Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
La elección del directorio del Partido Nacional (PN) se complicó, y hay que analizar el asunto más allá de lo superficial para entender por qué. En los hechos, la conducción del nacionalismo no depende hoy de la relación de fuerzas entre sectores dentro de ese organismo (sucede más bien al revés), e integrarlo no jerarquiza mucho a ningún dirigente, fuera de brindarle alguna oportunidad adicional de aparecer en los medios de comunicación.
Se podía pensar que no había ningún inconveniente para presentar una lista única, como quería el presidente Luis Lacalle Pou, y con ella una feliz imagen de concordia. Sin embargo, como en un juego de Jenga, bastó con que se moviera una pieza para que todo se tambaleara.
Con el criterio de asignar los 15 lugares en el directorio según la votación en las internas de 2019 (que determinó, a su vez, cuántos representantes de cada sector hay en la Convención Nacional), a Por la Patria (PLP) no le habría tocado ninguno, pero había voluntad de que no quedara afuera, y así se le hizo saber al senador Jorge Gandini, líder de ese grupo. De todos modos, Gandini decidió que prefería presentar una lista propia, para dejar constancia de que “el partido tiene corrientes”.
Fue una jugada hábil desde el punto de vista sectorial. Con una lista de PLP y una de todos los demás, se volvió muy probable que el sector de Gandini mejorara la representación obtenida en 2019. Cualquier votante al que no le gustara un solo candidato del acuerdo mayoritario podía inclinarse por la otra opción, y esto permitía suponer que PLP lograría por lo menos un lugar en el directorio, o quizá dos, con votos propios y sin deberle nada a la generosidad ajena.
En esa hipótesis, ir muy abajo en la lista mayoritaria comenzó a implicar el riesgo de quedar afuera. Esto agudizó el debate entre los sectores, sumándose a problemas internos previos que se habrían asordinado en otras circunstancias. Hace unos días se volvieron indisimulables las tensiones y forcejeos; ayer la mayoría decidió postergar el plazo para presentar listas y se llegó a manejar la posibilidad de que cada sector tuviera una propia.
Inciden aspectos simbólicos con miras al futuro. Siempre queda bien decir que todavía no es tiempo para pensar en las próximas elecciones nacionales, pero nadie deja jamás de pensar en ellas, y en algún momento habrá que decidir la fórmula para 2024.
En Uruguay, por lo menos desde la salida de la dictadura, los presidentes funcionan como jefes de los partidos, pero sólo hasta el período preelectoral, y pagan el precio de un desgaste hasta ahora inevitable. En siete sucesivas ocasiones, de 1989 a 2019, ninguno de ellos logró que un dirigente de su propio sector lo sucediera, y ni siquiera que fuera el más votado en su partido.
No se puede descartar que Lacalle Pou alcance alguno de esos logros, pero tiene la estadística en contra, y en algún momento habrá, entre quienes aspiren a la próxima candidatura presidencial nacional del PN, movimientos para marcar perfiles propios y relativamente distintos. Él quería postergar cuanto fuera posible ese momento.
Hasta el lunes.