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Mara La Madrid. Foto: Federico Gutiérrez

Siempre hay pistas

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Ayer estaba en su cumpleaños 75. Nació en la capital de Argentina, estudió psicología en la Universidad Nacional de Buenos Aires y ejerce el psicoanálisis en México, país donde reside. Mara La Madrid, viuda del poeta argentino Juan Gelman, escribió con él el libro Ni el flaco perdón de Dios. Hijos de desaparecidos, una recopilación de datos, documentos, testimonios y reflexiones sobre la búsqueda de detenidos desaparecidos durante la dictadura en Argentina, que se editó por primera vez en 1997 y, 20 años después, se reedita y presenta en Uruguay. La cita es hoy a las 19.00 en el Museo Zorrilla, ubicado en la calle Zorrilla de San Martín 96, en donde la diputada Macarena Gelman, hija de Marcelo Gelman –hijo del poeta, asesinado por los militares argentinos– y María Claudia García –detenida en Buenos Aires y desaparecida en Uruguay–, presentará la reedición del libro junto con el periodista Gabriel Mazzarovich. Macarena fue secuestrada por los militares enseguida después de nacer y creció junto a una familia adoptiva, hasta que la búsqueda llevada adelante por Mara y por su abuelo la encontró en Montevideo. De esta búsqueda, del libro y de la impunidad, entre otras cosas, Mara habló con la diaria, café por medio.

–¿Por qué reeditar el libro 20 años después de su primera edición?

–No fue algo que decidí yo, sino que lo hizo Alberto Díaz. Aunque no sólo Alberto, que ya está jubilado de la editorial Planeta y es un muy buen editor, y por eso quedó como consejero editor, porque no tiene ninguna capacidad decisoria importante en este momento. Creo que tiene que ver con el cambio de gobierno en Argentina (pero es un invento mío, nunca nadie me dijo eso) [ríe y vacía el sobre de azúcar en un cortado que pidió con “espuma de leche”], en el sentido de que como el gobierno actual de [Mauricio] Macri comenzó con un discurso, en boca de algunos de sus ministros, tratando de minimizar lo que pasó en la dictadura, el número de desaparecidos y demás, creo que se le ocurrió a Alberto reeditar este libro, que había tenido una única edición en 1997.

–En Uruguay hay generaciones jóvenes que no vivieron las consecuencias de la dictadura cívico-militar en forma directa y, a la vez, no tienen acceso a suficiente información sobre el tema. Este tipo de libros parecen ser muy importantes para aprender sobre lo que pasó, para conocer la historia de la represión.

–Lo que pasa es que a Juan y a mí no se nos ocurrió eso. Pero un amigo editor, viendo el libro, me dijo: “Pero escuchame, este libro lo tendrían que meter en la secundaria, en todas las escuelas”, como hacer una edición para las escuelas, para los chicos, pero nosotros no nos autopromovíamos. No era el estilo.

–Fue un proceso de recolección de datos y testimonios de mucha gente que salió a buscar a sus seres queridos que permanecían desaparecidos, y que tuvo que reconstruir toda una historia, algo que después les pasó a ustedes mismos. Se decían cosas que no eran ciertas sobre los familiares desaparecidos, y ustedes, cuando comenzaron a buscar a Macarena, también decidieron no escuchar las historias y los rumores, y empezar la historia de cero.

–La hechura de este libro, el hacerlo y el presentarlo en Argentina, nos llevó a eso. Hubo una situación en la que alguien apareció de muy buena fe y le dijo a Juan: “Hay una chica que se parece mucho a tu nuera y creo que es hija de desaparecidos”. Estuvimos averiguando con la ayuda de amigos y no, no era. Pero la hechura del libro nos catapultó a tomar la decisión de que íbamos a hacer borrón y cuenta nueva de todo lo que nos habían dicho, de lo que sabían las Abuelas de Plaza de Mayo, que decían que a María Claudia la habían llevado a parir a uno de los “pozos” [como les llamaban en Buenos Aires a los centros clandestinos de secuestro y tortura]. Dijimos: “Borrón y cuenta nueva”, y a empezar de cero y por las propias, y así lo hicimos. Luego muchísima gente nos ayudó. Empezar de cero fue ir buscando sobrevivientes, y al primero que encontré fue a Simón, llamado en aquel tiempo Simón Riquelo –en realidad, Simón Gatti, hijo de Sara Méndez [agrega mientras da un sorbo al cortado]–. Lo encontré en el Nunca más, en una edición especial que hizo Página 12, ilustrada por León Ferrari, un gran pintor argentino que ya murió, y me encuentro con que decía: “Simón Riquelo, 20 días, visto en [Automotores] Orletti”. Empiezo a mirar y veo que había otros sobrevivientes de Orletti que eran uruguayos, y esa fue la pista que nos llevó a la conclusión de que a María Claudia la podrían haber trasladado a Montevideo. Y empezamos a averiguar acá, pero todos en Argentina nos decía que estábamos locos. Nos decían: “Cómo se la iban a llevar a Montevideo”, y no sé qué más y blablablá. Y ahí fue que Juan empezó con la campaña internacional y las cartas abiertas al presidente Julio María Sanguinetti, y pasó lo que creíamos que iba a pasar, y es que nadie desaparece. Siempre queda alguna pista. Aparecieron unos vecinos que habían sido testigos de que en la puerta de la casa de una familia habían dejado un canastito con una beba adentro, y entonces investigamos esa situación. Teníamos como un rompecabezas armado, y viste cuando te encontrás con las últimas piezas... Ahí dijimos: “¡Es Macarena!”. Entonces, buscamos un mediador para que hablara con ella. Eso fue a fines de 1999, y en marzo de 2000 viajamos a Uruguay bajo la cobertura de que Juan venía a hacer un recital de poesía, y nos encontramos en un departamento de la curia de Montevideo con Macarena. Cuando entró, la miré y dije: “Si tuviera bigote sería Juan”, por lo parecida, algo que también después dijo el abogado Gonzalo Fernández.

–Pero mucho de esa búsqueda más personal también está en las historias que recoge el libro. Por ejemplo, el primer testimonio, el de las chiquilinas que vivían en Francia y una de ellas vuelve a Buenos Aires a buscar a su padre desaparecido.

–Las historias las grabamos, las transcribimos. Eran 2.500 páginas de transcripciones, y de esas hicimos 400 escritas por nosotros. Nos dividimos 50% y 50%, más o menos, cada uno. Esa historia, la primera del libro, la escribí yo, y a mí lo que más me impactó es cuando la chica obtiene una beca y llega a la provincia de Buenos Aires a buscar huellas de fósiles prehistóricos. De pronto esta ahí, con las huellas, y se dice a sí misma: “¿Vos qué hacés acá buscando huellas de animales prehistóricos, cuando son otras huellas las que viniste a buscar?”. Entonces se pone las pilas y empieza la búsqueda de los restos de su padre por su cuenta, lo encuentra y lo lleva a enterrar a su ciudad. Hay un poco de Antígona en esa chica que se rebela. A los muertos hay que darles sepultura.

–Sobre el Estado uruguayo recayó una sentencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por el caso Gelman versus Uruguay. ¿Qué pensás del cumplimiento de esa sentencia? Uruguay ya pidió perdón por el terrorismo de Estado, pero los restos de María Claudia siguen sin aparecer.

–Sí, fue un proceso que llevaron adelante Juan, Macarena y los abogados del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional de Argentina, y durante la presidencia del Pepe [José] Mujica el Estado tuvo que pedir perdón con un acto en el Parlamento. Esa fue la última vez que vine a Montevideo [marzo de 2012], cuando Juan estaba aún con vida. Pienso que fue importante, porque algo pasó con esa ley de caducidad, que era una ley terrible, que impedía el juzgamiento de los responsables, y al final a algunos se los juzgó. Yo pienso que Uruguay fue muy debilucho en cuanto a la manera en que encaró la cuestión legal de búsqueda de los desaparecidos y de resolución de esos casos. La mayoría de los desaparecidos desparecieron en Argentina o fueron asesinados en ese país. A la mamá de Macarena la trasladaron a Montevideo. Nosotros creemos que Macarena nació en el Hospital Militar, pero Marcelo y María Claudia estaban en el sótano de la casa de Bulevar Artigas y Palmar [centro de detención clandestino conocido como la Mansión o la Casona, donde funcionó después el Centro de Altos Estudios Nacional del Ejército y ahora es la sede de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo]. Me acuerdo de la escena cuando la llevan [a Macarena] ante una excavación y le dicen: “Mirá, acá seguro está tu madre”, y no... Teníamos en aquel tiempo un plano que señalaba el lugar donde muy posiblemente estaba enterrada María Claudia, cerca del arroyo Miguelete, en el Batallón [de Infantería Mecanizado] 13. ¿Qué se hizo con eso? En el sentido de si realmente se hicieron trabajos serios ahí, no puedo opinar, no lo sé. Cuando terminamos el libro y encontramos a Macarena, yo dije: “Hasta acá llegué”, pero Juan fue el que siguió con la búsqueda de los restos de María Claudia. Ahora Juan está muerto y yo no seguí.

–La impunidad es un asunto que trasciende a Uruguay, que alcanza a casi todos los países de América Latina. Las generaciones nuevas que leen el libro se indignan con lo que pasó y quieren comprometerse con la lucha por verdad y justicia, pero muchos encuentran en las organizaciones históricas, las de familiares, las de militantes, muchas divisiones, enfrentamientos, frustraciones que no son las de los jóvenes. ¿Qué les pasó a aquellas generaciones?

–Me hace gracia porque es mi generación. Hoy [por ayer] cumplo 75 años. Con Juan lo hicimos solos porque justamente no queríamos saber de nada con los organismos de derechos humanos, con lo institucional; eso nos valió el odio de esas instituciones. Cuando encontramos a Macarena estábamos acá en Montevideo cuando [el presidente Jorge] Batlle hace el anuncio. La gente salió con los autos a tocar bocina porque realmente se probaba que había habido niños secuestrados –Sanguinetti había dicho que en Uruguay nunca desapareció un niño–. Sentimos un gran apoyo de la gente común, una reacción; fue muy hermoso para nosotros. Pero al día siguiente, en una radio muy escuchada –yo la escuché [vuelve a aclarar mientras bebe más cortado]–, Estela de Carlotto dijo: “Presidente Batlle, ¡tenga cuidado! Le están tendiendo una trampa”. ¿Y por qué? Porque no eran las Abuelas de Plaza de Mayo quienes habían encontrado a Macarena. Hoy se llenan la boca de Macarena, ¡a ver si se entiende! Todo eso es jodido. Es una cosa de una mezquindad espantosa. No sé si es así en Uruguay, pero creo que en Argentina hubo muchas mezquindades, personales, por cuestiones de poder, de prestigio. Con respecto a la impunidad, creo que cada vez vivimos en un mundo más impune y donde la impunidad gobierna. Está lo que llamamos neoliberalismo, que es una maquinaria de corrupción e impunidad juntas. En México hoy hay más desaparecidos que los que hubo en Argentina. La gente sale a cavar los fines de semana en algunos estados a ver si encuentra los restos de sus familiares desaparecidos. En Colombia las cosas están muy mal: matan periodistas. En Centroamérica matan a muchos defensores de los derechos humanos. Están las guerras de Medio Oriente por el petróleo, por el agua; se llenan la boca, pero no es una lucha contra el terrorismo, porque los terroristas son ellos, los gobiernos. Ustedes viven en un país muy chiquito y muy democrático. Quizá porque llevan muchos años de gobiernos de izquierda, más allá de que en el Frente Amplio se peleen como gatos. Es una diferencia. Se acaba de legalizar la marihuana, y yo estoy totalmente de acuerdo con la legalización de las drogas. Ahora, ¿la impunidad de acá? ¿Que Macarena no pueda darle una tumba a su madre? Eso es porque los milicos no hablan. Nosotros encontramos a Macarena porque yo me puse a hablar con extraños personajes de los servicios de inteligencia en Argentina. Sin eso, nunca hubiéramos encontrado ciertas pistas. Hay que animarse a ensuciarse un poco, también. Yo me acuerdo de uno que era un triple espía: era de la CIA [central de inteligencia de Estados Unidos], de los servicios de inteligencia de Argentina y del Mossad [servicio secreto de Israel], y un día lo llamé, me senté con él, le dije que mi padre seguro estaría revolcándose en la tumba porque era del Partido Comunista y él era un nacionalista. Pero fue un hombre que nos ayudó mucho. Ahora está muerto. Nos dio documentación importantísima del Ejército. Pero yo no podía decir en Argentina: “Yo me encuentro con Fulano de Tal a hablar”, porque me iban a dar, me iban a decir “esta loca de mierda”.

–¿Y por qué él habló?

–Porque yo lo busqué a propósito, porque a él en algún momento lo había secuestrado la banda de Aníbal Gordon, que era la banda que estaba en Automotores Orletti, que es adonde llevaron a Marcelo y María Claudia. Orletti lo dirigía una banda de mafiosos que antes del golpe eran paramilitares y parapoliciales, que además eran chorros, les importaba la plata, y a este hombre de los servicios, por una cosa de broncas internas de los servicios, lo habían secuestrado y yo lo sabía. Entonces fui y le dije: “Tenemos los mismos enemigos, ayudame”. Y nos ayudó. Pero además, le leí un poema de Raúl González Tuñón, que nombra a una mujer de la que Raúl se enamoró y que en algún momento a uno de estos de los servicios del Mossad, de la CIA, lo sacó de la cárcel. Ella entró en una cárcel de hombres y se quedó en la celda de él y él salió vestido de mujer, y así se escapó de la cárcel. Yo conocía todas estas historias y así lo seduje para que hablara. Luego nos venía a visitar a Juan y a mí a México y nos traía información. Hay que buscar los resquicios, y a veces los resquicios no son muy católicos que digamos.

–Me imagino leyendo el libro a gente muy joven, para conocer lo que pasó, para informarse, para comprometerse. ¿Qué les dirías a esos jóvenes?

–Les diría que hay que inventar. ¡Que inventen! Yo no soy la madre de los hijos de Juan. Estuve 25 años con él, pero ya María Claudia y Marcelo no estaban. A mí me desaparecieron a muchos compañeros, pero no me desaparecieron a mi papá, ni a mi tía, ni a mi hijo. Pero se murió una hija mía, la mató un cáncer, y esa muerte es lo que desata el libro, también. Era mi hija mayor, y Juan la quería muchísimo, aunque no era hija de él. Ella se murió en enero de 1995 y nosotros en mayo estábamos inventando ese libro. Por eso el libro es una ofrenda de duelos, de muertos. A los jóvenes les diría que inventen y, sobre todo, que no se dejen disciplinar por esta sociedad disciplinaria en la que vivimos. Que no se dejen engañar por lo que se llama democracia y es una falsa democracia. Que inventen y que sean jóvenes.

Un libro “hablado” | “Las entrevistas las realizamos en base a una consigna: ellos hablarían como quisieran y nosotros escucharíamos sin intervenir. A veces interrumpíamos para obtener alguna aclaración o porque surgía una palabra o frase que llamaba nuestra atención. En ningún momento pedimos que sacaran conclusiones y respetamos sus estilos y sensibilidades. Sus edades variaban entre los 17 y los 38 años”, cuenta La Madrid en el prólogo de la edición “definitiva” del libro. “Nos repartimos los testimonios eligiendo los que más nos interesaban o convocaban. Por mi parte elegí casi todos los de los hijos, hijas, los de las madres y algún otro”, agrega más adelante.

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