cruzar?’”, subrayó.

Para Carla Trivelli, de la Fundación Braille (una ONG que presta servicios a discapacitados visuales), que también tiene baja visión, hay que darle más difusión al bastón verde, ya que hay personas que no saben qué significa. A ella se le nubla la vista en el medio del campo visual, entonces, por ejemplo, cuando está esperando un ómnibus, de lejos sólo distingue el color del vehículo; si ve que es de la empresa que le sirve, lo para, y cuando lo tiene enfrente, se fija en el número. “Me ha pasado que al parar el ómnibus y decirle que no lo voy a tomar me griten cualquier cosa, como diciendo ‘me hacés perder tiempo’, porque no entienden. O voy a cruzar y viene un auto frenando y ya me empieza a decir que cruce, pero yo no lo veo, entonces no me animo a cruzar. Todo el mundo está apurado”, concluyó.

Al botón de la botonera

El sonido es el gran aliado del ciego. Hace más de 15 años, la Intendencia de Montevideo (IM), junto con con un proveedor local, puso en marcha un plan piloto por el que se instalaron semáforos demandados -es decir, que no tienen ciclo fijo y sí botones para habilitar el cruce- en el Centro, que emitían determinado sonido para advertir la posición de la luz. Pero sonaban permanentemente y no se podían programar. Generaron problemas con los vecinos y la IM se vio obligada a desactivarlos. “Cualquiera que pasaba a las tres de la mañana le encajaba un dedazo y lo hacía sonar”, explicó el ingeniero Boris Goloubintseff, actual director del Centro de Gestión de Movilidad de la IM.

En la actualidad existen varios cruces demandados, pero sin sonido. Como las botoneras tienen un alto costo de reparación, debido al vandalismo -hay canallas que arrancan o queman los botones-, la IM acaba de comprar, según destaca Goloubintseff, equipamiento de “mayor calidad y durabilidad”, de origen alemán, que además cuenta con señal sonora para orientar a las personas con discapacidad visual, tal como se exigió en el pliego de condiciones de la licitación.

A diferencia de las de antaño -cerca de 20 años es mucho cuando se trata de tecnología-, las nuevas botoneras se pueden programar porque van a estar conectadas directamente al controlador central. “Podemos programarlo para que no suene de madrugada, por ejemplo, así no es un sonido permanente que moleste a la ciudadanía”, acotó Goloubintseff, y agregó que el nuevo equipamiento se está instalando y “a la brevedad” informará que van a estar operativos. Habrá en varios cruces de 8 de Octubre, Avenida Italia y también en la rambla.

Federico Lezama, responsable de la Secretaría de Accesibilidad para la Inclusión de la IM, consignó que en su momento hubo diálogos entre la directora de Movilidad de la IM con referentes de la UNCU y personas ciegas, con el fin de establecer los lugares prioritarios para instalar los nuevos equipos; ya sea por centralidad, cruces peligrosos o por una mayor concentración de personas ciegas. Lezama subrayó que esto se enmarca en una política de la IM, en particular de su secretaría, “que ha sido la principal promotora de todas las mejoras de urbanismo y, sobre todo, de que lo que tiene que ver con las obras nuevas -carriles preferenciales, corredores, inclusión de la tecnología y el concepto de ciudad inteligente- necesariamente incorpore la accesibilidad audiovisual así como la física”.

Pero no siempre la tecnología avanza para facilitarles la vida a los ciegos. A veces, todo lo contrario. Soto comentó que están esperando que los reciba el Banco Central del Uruguay para plantearle varias inquietudes. Entre ellas, que cada vez se está usando más el pago con tarjetas de débito y afines, pero los dispositivos bancarios no son del todo accesibles. El presidente de la UNCU es ciego y ya conoce la ubicación de los números, alguien le indica el botón y él introduce el pin. “El tema es que se están empezando a usar sistemas táctiles, entonces, estamos en un problema: ¿qué somos nosotros? Queremos conversar para que no se generalice lo digital y se mantenga por lo menos alguno con teclas, porque si no, se nos dificulta nuestra autonomía. Yo le puedo pasar mi tarjeta a la persona que atiende y pedirle que marque la contraseña, pero no es lo ideal”, concluyó.

Amigo fiel y guía

Alberto Calcagno perdió la visión hace más de una década y hoy es presidente de la Fundación de Apoyo y Promoción del Perro de Asistencia (Fundappas), la única escuela autorizada por la Comisión de Tenencia Responsable y Bienestar Animal para entrenar perros guía de personas ciegas. En la actualidad tienen 22 perros en instrucción y socialización. La mitad de ellos ya están prontos para cumplir sus funciones. En general, trabajan con la raza labrador, porque “es un perro muy dúctil, inteligente y rápido para aprender, y además tiene un carácter muy tranquilo, manso y sociable, entonces, tiene mucha aceptación en la sociedad”, explicó Calcagno.

El perro guía está entrenado para detenerse cuando se topa con un obstáculo que le impide al ciego continuar avanzando con normalidad. Cuando el perro no se detiene significa que puede sortear el obstáculo y guiar al usuario sin que corra riesgo. En las esquinas, cuando el perro llega al cordón, se detiene, y en ese momento el ciego debe percatarse de si hay semáforos -porque el animal no reconoce las luces-, preguntarle a alguien o guiarse por el ruido de los motores. En caso de que la persona quiera cruzar y no advierta que viene una bicicleta o la presencia de otro impedimento, el perro está capacitado para negarse a cruzar.

El Decreto 297, de setiembre de 2013, reglamenta el uso de perros guía. El artículo 24 establece la obligación “de asegurar y garantizar la accesibilidad y permanencia a los usuarios de perros de asistencia o perros guías con el respectivo animal”, que rige para todo propietario de lugares y establecimientos con acceso al público o permisarios de servicios públicos o privados de transporte de pasajeros.

Calcagno afirmó que hay empresas de transporte -UCOT, por ejemplo- que cumplen con el decreto y tienen un lugar especial -en la mitad del coche, en el descanso principal frente a la puerta- para que el usuario y su perro guía viajen cómodamente. Es un asiento plegable, que si no lo utiliza nadie se puede subir. Pero en otros casos, no se cumple. “Habría que pedirles a las autoridades y a los propietarios de las empresas que se pongan un poquito más en concordancia con la situación y que nos den un lugar más acogedor para que el perro y el usuario viajemos tranquilos. Porque en los lugares comunes, el perro se acomoda abajo del asiento donde viaja la persona, pero si es grande, sus patitas queda para afuera, en el pasillo, y pueden pisarlo”, señaló.

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