Esta columna resume la exposición de Edgardo Lander en la actividad Encuentro de pensamientos críticos: más allá del desconcierto, organizada por la diaria, FESUR, TNI, la Fundación Vivian Trías, El Taller, Entre y Hemisferio Izquierdo el sábado 24 de noviembre en la Intendencia de Montevideo.
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Para aproximarse a una evaluación de qué pasó con los gobiernos progresistas es necesario comenzar por cierta caracterización de la época en la que nos encontramos, porque las conclusiones a las que podamos llegar dependen de con qué criterios se evalúen estos procesos.
Creo que nos encontramos en un momento de profunda crisis civilizatoria, que es la crisis terminal de la modernidad colonial. Este patrón civilizatorio de la modernidad colonial se ha caracterizado por algunas dimensiones fundantes. En primer lugar, el antropocentrismo, que es esta noción de que los seres humanos están sobre la naturaleza para someterla, explotarla, y todas las derivaciones que salen de allí en términos de patrones de conocimiento. La ciencia y la tecnología del mundo colonial moderno tiene que ver con las nociones derivadas de progreso, desarrollo, crecimiento sin fin, esas concepciones de acuerdo con las cuales la felicidad humana está sustentada en la acumulación sin fin de bienes materiales y en la posibilidad de que haya una expansión indefinida de la actividad económica explotadora de la naturaleza en un planeta limitado. Hoy, podemos reconocer que esto nos está conduciendo al desastre.
En segundo lugar, es un patrón civilizatorio patriarcal de amplio espectro, como lo han señalado las diversas vertientes de las contribuciones y luchas del feminismo. No se agota, obviamente, en un tema de equidad de género, sino que trasciende la equidad de género, porque tiene que ver con epistemologías patriarcales, con la construcción del Estado como Estado patriarcal, con la construcción de lo público y lo privado, y con muchas dimensiones de la vida.
En tercer lugar, este orden colonial moderno es un orden de racialización de la población planetaria para una construcción jerárquica de superioridad-inferioridad que pretende biologizar las diferencias entre los seres humanos con un mecanismo de legitimización de la diferencia, porque esta se naturaliza en términos de inferioridades supuestamente raciales, cuando la raza es un constructo político-epistemológico para la subordinación y el sometimiento.
Igualmente, es un patrón civilizatorio caracterizado por una violenta y radical monoculturalidad. Una cultura universal como la cultura, y todo lo demás a ser atropellado. O, simplemente, se coloca a los “otros” en el pasado, y estos, al ser colocados en el pasado, dejan de ser sujetos del presente.
Hoy, por diversas razones, este patrón civilizatorio está en su crisis terminal. La expresión más clara del agotamiento de este patrón es la crisis ambiental planetaria. Hoy nos encontramos con que el conjunto de la humanidad ha sobrepasado la capacidad del planeta. Estamos utilizando la capacidad reproductiva de la vida más allá de la capacidad reproductiva de los mecanismos naturales del planeta, y esto nos está acercando peligrosamente al colapso de las condiciones de reproducción de la vida. Pero, una importante aclaración: no podemos hablar en este sentido de la humanidad, sino que se trata de procesos jerárquicamente diferenciados en los que unos sectores de la humanidad están ejerciendo una extraordinaria presión que afecta muy desigualmente al conjunto del planeta, mientras que otros sectores de la humanidad ni siquiera cuentan con acceso a servicios básicos, como el agua potable. Y mientras más desigualdad hay, más se avanza en este proceso devastador.
Hoy nos encontramos en un nuevo momento histórico, que ha sido definido como antropoceno: la idea de que la acción humana sobre el planeta es suficientemente potente como para que las fuerzas fundamentales de transformación geológica del planeta sean de naturaleza antropocéntrica. Esta nueva era nos está conduciendo muy cerca del colapso de los sistemas de reproducción de la vida. Se plantea que si en los próximos tres años no se comienza a producir un descenso sustantivo y acelerado de la emisión de gases de efecto invernadero, se producirán inevitablemente transformaciones climáticas de carácter traumático e irreversible que harán imposible la vida tal como la conocemos en el planeta Tierra.
¿A qué viene todo esto? A que los retos de la transformación, para pensar más allá del capitalismo que nos planteamos hoy –no porque queramos, sino porque se impone por la realidad histórica que vivimos–, son sustancial y profundamente diferentes a los que se imaginaron en el siglo XIX como condiciones de la transformación y a cómo se instrumentaron en el siglo XX. Hoy, procesos de transformación que no incorporen medularmente el tema de la relación de los seres humanos con la preservación de la vida, que no incorporen medularmente el tema de la confrontación al patriarcado, el reconocimiento de la pluralidad y la diversidad, que no reconozcan el carácter colonial, patriarcal, eurocéntrico de los patrones de conocimiento hegemónicos que recorren el mundo y que están presentes inclusive en nuestras universidades, y aun en sus departamentos críticos, que no cuestionen la monocultura liberal de la modernidad colonial, por más que confronten al imperialismo, por más que mejoren las condiciones de vida de la gente a corto plazo, por más que logren procesos de organización popular, estarán destinados a fracasar como proyectos transformadores. Porque hoy la lucha no es sólo contra el capitalismo, sino por superar este patrón civilizatorio que nos está llevando al colapso.
¿Con qué ojos miramos lo que ha pasado?, ¿qué es lo que tenemos que exigirles a los procesos de transformación? Si los retos de la transformación fuesen mirados en términos de equidad, de condiciones de vida, podríamos llegar a unas conclusiones. Pero si miramos estos procesos desde el punto de vista de este reto civilizatorio, las conclusiones son radicalmente diferentes.
En todos los gobiernos progresistas se optó y se llevaron a cabo políticas públicas que apostaron en lo fundamental a políticas de naturaleza extractivista. Estas políticas no permitieron enfrentar los retos a los cuales me referí anteriormente. A pesar de, por ejemplo, los contenidos radicalmente utópicos presentes en las constituciones de Ecuador y Bolivia –cuando se planteó la cuestión de los derechos de la naturaleza, del Estado plurinacional, que desde el punto de vista de la tradición constitucional liberal sonaban como asuntos absolutamente absurdos, porque fueron de una extraordinaria radicalidad–, en ninguno de estos asuntos fue posible avanzar significativamente en el marco de una lógica extractivista.
Lejos de cuestionar la lógica de la acumulación del capital, la lógica extractivista lleva a la continuación y la profundización del asalto a la naturaleza. Imagínense al capital como una locomotora desbordada tiene permanentemente la necesidad de más combustible: lo que hicieron los gobiernos progresistas fue continuar alimentando aceleradamente esta maquinaria desbocada. Por lo tanto, desde el punto de vista de la necesidad de frenar esta lógica de crecimiento sin fin en un planeta limitado, los gobiernos progresistas, sin excepción, contribuyeron muy significativamente, a pesar de sus discursos, a alimentar esta maquinaria. Uno se encuentra una y otra vez en las declaraciones de estos gobiernos con las críticas al imperialismo, al consumismo del norte, a los países industriales que no toman medidas, pero las medidas de los gobiernos progresistas fueron en la misma dirección.
De este modo se avanza hacia la destrucción en un doble sentido. Una destrucción que incide sobre el plano global de la destrucción de las condiciones que hacen posible la reproducción de la vida en el planeta Tierra y, por supuesto, en el plano territorial, la afectación de poblaciones campesinas e indígenas. Los intentos de construir estados plurinacionales y el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas o de la naturaleza resultan imposibles cuando la base es la explotación de los llamados recursos. En el caso venezolano, por ejemplo, la Constitución establecía claramente que en un período de dos años deberían reconocerse y delimitarse los territorios de los pueblos indígenas. Nada de eso pasó, porque precisamente en esos territorios era donde estaban los recursos que el modelo extractivo quería explotar.
Entonces, hoy hay un debate fuerte en la izquierda, que viene desde hace ya varios años, sobre por qué pasaron las cosas que pasaron. Aquí yo quiero decir en forma bastante polémica y categórica que creo que la izquierda a nivel global se encuentra ante una crisis profunda, existencial. Tenemos muchos factores que nos permiten explicar el auge y el avance de la derecha. En términos del manejo de las nuevas tecnologías como instrumentos de creación de nuevas subjetividades, en términos militares... podemos encontrar muchas explicaciones. Pero tenemos que encontrar también explicaciones en la izquierda: ¿qué responsabilidad tiene la izquierda en esto? De los tantos asuntos, quiero destacar dos. En primer lugar, ¿qué tipos de proyectos alternativos creíbles, capaces de entusiasmar a la población del planeta, está hoy ofreciendo la izquierda? Creo que aquí estamos de brazos amarrados, con una extraordinaria debilidad. En segundo lugar, el tema de la capacidad de la izquierda para reflexionar autocríticamente sobre por qué pasa lo que pasa. Si tenemos una izquierda –por lo menos la izquierda oficial partidista en América Latina– que todavía hoy celebra la gloriosa revolución sandinista mientras están masacrando al pueblo nicaragüense en las calles de Managua, eso quiere decir que es una izquierda que se niega a una reflexión autocrítica, a entender los orígenes del autoritarismo, a entender las razones por las cuales se produce ese distanciamiento entre la utopía y la realidad de la gestión pública.
Desde Venezuela, estoy permanentemente alarmado por el contraste entre lo que en Venezuela vivimos como autoritarismo, como profunda crisis económica y humanitaria, como la entrega absolutamente sin fin de los recursos del país a las transnacionales, violando por completo todo el orden constitucional, y la ausencia total de mecanismos de democracia porque el gobierno ha optado por preservarse en el poder a como dé lugar, independientemente de lo que digan los instrumentos constitucionales y legales, y la lectura que se hace desde afuera. Lo que dice Podemos y lo que dicen muchos de los partidos de izquierda latinoamericanos: hablan de lo que parece ser otro país.
Entonces, aquí tenemos un reto fundamental. Si la izquierda no es una izquierda reflexiva, autocrítica, vamos a repetir lo que ocurrió con la Unión Soviética, cuando los partidos comunistas de esa época de Stalin decidieron que no era posible cuestionar el estalinismo con sus masacres porque representaba la confrontación al imperialismo. Con eso, lo que estamos haciendo es socavar las posibilidades de un mundo alternativo, porque contribuimos a identificar, como quiere la derecha, izquierda con autoritarismo y corrupción.
Edgardo Lander es un sociólogo venezolano, profesor de la Universidad Central de Venezuela.