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Encuentro de Feministas Desorganizadas, el sábado, en la Facultad de Ingeniería. Foto: Alessandro Maradei

El sábado fue el primer Encuentro de Feministas Desorganizadas, convocado por redes sociales y que reunió a más de 200 mujeres

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Twitter es epidérmico, instantáneo, hiperactivo. Un lugar donde siempre te vas a enterar de la última noticia, pero antes de que la proceses ya hay otras cinco colmando los trending topics. ¿Se puede construir un proyecto a largo plazo mediante las redes sociales? ¿Se puede ir desde tirar 140 caracteres ingeniosos a formar una comunidad en su sentido más honesto (lo contrario a lo que implica la expresión community manager)? Se puede, sí, y no sólo eso; las redes informales son las únicas que, a veces, pueden darles voz a muchas personas con reclamos legítimos, y acercarlas a otras personas que transitan caminos parecidos sin saberlo.

Así fue como surgió el Encuentro de Feministas Desorganizadas (EFD): una red de mujeres que se fueron conociendo mediante Twitter (con el podcast Las histéricas como punto focal), atravesadas de distintas maneras por el feminismo y que luego, entusiasmadas, extendieron su red a Telegram y se convirtieron en un grupo de reflexión, contención y acción, muchas sin haberse visto nunca la cara.

Eventualmente, el grupo se hizo tan grande y necesario para sus integrantes que muchas sintieron la responsabilidad de dar un paso más allá y consolidarlo también fuera de las redes virtuales. De esa forma, el 9 de setiembre en la Facultad de Ingeniería, convocaron al primer encuentro en persona, consistente en dos bloques: de mañana, una serie de charlas, y de tarde el plenario Alicia Cardona para darle forma oficial al grupo.

Al llegar, impresionaba la cantidad de mujeres jóvenes, tan jóvenes que probablemente no hayan podido votar en la última elección; constituían al menos un tercio de la convocatoria. Muchas habían llegado del interior, una había venido a dedo desde Río Negro. El cupo, de 200 personas, se había agotado a pocos días de la convocatoria, y muchas quedaron en la lista de espera. Toda la movida fue autogestionada; las organizadoras se financiaron mediante algunas donaciones y principalmente por la venta de camisetas con la palabra HARTA atravesando el pecho (en referencia a la Convocatoria de la Asamblea Nacional de Mujeres de Montevideo, en el que se les preguntaba a las asistentes qué tan hartas estaban de, entre otras cosas, “decidir cosas chiquitas y no estar nunca en las grandes decisiones”), que además le dará nombre a uno de los proyectos del grupo: una revista para adolescentes.

Entusiasmo, nervios, risas; fui al encuentro para cubrirlo, pero al ser yo también feminista, cada vez que me acercaba a recabar un “testimonio” la conversación se extendía y se acercaban otras mujeres, todas desconocidas entre nosotras, a compartir sus experiencias; el sentimiento de estar ahí por una causa común bajaba todas las inhibiciones y, a pesar de no conocernos, enseguida nos entendíamos.

Luego de las acreditaciones y los últimos arreglos, comenzaron las charlas, cuidadosamente elegidas, cuyo orden podría ser “de dónde venimos”; “junto a quiénes luchamos”; “herramientas para la lucha” y “objetivos concretos que se pueden conseguir con esas herramientas”.

La primera exposición estuvo a cargo de Lilián Celiberti, que fue escuchada con una admiración evidente de las asistentes. Contó cómo para ella la militancia contra el terrorismo de Estado vino mucho antes que el feminismo, pero justamente fue una de las consecuencias de esa militancia la que la llevó a la “subversión cognitiva” que es el feminismo: detenida un año y medio en un calabozo, no tuvo otra que enfrentarse a sí misma, y así surgieron nuevos cuestionamientos; respecto del conflicto entre la maternidad y la militancia, respecto de sus compañeros militantes y cómo algunas luchas eran comunes pero otras (la crianza de los hijos, por ejemplo) eran sólo de las mujeres. Hasta que el feminismo no le atravesó el cuerpo en ese calabozo, dijo, había sido una palabra foránea para ella. Al año siguiente de ser liberada fundó, con otras mujeres, la revista Cotidiano mujer, que sigue saliendo hasta hoy. Reivindicó el feminismo como un movimiento internacionalista y de larga tradición, y pidió que no olvidáramos a las feministas que vinieron antes que nosotras, así como las luchas que ellas desarrollaron.

Luego de la exposición de Celiberti, se invitó a la mesa a tres movimientos feministas surgidos en los últimos años: Mujeres en el Horno (2008), Mizangas (2006) y Minervas (2012).

Mujeres en el Horno es un grupo que cuenta actualmente con 11 integrantes y que, desde antes de que se implementara la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (2011), asesora a mujeres (y amigas, familiares y parejas de esas mujeres) en todas las instancias de interrupción del embarazo. Y no sólo en cuanto a lo que la mujer y su grupo más cercano estén pasando, sino también en el vínculo de las mujeres con las instituciones de salud. Es un grupo totalmente autogestionado, funciona alternadamente en las casas de las integrantes y tiene su propia línea de teléfono (08008843), también atendida por ellas, que se capacitaron interna y externamente para atenderla. Una de las integrantes comentó, entre risas, que mucha gente se sorprende al saber que varias de ellas tienen hijos (“abortera” es una palabra que suelen escuchar).

Mizangas es un colectivo de mujeres afrodescendientes con énfasis en el “afrodescendientes”; cuando una de sus integrantes preguntó cuántas de nosotras éramos feministas antirracistas todas las manos se levantaron, pero la interpelación se mantuvo suspendida en el aire; ¿cuántas de nosotras, feministas, prestamos particular atención a las minorías dentro de las minorías? La pregunta quedó en la cabeza de muchas. Las integrantes de Mizangas enfatizaron en la diversidad que se puede encontrar en su grupo: “Trabajadoras sexuales, académicas, jubiladas, trans, bi, hetero”. Forman parte de la Coordinadora de la Marcha de la Diversidad. Al igual que Mujeres en el Horno, se autosustentan y se reúnen en las casas de las integrantes.

El objetivo de Minervas, el tercer colectivo que participó en la mesa, es fomentar un feminismo popular y autónomo. Se declaran antirracistas y anticapitalistas, y hay un énfasis en la idea de que lo personal es político, que se manifiesta, por ejemplo, en sus prácticas de autoconciencia inspiradas en el feminismo de la diferencia. Les interesa crear una red de feminismos autónomos y, financiadas –en parte– por la fundación Rosa Luxemburgo, desde hace dos años realizan “Caravanas feministas”, para apoyar a movimientos feministas insurgentes en distintas ciudades del interior.

Cuando nos disponíamos a escuchar la siguiente charla, irrumpió en la tarima, sorpresivamente, María Simon, decana de la Facultad de Ingeniería, luciendo su camiseta Harta, para darnos la bienvenida, expresar su orgullo por el acontecimiento e instar a las mujeres a que se permitan a sí mismas elegir carreras como ingeniería. “¡Sí, a las mujeres nos gustan los idiomas y educar, pero también nos gusta razonar!”, exclamó.

Después de los aplausos a la intrusión, se dio lugar a una charla sobre ciberfeminismo, a cargo de la socióloga y ciberactivista Mariana Fossatti, integrante de Creative Commons, que proporcionó una guía práctica de cómo usar internet para hacer surgir y sustentar movimientos sociales, tomando en cuenta los riesgos que supone el exceso de información personal en la red e instando a apoderarnos de todas las herramientas con las que contamos, de forma estratégica y sin apoyarnos demasiado en los grandes de internet (Google, Facebook, Twitter), que resultan muy útiles pero tienen baja tolerancia a la autonomía del usuario.

La última exponente fue la argentina Violeta Guitart, economista integrante de Economía Femini(s)ta, otro colectivo surgido de las redes que tuvo gran visibilidad el 8 de marzo de este año con su campaña MenstruAcción, con la que llamaron la atención sobre que en Argentina los productos que se utilizan para la gestión de la menstruación se venden con el impuesto a los productos de cosmética y no de higiene, lo que encarece la vida a las mujeres, y especialmente a las mujeres pobres, que deben recurrir a opciones poco sanitarias o abandonar espacios cuando empiezan a menstruar. Gracias a los esfuerzos de este colectivo se impulsaron cinco proyectos de ley y se agregaron tampones y toallitas higiénicas a la Canasta de Precios Cuidados de ese país.

En el almuerzo colaborativo que siguió a las charlas, cundían la energía y la expectativa ante el plenario que seguiría, del que no puedo decir nada excepto el nombre oficial elegido para el grupo: Encuentro de Feministas Diversas, descripción que no podría ser más adecuada.

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