Ingresá

Foto: Juan Manuel Ramos

La científica uruguaya entre los premios Nobel

10 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Si a uno le dicen “isla” y “científico”, lo primero que piensa es en La isla del Dr. Moreau, del escritor HG Wells, o en su “versión” porteña, la deliciosa Invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. Sin embargo, hay una isla que concentra científicos más maravillosos que esos de la ficción: la isla Lindau, ubicada en el Lago de Constanza, donde Alemania se toca con Suiza y Austria, recibe todos los años al Encuentro de Laureados.

El evento, creado en 1951 con el fin de limar las asperezas entre científicos luego de la Segunda Guerra Mundial, convoca todos los años a investigadores premiados con el Nobel para que compartan experiencias con sus colegas más jóvenes. Cada Lindau Laureate Meeting se dedica a alguna rama específica de la ciencia, siendo las más frecuentes la Fisiología y Medicina, la Química, la Física.

Este año el encuentro citó a 28 premios Nobel de Química (y a algunos colados de Medicina y Física) para que, junto con 420 investigadores jóvenes de todas partes del mundo, demostraran que no hay lenguaje más universal... que el que se genera al compartir una mesa bien servida. Entre esos 420 investigadores jóvenes seleccionados a lo largo y ancho del planeta, estaba Stella Peña, química farmacéutica que me espera en la Facultad de Química para contarme una experiencia que aún le marca una sonrisa en el rostro.

Stella tiene 30 años y un doctorado en Química que obtuvo en 2015 cuando terminó su tesis, titulada “Síntesis de fragmentos claves y estructuras análogas a Aeruciclamidas como potenciales quimioterápicos”. Uno no la conocía de antes, por lo que no puede saber si ya era así o si el encuentro en Lindau es el responsable de que hable con tanta entrega sobre la ciencia. Si bien esa variable no se puede determinar, ni bien comienza a hablar queda claro que la experiencia renovó su entusiasmo por lo que hace.

Estuviste con 28 premios Nobel. Uno escucha que la ciencia es colaborativa, pero también hay lugar para las celebridades, ¿no?

Claro que sí, en la ciencia hay celebridades y ellos lo son. De hecho, estábamos todos ahí queriendo escucharlos. Cada día hablaban seis premios Nobel en charlas de media hora y estaba toda la audiencia, 420 jóvenes de todo el mundo, que habíamos sido elegidos para estar ahí. Todo muy ceremonial, pero después cuando te los empezás a cruzar en los coffee breaks, en los almuerzos y charlás con ellos, ves que son personas comunes y corrientes que, en realidad, lo que te están transmitiendo no es su superdescubrimiento, sino más un entusiasmo por la vida y un sentido de proactividad, de ir hacia el objetivo que querés, sea ciencia, sea arte o lo que sea. Y ahí es cuando le empezás a sacar el jugo a esa semana de encuentros. Muy pocos se pusieron a dar una charla específicamente científica sobre el descubrimiento que hicieron, sino más bien sobre cómo llegaron a eso, con todas las peripecias del camino. Muchos, por ejemplo, buscaban otra cosa, eso que se llama serendipia, y luego de años de decidirse a investigar qué era eso inesperado, les dieron un premio Nobel. Más que nada iba por ese lado, de transmitir entusiasmo. Y ese entusiasmo es importantísimo, porque muchos de sus descubrimientos son lo que nosotros llamamos “ciencia básica”, cosas muy puntuales que dos por tres no llegan a ser tangibles. Luego ves que todas las grandes cosas han surgido de ciencia básica, de horas de laboratorio con cosas chiquititas. Y conmigo funcionó, estos encuentros me ayudaron mucho a volver a motivarme.

Viajes, Breaking Bad y química farmacéutica

“Yo tenía un vecino en Colonia que era químico farmacéutico y viajaba mucho. Entonces asocié los viajes con eso. Y te puedo decir que he viajado mucho con la química, así que no me equivoqué. Entré en Facultad y me fue bien. Conocí a Laura Scarone y Gloria Serra en el práctico de Química Farmacéutica, ellas me invitaron a hacer una especie de trabajo experimental y me gustó, me divertía. Porque la parte que hacemos nosotros, de síntesis, tiene mucho que ver con cocinar, algo así como cuando en Breaking Bad se van a cocinar al desierto. Tiene un poco esa picardía de poner ingredientes, ver qué te da, corregir y volver a probar. Y a mí me gusta hacer cosas, y esta área en la que me metí me atrae, es como bastante sucio, no es exacto, y en ese sentido me siento cómoda. Entre todas las áreas de la química, la parte de la síntesis de la química orgánica es la más desprolija en todo sentido, y es la que más me gustó siempre, no tanto la parte analítica y exacta”.

Estando allá, con investigadores y premios Nobel de todas partes, ¿notaste ese enfrentamiento poco fértil que a veces se escucha por estas latitudes? ¿En el mundo se sigue discutiendo sobre ciencia básica versus ciencia aplicada?

No, por lo menos en Lindau no. La importancia de la ciencia básica estaba muy clara, porque cuando vos te ponés a ver la lista de los premios Nobel, ves que se los dieron por encontrar determinada constante, elucidar la estructura de una proteína o por el descubrimiento de una vía de acción. Muy pocos premios Nobel se dan por aplicaciones; de hecho, muchos son por desarrollo de técnicas novedosas que luego han servido para descubrir otras cosas mayores, pero casi ninguno es por uno de esos descubrimientos explosivos, que boom, tenés un producto que cambia el mundo. Al menos eso es lo que pasa dentro del área de la física y la química, capaz que en la medicina es un poco distinto. Este encuentro era específico de química, y quedaba muy clara la importancia de la ciencia básica. Y acá lo que sucede, de hecho yo hago ciencia básica, es que armás un discursito para decir que lo que hacés va a servir para esto o para lo otro. Pero la verdad es que hay un largo camino para poder afirmar que lo que estás investigando va a tener una aplicación puntual.

O sea que tenés que buscar estrategias que legitimen la ciencia básica que hacés...

Sí, al principio tenés que desarrollar tu creatividad y sacar un poco la guitarrita para lograr que te den los fondos. Capaz que no significa que tenga que ser aplicado puntualmente en tu trabajo, pero sí algo que abra puertas para trabajos futuros.

Uno de afuera tiene la percepción de que la química farmacéutica ya tiene una pata en la ciencia aplicada. Por ejemplo, lo que leí sobre tu tesis.

Sí, mi tesis era sobre síntesis de estructuras análogas a Aeruciclamidas, que son unos productos naturales producidos por la cianobacteria Microcystis aeruginosa, que tienen una actividad biológica potencial. Cuando nos planteamos el trabajo, en la bibliografía ya estaba demostrada la actividad del producto natural contra el Trypanosoma brucei, protozooario que produce la enfermedad del sueño, y el Plasmodium falciparum, parásito responsable de la malaria. Nosotros sintetizamos esas moléculas análogas tomando como referencia a las naturales. Digo nosotros porque no trabajo sola, tengo a mi tutora de tesis, mi cotutora y un montón de gente.

Ya el título de tu tesis dice que se buscan moléculas con potencial para terapias químicas.

Mi objetivo era, primero, imitar a la naturaleza. Y eso fue de las mejores cosas que logramos. Los químicos orgánicos siempre quieren imitar a la naturaleza. Y es muy difícil hacerlo, porque la complejidad es muy grande. Nosotros teníamos como objetivo hacer eso, pero nos escudamos diciendo “vamos a sintetizar estructuras análogas y simplificadas”, abriendo el paraguas por si no podíamos imitar la estructura original, porque es muy difícil y en el camino te encontrás con mil y un problemas. Pero pudimos copiar a la naturaleza, pudimos hacer moléculas análogas, parecidas pero con mejor actividad biológica y más fáciles de hacer, que hicieron que alcanzara muy buenos resultados.

Para ir a Lindau hay que postularse y pasar una prueba. ¿Fue difícil?

El Lindau Lauret Meeting tiene Socios Académicos, que son instituciones de todo el mundo que postulan participantes. Nuestro país está asociado por medio de la Academia de Ciencia del Uruguay. El estudiante que presenta la mejor tesis del año anterior es el candidato que la Academia postula. En 2015 terminé mi tesis y me gané el premio a la mejor tesis de ciencia, entonces fui postulada.

¿O sea que vos ya eras una estrella, una especie de Natalia Oreiro de la ciencia local?

No, la Natalia Oreiro no, pero sí, es un honor ganar este premio y quedar nominada por la Academia Nacional de Ciencias. Pero eso es apenas una nominación, luego hay que llenar formularios, presentar cartas de motivación, de recomendación... te juro que fue el formulario más horrible que llené en mi vida, y eso que he llenado cientos, porque siempre que te presentás a una beca o a un llamado tenés que llenar formularios. Había puntos en los que estuve una semana pensando qué poner. Cuando me llegó el mail de que había sido elegida me dije “guau”. Igual, y esto es un punto para Uruguay, todos los postulados por nuestra Academia de Ciencias han sido elegidos para ir a Lindau, y eso habla muy bien de los científicos de acá.

Llegaste entonces a Lindau. ¿Qué te reportó el contacto con los premios Nobel?

Te llenás de motivación e inspiración para hacer cosas. Ellos están todo el tiempo diciéndote que persigas tus objetivos, que vayas para adelante, que te vas a encontrar con problemas y que les busques la vuelta. Porque capaz que esos problemas son más interesantes que lo que vos estabas buscando. Eso que se llama serendipia, de estar buscando una cosa y encontrarse con otra.

Luego de hablar con bastantes investigadoras e investigadores, mi impresión es que la ciencia es una actividad que requiere siempre un gran apoyo motivacional. Es frecuente que te hablen de alguien que en algún momento de la carrera los convenció de que fueran por tal o cual camino, que sigan a pesar de que todo complota contra dedicarse de lleno al laboratorio. ¿Qué diferencia viste entre esa motivación al hablar con los Nobel y la motivación que recibiste en nuestro país?

En mi caso fue fundamental el papel de mi jefa y tutora de tesis, Gloria Serra, que para mí es una mujer ejemplar. Tenemos un vínculo muy bueno, y es algo que no siempre ocurre. Son muchos años, se generan muchas tensiones. Por suerte ese no fue nuestro caso, y por eso no es una obviedad que hable bien de mi tutora.

Supongo que la motivación es importante también cuando es obvio que nadie se encierra en un laboratorio por la plata. Y además de que tenés que dedicar días, meses y años a algo que tal vez no produzca los resultados esperados, está el tema de conseguir fondos para investigar; que cada dos años tengas que pensar cómo vas a hacer para pagar las cuentas.

Sí, en la ciencia no hay estabilidad económica. Uno tiene que hacer un cambio de chip y entender que no hay nada que sea seguro. Tal vez la generación de nuestros padres pensaba en términos de estabilidad, pero para mí hoy en día no hay nada estable. Podés conseguir un trabajo muy bueno en una empresa y capaz que mañana cierra. Y acá tenés que estar cada dos años presentándote a proyectos. Y eso también tiene su gustito. Hay que andar pensando ideas nuevas, no es un trabajo para nada rutinario. Los cinco o seis años que estuve trabajando en esto con mi tesis fueron muy divertidos. Hice muchas pasantías, viajes, congresos, conocí mucha gente, me fue muy bien en el laboratorio.

He notado cierta preocupación de los científicos y científicas por demostrar que son seres humanos, que además de hacer ciencia se divierten, tienen hobbies, intereses culturales o deportivos... pero no sé en qué momento alguien dijo que no lo eran. ¿Por qué los científicos a veces piensan que los demás no los ven como seres humanos? ¿De dónde sale esa idea de que son ascetas que viven aislados cual ermitaños en una montaña procurando la sabiduría?

Es un prejuicio que tal vez sea propio de los científicos. Capaz que es algo anterior, que está en el inconsciente colectivo. Porque después de que te metés ves cómo es todo. Me pasó de sorprenderme en el primer año trabajando en la cátedra al ver que mis compañeros eran muy divertidos, y que mis jefes eran buena onda y que hacíamos comidas y pasábamos bárbaro. Hay una persecuta.

Sobre todo porque viéndolo de afuera en la investigación hay un componente grande de motivación e inquietud que emparenta más lo que hacen ustedes con un músico o un artista que con una persona con un trabajo deshumanizado. Y no veo a los músicos diciendo cada vez que pueden que también son humanos y que se divierten.

Es así. De hecho, yo también me dedico al arte, y las formas de trabajar son muy parecidas, vos te das cuenta de que estás trabajando para vos. Por ejemplo, me daba gracia decir que mi tesis era mi trabajo, porque me estaba formando, y cuanto más le metía, más invertía en mí. Y eso es como en el arte, que cuanto más le metés a algo, sos vos el que está ganando. El detallecito de si la línea te quedó más o menos recta es tuyo. Y en ciencia también. Hay algo en común entre lo que hago en el laboratorio y lo que hago en danza y en circo. De hecho, esto de estar como loco atrás de un llamado es igual cuando es uno de la ANII que cuando te cierra una convocatoria del MEC.

Lo que Stella se trajo y no declaró en Aduanas

*Que William Moerner, Nobel de Química en 2014 por el desarrollo de la microscopía de fluorescencia de alta resolución, diga que casi tan bueno como que te elijan para darte un Nobel es que Milhouse te elija como ganador del Nobel de Química en una penca del primer episodio de la temporada de 2010 de Los Simpsons (¡y se adelante cuatro años al jurado!). O que te pida que desconfíes cuando un Nobel te dice que algo no se puede hacer. *Que no hay que desatender ni olvidarse de la familia y los amigos. *Que hay que ver las crisis como momentos de peligro pero también de oportunidad. Y eso es tal cual, porque en la ciencia siempre estás en crisis, porque no te salen los resultados y te preguntás para qué hacés lo que hacés. *Que la pinta es lo de menos: George Smoot, premio Nobel de Física en 2006 por su trabajo sobre la radiación de fondo de microondas y las semillas de las galaxias poco después del Big Bang, se paseaba de chancletas y medias por todos lados. *Que siempre hay que tener tiempo para divertirse. Como prueba, exhibe la foto de Richard Royce Schrock, Nobel de Química de 2005 por su trabajo en el desarrollo del método de metátesis en la síntesis orgánica, con una camisa roja floreada y una jarra de cerveza enorme a la que le queda un fondito que, según Stella, tuvo una vida tan efímera como la de algunas de las moléculas generadas en el colisionador de hadrones de Ginebra.

.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura