En América Central, los gobernantes, subidos en una ola de populismo y autoritarismo, se han alineado para colocar como enemigo público al periodismo independiente, mientras aumentan sus gastos en asesores de prensa, medios de propaganda gubernamental y pauta publicitaria para poner de su lado a los medios masivos. Ante ese panorama, los periodistas independientes en la región también nos unimos para decir que el periodismo independiente seguirá porque es importante para la democracia y para que nuestras sociedades rompan el silencio.
En Honduras, el país donde nací y donde he ejercido el periodismo durante los últimos 12 años, ser periodista conlleva un alto riesgo. En este país, más de 90 periodistas han sido asesinados en las últimas dos décadas y la mayoría de los casos permanecen en la impunidad; no podemos decir si los reporteros fueron asesinados porque estaban haciendo alguna investigación que tocaba a algún poderoso o porque estaban chantajeando a alguien. Desde hace mucho, los periodistas en Honduras también fueron perdiendo la credibilidad y la confianza de la ciudadanía, porque en un país donde el crimen organizado ha llegado a tener el control del Estado, no es extraño que también lo tenga de la prensa. Hasta el golpe de Estado de 2009 se abrió una grieta en el muro mediático y comenzó a surgir un periodismo independiente de los partidos políticos y las élites económicas, y la ciudadanía comenzó a ver que otro periodismo era posible, un periodismo que la escucha, investiga y cuenta lo que necesita saber.
Ahora bien, el impacto del silencio en países como este sigue siendo muy grande. Hablar en un país como Honduras, uno de los más violentos de América Latina, gobernado por mafias y con todo su territorio controlado por el crimen organizado, es casi un atentado contra la vida, sobre todo cuando lo que los periodistas contamos son historias que buscan revelar cómo funcionan la corrupción y el crimen, para que la ciudadanía busque un poco de justicia. Podría decirse que ser periodista independiente en un país así es cosa de valientes o ingenuos; muchas veces, las personas que nos cuentan sus historias desde lugares sumamente violentos y donde no hay presencia del Estado se despiden de nosotros diciéndonos “cuídense, por favor, que a los periodistas los matan”.
Pero Honduras es sólo uno de esos países en donde ese silencio se impone porque la democracia nunca terminó de cuajar. En la última década, América Central ha vivido la decadencia democrática de una manera muy particular. Tenemos autocracias difíciles de definir porque en cada país de esta pequeña región cada cuatro o seis años hay elecciones. Si sólo de eso se tratara la democracia, todo estaría bien. Sin embargo, tenemos en Nicaragua un presidente que se reeligió en unas elecciones formales pero con toda la oposición política encarcelada; en Guatemala tenemos una participación partidaria enorme, pero fiscales, jueces y periodistas que han señalado la corrupción y las mafias en el sistema político están exiliados y encarcelados; en El Salvador tenemos un presidente con el más alto índice de popularidad de América Latina pero que sepultó la democracia y ha atacado públicamente a los periodistas cada vez que señalan un escándalo de corrupción en su gobierno. En Honduras tenemos un nuevo gobierno, liderado por la primera mujer presidenta, que en su afán de “refundar” el país ha usado los medios públicos para la propaganda gubernamental al tiempo que bloquea el acceso a la prensa independiente que audita, cuestiona irregularidades y denuncia nepotismo en su gobierno. Y Costa Rica, que había sido la excepción regional, ahora tiene un presidente que llama a los periodistas “prensa canalla” cuando es cuestionado.
Paradójicamente, en ese panorama adverso, probablemente vivamos los mejores tiempos para el periodismo. Por cada intento de cooptar los medios por parte de los gobernantes, por cada medio gubernamental que busca callar las voces disidentes, los periodistas reaccionamos creando nuevos medios, haciendo periodismo colaborativo, contando América Central como una región, discutiendo sobre ética y sobre cómo podemos hacer mejor nuestro trabajo y formando a una nueva generación de periodistas con estos principios. Quizá no hubo antes tanto gasto público en pauta publicitaria, en asesores de prensa o de comunicación política, pero tampoco hubo antes tanto periodismo independiente como ahora, porque entendimos que debemos protegernos y porque hemos logrado también tener comunidades comprometidas con la democracia.
En Honduras sigue siendo un riesgo investigar y contar, también nuestras fuentes corren ese riesgo, porque la regla sigue siendo “ver, oír y callar”, pero no se puede vivir tantos años con dolor sin gritar, y es allí donde el periodismo se convierte en un servicio necesario, no sólo para señalar las cosas que están mal, sino también para sanar.
Jennifer Ávila es directora y fundadora del medio hondureño Contra Corriente, ganadora del Premio Gabo 2023 a la excelencia periodística.