Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
Ayer fue el Día Mundial de la Lucha contra el Sida, y es probable que una parte considerable de la población uruguaya no se haya enterado. Se realizaron, como es habitual en la fecha, testeos gratuitos y actividades de difusión sobre la enfermedad y el modo de prevenirla, y el Ministerio de Salud Pública realizó una rueda de prensa para comunicar datos epidemiológicos, que en realidad no fueron presentados sino representados, porque es información del año pasado, que ya se había dado a conocer el 29 de julio de este año.
Lo más novedoso y positivo fue el anuncio por parte del ministro de Defensa Nacional, Javier García, de que vivir con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) ya no será un impedimento para ingresar a las Fuerzas Armadas. Como bien dijo García, esto respondía a una visión “anacrónica, discriminatoria y que no tiene justificaciones técnicas ni profesionales”.
Muchas de las personas que vivieron la oleada de pánico local por el VIH/sida en los años 90 (en otros países fue anterior) probablemente no imaginaban en aquel momento que llegaríamos a esta situación bastante controlada, y a jornadas anuales rutinarias como las vinculadas con muchas otras afecciones.
La presencia de la enfermedad se asume como un dato de la realidad, las precauciones para prevenir la transmisión se conocen, y hay tratamientos que permiten vivir con el virus sin complicaciones y sin poner en riesgo la salud de otras personas.
Han quedado casi en el olvido muchas ideas extrañas sobre las causas del VIH/sida (o la negación de su existencia) y los profundos cambios sociales que iba a provocar en el mundo. Ideas que se propagaron bastante en su momento, pese a la inexistencia de las actuales redes sociales.
Quizá sea útil considerar todo esto, salvando algunas grandes distancias, para ganar perspectiva ante la actual pandemia de covid-19 y las reacciones ante ella.
Hay diferencias muy importantes, pero también semejanzas significativas. Por un lado, estas enfermedades adquieren especial relevancia en el contexto de lo que los especialistas llaman la “sindemia global”, que se ha expandido a partir de un modelo productivo muy perjudicial para el ambiente y de una profunda desigualdad en las relaciones sociales.
El VIH/sida, como la covid-19 y muchísimas otras enfermedades, afecta sobre todo a las personas más pobres y vulnerables, el acceso a los mejores tratamientos dista de ser igualitario en términos nacionales e internacionales, y las debilidades e insuficiencias de los sistemas de salud pública, especialmente en el primer nivel de atención, tienen costos sanitarios y sociales que sin duda podrían evitarse.
De todos modos, la ciencia, la medicina y la conciencia social han atenuado mucho las consecuencias del VIH/sida y “normalizaron” la convivencia con él como una enfermedad más, que no corresponde banalizar pero que tampoco es la catástrofe final de la humanidad. Algo parecido sucederá, probablemente, con la covid-19. No es poco, aunque mejor sería avanzar hacia soluciones globales para los problemas vinculados con su origen y que agravan su impacto.
Hasta mañana.