Ingresá

Cómo dicen que seamos

1 minuto de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Hace 201 años se fundaba el lugar más bien visto y menos acudido por los uruguayos (según las últimas estadísticas que me acaban de llegar). Un rinconcito de erudición donde los buenos modales y la cultura del respeto son el idioma consensuado: en la sala de lectura hacés el mínimo ruido y te tiran con algo. Hojas y hojas y cartones abundantes en verdades y ficciones. Única institución que existe desde los tiempos de Artigas. Siempre necesaria (no como Artigas, que a veces sobró). Me refiero a la Nacioteca Biblional. Perdón, se me entreveraron los tomos: a la Biblioteca Nacional. Empezó en un fuerte, por iniciativa de un presbítero. La escoltan dos referentes de la cultura: McDonald’s y la feria Tristán Narvaja. Nunca es en vano repasar los cimientos filosóficos sobre los que fue erigida.

Corría el año 1816. Dámaso Antonio Larrañaga propuso un juego, y a Artigas le copó la idea, no esperó y arrancó. Le agarró la oreja a Rivera y le dijo: “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”.

Rivera le metió un codazo, miró al que tenía al lado, que era Latorre, y le susurró: “Sean los orientales tal ilustrados como terratenientes”.

Latorre lo agarró a Varela y le secreteó: “Sean los orientales tan modernos como disciplinados estudiantes”.

Ahí Artigas se paró y dijo: “Bo, están diciendo cualquier cosa. Empecemos de nuevo”. Fue y le dijo a Batlle y Ordóñez: “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”.

Batlle le contestó: “Quiero vale cuatro”. Obdulio se paró, se puso un libro abajo del brazo, tomó aire y dijo: “Le vamo a hacer caso al Jefe, ¿o qué?”. Pero por atrás un grupo de ávidos empresarios seguían el juego: “Dejen a los Industriales y crecerá la economía rápidamente”.

Los Ruralistas se quisieron imponer y protestaron: “Dejen a los nacionalistas que sean de una buena vez presidentes”.

Pacheco propuso no olvidar lo que representaba Artigas y comunicó: “Sean los orientales tan buenos días mi teniente”.

Seregni quiso retomar el juego del inicio y dijo: “Sean los orientales tan ilus” y marchó preso.

Un grupo de políticos se reunió e informó a coro: “Sean los orientales tan demócratas de una vez y para siempre”.

Tabaré Vázquez tomó el poder y alentó a las masas ofuscadas: “Sean los progresistas los que muestren el rumbo a la gente”.

Seregni quiso retomar: “No olvidemos que el juego había empezado con que sean los orientales tan ilusionados... ¿cómo era?”. Mujica lo mandó a plantar cebollas.

Y en este momento del juego, mientras Astori trata de ordenar un poco la cosa y dejar las reglas claras para que los industriales y los ruralistas no se aburran y se lleven las sillas que parece que son de ellos, en las calles la gente corea: “Seamos iluminados y mostrémonos valientes. Como Suárez con sus dientes”.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura