Seguro que para los que visitaron por la Expo Melilla la semana pasada no pasó inadvertida una vaca holando que tenía un extraño bozal amarillo con aspecto de máscara de gas de una guerra venidera. Sin embargo, el accesorio sirve para todo lo contrario: en lugar de filtrar el aire que la vaca respira, almacena lo que la vaca devuelve a la atmósfera mediante eructos. No se trata de una broma, sino de un dispositivo para medir las emisiones de metano que el agrónomo e investigador en formación Ezequiel Smeding utilizó para su tesis de grado, dirigida por Andrea Álvarez y enmarcada en la línea de investigación liderada por Laura Astigarraga.
La importancia de cuantificar cuánto metano emite una vaca queda de manifiesto cuando uno se percata de que es un gas de efecto invernadero y, por ende, propiciador del calentamiento global. Ezequiel lo resume bien: “A nivel internacional el metano es el segundo gas de efecto invernadero más importante. Pero en Uruguay, que tenemos tres vacas y pico por habitante, y además un lote de ovejas, debido a la fermentación entérica de los rumiantes, es el principal gas de efecto invernadero con saldo positivo”. Sin embargo, la investigación de Smeding no se centró exclusivamente en las emisiones de metano, como queda de manifiesto al leer el nombre de su tesis: “Caracterización del ciclo productivo de vacas lecheras de dos razas contrastantes en un sistema pastoril de baja dependencia de insumos externos. Aspectos productivos, fisiológicos y emisiones de metano”. Para uno, que poco sabe de producción animal o agrícola, al llamador del metano como gas de efecto invernadero se le hace también interesante el concepto de “sistema pastoril de baja dependencia de insumos externos”. Sin embargo, toda estimación sobre el interés en esta investigación queda corta cuando Smeding comienza a hablar de ideas de soberanía, modelos productivos y el marco desde el que piensa su trabajo. “Para mí, qué ciencia hacemos y qué sistemas productivos promovemos pasa por una definición política”, sostiene, dejando en evidencia la estrecha relación que hay entre el campo y todo lo demás en este país.
Pensar los modelos
La investigación de Smeding se llevó a cabo en la estación experimental que la Facultad de Agronomía tiene en Bañado Medina, Cerro Largo. En líneas generales, el objetivo era comparar el desempeño de dos razas vacunas; la holando, que es lechera, y la normando, que es de doble propósito, o sea, se usa tanto para obtener carne como leche, en un sistema de producción pastoril. Este sistema de producción, en el que las vacas deambulan por el predio comiendo las pasturas, es el opuesto de los sistemas estabulados, que Smeding define como norteamericanos: “Un sistema que impuso una selección genética del ganado muy fuerte con miras a la producción de leche y que tiene asociado todo un paquete tecnológico que consiste básicamente en la vaca estabulada, a la que se le lleva la comida, con una gran participación de los concentrados energéticos y proteicos”. La importancia del estudio queda clara cuando habla el científico: “Ese paquete tecnológico no está pensado para los sistemas pastoriles. Y en el sistema pastoril reside el gran potencial de competencia a nivel internacional de la producción uruguaya”.
Pero, además de probar el desempeño de dos razas distintas en el sistema pastoril, la investigación de nuestro agrónomo se dio en un sistema con baja dependencia de insumos externos. “El mundo occidental ha tendido a aumentar la introducción de granos de fuera del predio. Si uno traduce eso en el flujo de energía, quiere decir que estamos trayendo energía que se produjo en otro lugar, por ejemplo, en una chacra de cereales, y lo estamos metiendo en el tambo”, cuenta Smeding, que luego define al sistema de baja dependencia: “En los últimos diez años ha resurgido en Europa el interés por los sistemas de baja dependencia de los insumos externos, o lo que llaman low input pastoral systems. Son sistemas que tratan de maximizar la producción a partir de las pasturas del propio establecimiento, tratando de evitar la dependencia de energía que viene de afuera de la granja”. Este modelo de producción tiene sus pros y sus contras: “Si bien esos sistemas tienen, a priori, una menor productividad, estarían asociados a un menor impacto ambiental, a un mayor bienestar animal y, junto con eso, a un mejor cumplimiento de las demandas del público que van cambiando, dado que el consumidor moderno ya no se fija sólo en la calidad final del producto sino también en la calidad del proceso”.
En la cuenca lechera tradicional, del sur del país, el modelo de baja independencia de insumos externos no es demasiado viable, ya que la producción aumentó a niveles excepcionales a base de granos y pasturas sembradas. Sin embargo, en otras zonas del país donde también hay lechería el modelo podría ser útil. “En el grupo de investigación en que hice mi tesis de grado pensamos, basados en bibliografía europea, que al depender menos de insumos externos van a tener mayor capacidad de resiliencia, sobre todo teniendo en cuenta la gran variabilidad climática que hay en nuestro país”, afirma Smeding, e incluso va más allá: “Creo que tenemos que explorar sistemas de producción alternativos para la producción de leche, pensando en la calidad de los procesos, y teniendo en cuenta que los resultados del sistema no son solamente la cantidad de litros por vaca o la productividad por hectárea, sino otros elementos que, al final del día como país, nos sirven también para diferenciarnos”.
La idea de Smeding y su grupo es sencilla: tratar de determinar qué razas bovinas se adaptan mejor al sistema pastoril con baja dependencia de insumos externos. “Estos sistemas, que tienen menor subsidio energético, implican que la disponibilidad de alimento está muy asociada a la curva del forraje, a la curva natural del crecimiento de la pastura, por lo tanto, es esperable que haya déficit nutricional en algunos momentos del año”, cuenta, y entonces se pregunta: “¿En este esquema, en el que las vacas están a cielo abierto y en el que las condiciones parecen ser más restrictivas y más exigentes, cualquier tipo de vaca se puede adaptar y tener una buena performance?”. La respuesta implica tomar en cuenta no sólo los resultados inmediatos: “En lugar de forzar a los sistemas a producir más, pensemos mejor en qué contexto agroecológico está el animal y escojamos la genética animal y vegetal que nos pueda dar una mejor performance, considerando no solamente la cantidad de litros de leche por animal al final del día sino también la eficiencia reproductiva y el bienestar animal”.
Meta metano
A la hora de calcular las emisiones de metano de los países se aplican valores indexados internacionales por cada cabeza de ganado. Smeding dice que esos acuerdos también admiten la posibilidad de que cada país, a medida que publica datos en revistas arbitradas de valores e índices para sus rodeos nacionales, pueda pedir que se modifiquen esos índices. “Poder tener nuestros propios valores es una de las razones para medir metano”, dice, y cuenta que, por ejemplo, eso es lo que ha hecho Nueva Zelanda.
¿Qué resultados arrojó su investigación? Al principio, Smeding es cauto: “Un solo experimento no puede dar la pauta nunca, hay que seguir acumulando datos”, aunque admite que los resultados “están dentro de los rangos internacionales publicados, que tienen una variabilidad muy grande”. Entre las dos razas vacunas no encontraron grandes diferencias: “Cuando vamos a la producción de metano por kilo de leche, no observamos mucha diferencia en la emisión de metano entre la raza holando y la normando”. Sin embargo, hay un dato que para él es importante: “Si bien no se encontraron diferencias significativas entre razas, cuando vemos cuánto metano se emite por unidad de energía consumida, no hay ninguna diferencia”. Esta igualdad en la eficiencia por kilo de energía que se consume lo lleva a pensar que “cuando vamos a estudiar el efecto de un genotipo, en este caso de una raza súper especializada en la producción de leche, que es la holando, versus una vaca doble propósito, que es la normando, seleccionada para producir tanto leche como carne, si nos quedamos solamente con la cuenta de la producción de leche y cuánto metano producimos por kilo de leche, no estamos siendo fieles al potencial productivo del sistema, porque no estamos evaluando la producción de carne”.
Saliendo del análisis estricto del metano, Smeding observó que la raza holando produce mucha leche, moviliza mucha reserva corporal, mientras que la raza normando “produjo menos leche pero movilizó menos reservas corporales y se mantuvo más gorda en los momentos de restricciones nutricionales. En invierno, el normando adopta una estrategia de defensa y, en lugar de seguir perdiendo peso, lo que hace es producir menos leche”. El tema no es menor: “En Uruguay, donde uno de los problemas para la producción agropecuaria es la alta variabilidad climática, hay que ver qué pasa con el animal, si se logra defender o no en condiciones de nutrición y ambientales exigentes. Y mi hipótesis de trabajo es que la raza multipropósito es más robusta, más flexible, y me parece que tenemos que incorporarla a la investigación agropecuaria al menos como modelo biológico contrastante”.
Para Smeding, hay que seguir investigando por ese camino: “Esto nos lleva a pensar si tenemos que especializarnos tanto o si en estas zonas agroecológicas que son restrictivas para los animales no habrá que tener en cuenta otros potenciales productivos del sistema y seleccionar mejor los genotipos. Capaz que tenemos que complejizar los sistemas, pensar en sistemas lecheros-ganaderos, que sean más resilientes, menos intensivos en un solo producto y que tengan una mayor diversificación. Eso implica seguir trabajando y desarrollando un paquete tecnológico que sea factible de instrumentar”. Para despedirse, regala una máxima para enmarcar: “Nuestra investigación debería centrarse en obtener soberanía científica y tecnológica”, dice, y de postre cuenta que en su maestría está comparando la flexibilidad metabólica de ganado holando norteamericano con holando neozelandés en el marco de una colaboración entre la Facultad de Agronomía y el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria. “La hipótesis es que el ganado neozelandés, que es más pequeño, va a movilizar menos reservas corporales y va a tener un mejor balance entre la producción de leche y esas reservas, y asociado a eso, mayor capacidad de adaptación fisiológica a los desafíos de los sistemas pastoriles”.