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Ilustración: Ramiro Alonso

Conflictividad imaginaria y memoria distorsionada

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Leído por Andrés Alba.
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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Afirmaciones machaconas sobre el “palo en la rueda” del “FAPIT” al actual gobierno nacional han instalado la idea de que hubo un desmesurado incremento de la movilización sindical desde 2020. Sin embargo, las estadísticas del Instituto de Relaciones Laborales de la Universidad Católica del Uruguay indican que en este período el promedio de conflictividad se ha mantenido en un nivel muy semejante al de la segunda presidencia de Tabaré Vázquez, y que de un gobierno al otro la cantidad de paros generales no aumentó, sino que se redujo a la mitad, pese a la notoria caída del salario real y a otros perjuicios para la población trabajadora.

Es relevante identificar causas del fenómeno, que quizá se vinculen con el acotamiento de la movilización durante la emergencia sanitaria o con la experiencia de 15 años de gobierno del Frente Amplio (FA) en los que, muy a menudo, el planteamiento de reclamos conducía con rapidez a instancias de diálogo y negociación, sin que fuera necesario llegar a la adopción de medidas de fuerza.

Tanto o mayor importancia tiene comprender cómo es posible que la percepción de un aumento de la conflictividad se imponga a la evidencia y distorsione la memoria de hechos bastante recientes.

En los últimos años han cambiado mucho los circuitos de información y formación de opinión, en gran medida por el predominio de las comunicaciones mediante internet, con una fuerte competencia por el recurso escaso del interés humano y un gran despliegue de técnicas para que aceptemos lo que se nos transmite. Esto tiene consecuencias que se potencian entre sí.

Por un lado, para muchas personas tiende a acortarse el llamado “intervalo de atención”, o sea, el tiempo en el que son capaces de mantener la concentración. Esto determina, entre otras cosas, que, si bien disponemos de enormes recursos para obtener información que nos ayude a verificar y situar en su contexto los mensajes nuevos, a menudo no utilizamos esos recursos e incluso tendemos a menospreciarlos cuando los mensajes nos emocionan y confirman nuestras creencias previas.

Al mismo tiempo, se potencia un fenómeno que ya había sido señalado antes de que existieran redes sociales: el gran incremento de los datos disponibles aminora el impacto de cada uno de ellos, la novedad de hoy desplaza a la de ayer y, a menudo, disminuye la memoria de largo plazo, a tal punto que se tiende a olvidar lo sucedido hace pocos años.

Por último, aumenta el poder de seducción de los relatos difundidos en redes sociales, sin los procedimientos previos de chequeo que aplican los medios tradicionales medianamente serios, y estos relatos tienden a parecer cada vez más verosímiles a medida que se reiteran con insistencia.

Todo lo antedicho se suma para jerarquizar uno de los servicios (no el único) que presta a la sociedad el llamado “periodismo de datos” cuando releva, sistematiza y presenta en forma fácil de comprender informaciones que cuestionan narrativas falsas.

En este año electoral, cuando la alternativa planteada a la ciudadanía tiende a basarse en una comparación de sus experiencias en este período y cuando gobernaba el FA, es crucial defender la buena memoria.

Hasta mañana.

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