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Los actores James Franco (i) y Tommy Wiseau durante la entrega de los premios Globo de Oro, el domingo, en Beverly Hills, California. Foto: Matt Winkelmeyer, AFP

Historia de un accidente

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Cuando James Franco disfrutaba su fugaz momento de gloria el domingo (y antes de que le apareciera una ristra de acusaciones de acoso sexual), al ganar el Globo de Oro al mejor actor de musical o comedia por The Disaster Artist, llamó al escenario a un extraño personaje de pelo largo y renegrido, con lentes negros, conocido como Tonny Wiseau, quien había sido la inspiración –en todos los aspectos– de la película por la que Franco fue premiado.

Prudentemente, el protagonista de The Deuce se las arregló para mantener el micrófono lejos de Wiseau –quien estaba exultante y con unas ganas enormes de hablar–, impidiendo que el gran público tuviera un contacto directo con la extravagante personalidad del misterioso actor (¿?), director (¿?), productor (¿?) e indudable personaje responsable de The Room (2003), película cuyo desarrollo narra The Disaster Artist y que en menos de 15 años se ha convertido en un infame objeto de culto, al ser considerada por muchos la peor película jamás hecha, o por lo menos –como señala el título del film de Franco– un auténtico desastre artístico. Pero ¿puede considerarse un desastre una película tan divertida y que sigue exhibiéndose en funciones de medianoche que se llenan de fans, cuando otras, llenas de premios Oscar y Palmas de Oro, han desaparecido hace tiempo de las carteleras? Es difícil contestar esa pregunta, porque The Room es una de esas obras que desafían cualquier concepción que se tenga de calidad artística, y ya sea por perversidad de su audiencia o porque resultó –con intención o sin ella– una obra realmente distinta de cualquier otra, el film de Wiseau ya ha conseguido mucho más reconocimiento y atención que lo que incluso su delirante creador hubiera soñado.

Déjalo ser

En 2001, un personaje aparentemente llamado Tommy Wiseau escribió el guion de The Room (“la habitación”) con la convicción de que esa película lo haría inmortal, y tal vez sus esperanzas se cumplirían. Lo de “aparentemente llamado” no es una figura retórica sino una precaución legítima, ya que el pasado de este hombre es, en su mayor parte, un misterio absoluto. No se sabe cuál es su edad (aunque se calcula que ronda los 60 años), ni exactamente cómo hizo la fortuna que derrochó con The Room, ni si “Tommy Wiseau” es su verdadero nombre, ni su auténtica nacionalidad: él, desde que se hizo conocer, siempre ha asegurado que es estadounidense, a pesar de su extraña manera de hablar inglés, con un estrambótico acento difícil de identificar (un fan que lo investigó sostiene que es en realidad polaco, de la ciudad de Poznan). En todo caso, asistió a algunos cursos de teatro y conoció en ellos a su actual amigo Greg Sestero, coestrella de The Room y socio de Wiseau en otros proyectos delirantes.

En busca de un pasaporte a la fama, Wiseau se paseaba por Hollywood en un costoso Mercedes Benz blanco, enloqueciendo a los productores y agentes que tenían la desgracia de cruzarse con su decidida e insistente persona. Incapaz de entusiasmar a nadie con sus (inexistentes) habilidades histriónicas, decidió que si la montaña no iba hacia Mahoma, Mahoma iría a la montaña. En otras palabras, como no logró que alguien se interesara en su guion o su talento, decidió pagar él mismo una película y hacerla a la medida de sus sueños dramáticos, que partían de una admiración declaradamente profunda por William Shakespeare y por figuras como Marlon Brando, James Dean y toda la Actuación con mayúscula. Consecuente con su concepto de la tragedia, la película que escribió Wiseau era un tremebundo drama sobre un triángulo amoroso entre Johnny (el propio Wiseau), Mark (Sestero) y Linda, la novia de Johnny, interpretada por Juliette Danielle. Una historia de traiciones, conversaciones existenciales, gente que juega al fútbol americano por todos lados, sexo y un aparatoso suicidio, que Wiseau y Sestero (quien tenía en aquel momento la excusa de ser casi un adolescente) confiaban en convertir en un éxito del cine independiente.

Filmada durante el verano de 2002 y estrenada a principios del año siguiente, The Room estuvo apenas un par de semanas en cartel en un número muy limitado de cines, y las reacciones no muy favorables del público llevaron al dueño de uno de ellos a poner un cartel de advertencia, adelantando que no se devolvía el importe de las entradas, ya que cerca de la mitad de los asistentes solían abandonar Historia de un accidentela sala, indignados, poco después de que comenzara la película.

Las críticas fueron negativas hasta la incredulidad, ya que algunos críticos llegaron a preguntarse si The Room realmente había sido filmada con la intención de realizar una película dramática o se trataba de una elaborada broma. Pero entre los incautos asistentes se encontraban algunos perversos que la hallaron divertidísima y, mediante el boca a boca, las funciones comenzaron a llenarse de gente. Siguió la petición a una de las salas que exhibían The Room para que la programaran semanalmente en funciones de medianoche, a las que –como en algún momento ocurriera con la también clásica, pero brillante, comedia musical de culto The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1973)– asistían fanáticos que conocían los diálogos y los recitaban de memoria durante la función, reactuaban escenas frente a la pantalla y arrojaban a esta cucharas de plástico, en referencia a la curiosa decoración, con fotos de cucharas, del departamento de Johnny. Se fascinaron con este ritual los integrantes de un grupo de jóvenes amigos y cineastas, entre ellos Seth Rogen, Judd Appatow y James Franco, quien se obsesionó tanto con el film de Wiseau que llevó la historia de su génesis a la pantalla, basándose en el libro de memorias del rodaje que escribió Sestero y con el mismo título: The Disaster Artist (“el artista del desastre”). No tan paradójicamente, la película de Franco viene recogiendo la clase de críticas elogiosas imposibles de imaginar para The Room, aunque muchas de las escenas de esta fueron reconstruidas cuadro por cuadro.

El horror, el horror

Los anglosajones tienen una expresión que alude a la circularidad de los gustos y las impresiones: so bad, it’s good (tan malo que es bueno). Algo consecuente en una cultura que suele usar el adjetivo bad (malo) como “bueno”, del mismo modo en que los rioplatenses podemos usar la expresión “hijo de puta” tanto con desprecio como con admiración. El cine “tan malo que es bueno” se ha convertido casi en un género en sí mismo (sobre todo a partir de que el posmodernismo convirtió el consumo morboso o irónico en algo aceptable), y suele ser apreciado particularmente por los amantes del cine “bizarro” y las producciones de ciencia ficción o terror baratísimas y chapuceras, como las películas de Ed Wood, el pope del cine malo (homenajeado por Tim Burton en 1994 con la película que lleva su nombre, en un caso semejante al de The Disaster Artist). Pero The Room es una película malísima en una forma distinta y menos dependiente del apuro o la falta de ambiciones; podría decirse que tiene un clima similar al de la indescriptible gloria uruguaya Acto de violencia en una joven periodista (1988), de Manuel Lamas, es decir, no se trata de un film mal hecho sobre extraterrestres como Plan 9 del espacio exterior (Ed Wood, 1956), sino de una película que parece hecha por un extraterrestre al que le hubieran explicado en forma muy sucinta qué es el cine.

¿Qué tan mala es The Room? Todo lo mala que puede ser: espantosamente pretenciosa, filmada con gran ineptitud (aunque lo técnico no es lo peor del film), guionada de una forma que avergonzaría al más berreta de los teleteatros venezolanos, incoherente al borde del colapso narrativo, actuada en forma tan horrible que cuesta creer que sea en serio, e involuntariamente graciosísima. De hecho, el pintoresco Wiseau alguna vez jugó, a posteriori, con que se trataba en realidad de una obra humorística, pero está claro que no es así –sería obra de un talento superior, maligno y situacionista, a lo Andy Kaufman– y el principal centro de la gracia de The Room es el propio Wiseau, con su pinta de galán entre vampiresco y heavy metal, su acento y su dicción extravagantes, y una idea de lo que es actuar tan hiperbólica y a la vez rígida que supera cualquier caricatura de una mala actuación, y que llega a su cenit cuando, desesperado, berrea la frase (escamoteada de Rebelde sin causa) “You’re tearing me apart, Lisa!” (¡me estás destrozando, Lisa!), con una expresión que hay que ver para creer.

The Room ni siquiera tiene la disculpa de la precariedad económica total con que filmaron Wood o el uruguayo Ricardo Islas; por el contrario, fue una película carísima, con un presupuesto de cerca de seis millones de dólares, que puede no impresionar en relación con las grandes producciones hollywoodenses, pero que fue enorme para algo que podría haberse realizado con muy poco dinero. De hecho, el costo de la película es parte de su mística y del misterio que rodea a Wiseau, ya que todos los gastos corrieron por su cuenta y nunca ha querido dar detalles acerca de la procedencia del dinero –apenas ha admitido tener cierta fortuna personal, que dice haber reunido importando prendas de cuero desde Europa–. Lo que está claro es que malgastó ese dinero de forma insólita, por ejemplo, al comprar equipo que por lo general se alquila, filmar simultáneamente en dos formatos (aunque, como es obvio, sólo pudo utilizar uno), y perder días de rodaje pago por torpezas o caprichos inverosímiles (entre las excentricidades pagadas por Wiseau se encuentra un caro cartel publicitario sobre una de las principales avenidas de Hollywood, que permaneció allí generando gastos durante años, mucho después de que el film hiciera su breve pero inolvidable pasaje por las carteleras).

Es difícil explicarles a quienes no hayan visto The Room qué es exactamente lo que hace de una calamidad total algo tan divertido, porque no hay chistes propiamente dichos en la película, sino que cuanto más trágica se pone, más hilarante se vuelve, aun si a uno no le cae simpática esa forma de placer morboso que algunos sienten al ver a alguien sufrir un accidente. The Disaster Artist, que se estrena este jueves en Uruguay, es una forma indirecta y mucho más amable de acceder a la gloria dudosa de The Room, pero los interesados en el film original pueden verlo completo en Youtube –incluso en versiones subtituladas–. No se puede asegurar que sea una experiencia agradable, pero sin duda es única.

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