Volver al Velódromo una noche de enero, dos años después de la última vez. El “tablado de las murgas”. La luz amarillenta de la calle recorta el gris de la noche en la vereda. Hay autos alrededor, todo alrededor; estacionados a 45°, a 90°, muy pegados o demasiado lejos del cordón.
Ya hay gente en la entrada a 15 minutos de arrancar. Las boleterías señalan por dónde hay que pasar: generales, BROU, Tarjeta Joven, Socio Espectacular. Por un segundo parece que el tiempo no pasó, que esta noche podría ser la siguiente a alguna noche pasada, antes de la pandemia y el silencio del año anterior. Luego aparecen los tapabocas, piden certificado de vacunación y cédula de identidad en las puertas, la gente intenta no amontonarse.
La pizarra anuncia que hoy actúan Mi Vieja Mula, Metele que son Pasteles, La Venganza de los Utileros, Queso Magro, La Gran Muñeca y Agarrate Catalina. Son las 20.15, acomódese en el asiento que nos vamos hasta la 1.30.
Al cruzar la puerta enrejada se ven las luces lejanas del escenario y se oye la voz inconfundible de Alejandro Camino que anuncia el inicio de la función. Así comienza este espectáculo: Un ratito de felicidad.
Salpicón de actualidad
No hay espectáculo murguero sin salpicón: actual, musical y picaresco.
La gente se empieza a acomodar en las gradas altas, en la pista, en el pasto cerca del escenario. Y, aunque sea un secreto a voces, está cantado que hay gente que pagó tribuna y se sentó en las sillas de la platea. Códigos de carnaval.
Los cuerpos se instalan, pero de a ratos se mueven. Las personas que están en el piso arquean la espalda, se tiran sobre sus amigos, se paran, descruzan las piernas y las vuelven a cruzar, mueven el cuello, ponen las manos en el suelo.
La plaza de comidas se extiende a los lados de la platea. Hacia la derecha está la mayor cantidad de puestos, que venden desde cerveza hasta papas fritas caseras y arepas.
Ya pasan los vendedores de bingo con sus remeras anaranjadas: cuatro números, diez pesitos, muchos premios. «¡Premios de Anda!», dice Camino desde el escenario y enumera una serie de productos que incluyen entradas para la noche siguiente, probablemente el más anhelado.
Luego de la clásica insistencia, de esperar y de saber que “quedan sólo dos números” para poder hacer el sorteo, se agotan los papelitos y aparece en escena el bolillero, bastante grande para contener sólo diez bolillas.
Alguien gana, levanta la mano ante la pregunta de Camino sobre el paradero del número triunfador, avanza rápido hacia el escenario y entrega con solemnidad su papel para corroborar la victoria. Entonces comienza otro de los rituales del Velódromo.
–03
–¡Estááá! –asegura Camino con un tono de voz que quien haya oído seguro puede reproducir en su mente.
–04.
–¡Estááá!
–09.
–¡Estááá!
–10.
–¡Estááá!
Aplausos, llaveros y entradas.
Sigue el salpicón, entre hechos y relatos, continúa el salpicón, hablando del presentador. Micrófono en mano, Camino no escatima en intensidad ni en elogios poéticos para los conjuntos. «Vienen a clavar una espada directo en los corazones», presagió antes de que actuar a Agarrate Catalina, justo después de lanzar su clásico, amado e imitado “a verrrrrrrr cómo suena esa bata”.
Una niña flamea una bandera de Uruguay desde una silla, acelera el movimiento cada vez que el público aplaude a las murgas, luego cesa, cansada, cruza las piernas y se dedica a escuchar.
Hace frío de dos buzos, frío de Velódromo. Se escuchan quejas y arrepentimientos por no haberse abrigado. De repente pasa caminando una mujer envuelta en una frazada polar blanca que le llega hasta los pies. “Entendió todo”, comenta alguien al mirarla.
La noche se llena de aplausos, risas y olor a papas fritas. Entre silencio y silencio se escucha el ruido de los cartones que se deslizan en bajada por la pista y el llanto de algún niño que cae mal.
Cuplé: cantar, aplaudir, abrazar
“Mundo, te pido un ratito de felicidad”, cantan los Pasteles. Eso es lo que emana el ambiente de este tablado: gente que aplaude, gente que canta, gente que se abraza. Cuando los conjuntos actúan se pausan (casi todas) las charlas y el público se entrega por completo a espectar. Se va armando el cuplé.
Mi Vieja Mula abre la noche con su espectáculo Hola, Urugüay y de entrada arranca risas por su manera de cantar. La murga, que está debutando en el Concurso Oficial luego de años en el Encuentro de Murga Joven (EMJ), imita a turistas no hispanohablantes que llegan al país y lo analizan desde su mirada ajena.
De repente el aire se corta. Algunos cuerpos se ponen rígidos, hay ojos que se llenan de lágrimas. La murga canta sobre el abuso en carnaval, sobre la violencia de género, sobre responsabilidad. Entre Varones Carnaval y este verano no hubo tablados, es este el año en que se verán las consecuencias de un fenómeno político y social que movilizó los cimientos silenciosos de una fiesta que para muchas significó dolor. La murga calla y el público aplaude con determinación.
El enganche entre conjuntos lo hace, por supuesto, Camino: informa, sortea, invita a seguir viniendo.
“Decir” no es sólo hablar. Los Pasteles suben al escenario con dos intérpretes de lengua de señas uruguaya que se sumaron al colectivo para expandir los límites del carnaval a la comunidad sorda. El carnaval, tan ligado a la voz, a la música, rompe otra de sus barreras y se vuelve, al menos por un rato, más inclusivo.
Estamos en Un mundo muy muy feliz, donde un grupo de personas “ni de izquierda ni de derecha” está contento por los cambios que vive el país desde que asumió el presidente Luis Lacalle Pou. Una voz narra la historia como si fuese un cuento infantil; la murga canta el abecedario para niñas y niños. La gente se ríe y aplaude con fuerza. “Siempre del lado Pasteles de la vida”, dice una mujer desde el pasto.
Otro enganche. Las luces se encienden, la gente se estira y aprovecha a comprar comida, que sólo se puede pagar con efectivo.
Dos trabajadores relatan que desde hace años cada quien tiene su lugar en la plaza de comidas y en general es siempre la misma gente. Este año lo viven diferente. Hasta ahora, han tenido más noches de suspensión que de actividad.
Camino anuncia que llegó La Venganza de los Utileros a hacer una Fiesta de disfraces con una sorpresa: va el espectáculo completo. La murga sube colorida, parece un arcoíris. Juega con la idea de camuflarse, critica y despierta carcajadas cuando habla de que “con esto de la pandemia” hay excusas para todo. Su canción final habla del amor. Una pareja en el público comenta que “eso es muy de los Utileros”.
Mitad de la noche. Pasaron tres murgas, faltan tres. Aparece Queso Magro en el escenario con sus trajes de cartón. Habla mucho de sus trajes de cartón. Ama sus trajes de cartón. Hace chistes sobre sus trajes de cartón. Su espectáculo se llama, sorpresa, Acartonado. Así es esta murga, se ríe de sí misma.
Jimena Márquez, que este año vuelve al escenario, aparece personificando a Graciela Bianchi y el público estalla en risas. “Al fin una mujer cupletera haciendo de mujer”, dice entusiasmada una voz entre la gente.
La murga se despide: “Fueron dos años pa hacer esta garra, / si fueran cuatro sería peor, / si fueran diez ya no habría ni murgas / y Queso Magro sería campeón”.
Son las doce; día nuevo, noche larga. Ya se fueron algunas personas, sobre todo del área de las sillas. Tras la pasada de cuatro murgas provenientes del EMJ llega una de las ancianas: La Gran Muñeca, que cumple 101 años. Ni bien se para frente a los micrófonos y “sopla”, la gente aplaude. “Me despeinó”, dice alguien y se ríe.
La murga viene con plantel renovado, incorporó a Julio Pérez y a Ángel Marquitos Gómez, dos sobreprimos históricos del carnaval. El espectáculo está colmado de crítica política, desde la presentación hasta la retirada. Es un estilo nuevo para la Muñeca, más parecido a los Patos Cabreros que a sus propios años anteriores, cuando apostaron por el humor. Se bajan del tablado mientras la gente aplaude la retirada de pie, como es tradición.
Dos personas que aparentan entre 50 y 60 años de edad, una con tapabocas y la otra sin, relatan que vienen siempre al Velódromo porque les queda cerca y por los beneficios de TCC, que les da entradas gratis. Les parece raro volver al tablado luego de la pandemia, se están acostumbrando. Es su primera noche y, aunque vieron pocos espectáculos, dicen que la Catalina es su favorita desde hace años.
Llega la murga para cerrar la noche. Yamandú Cardozo saluda y avisa que vienen con plantel reducido porque varios componentes tienen coronavirus. Una cuenta rápida: hay 11 personas en los micrófonos en vez de 17. El director está de espaldas, pero no parece Tabaré Cardozo: no tiene puesta una galera.
En la presentación el Zurdo Bessio tiene tres solos; la gente aplaude y grita ni bien lo ve acercarse al micrófono: ni siquiera necesita cantar para que lo ovacionen.
La Catalina habla sobre La involución de las especies en un espectáculo que avanza con dos cupleteros: Yamandú y Rafael Cotelo, que volvió a la murga cooperativa tras varios años sin salir en carnaval.
En uno de los enganches el personaje de Cotelo afirma que es amigo de Lacalle Pou y el de Yamandú le contesta que deje de decir mentiras, que eso es imposible porque es del Cerro. Luego, cantan el cuplé más largo, que habla de los piojos resucitados, personas que acumularon riqueza y se olvidaron de sus orígenes.
Cuando la murga baja son la 1.20. Hora de irse.
Retirada
La gente empieza a subir las escaleras hacia las salidas mientras la Catalina canta la retirada. Los puestos de la plaza de comida ya están cerrados. Hay una breve pausa para aplaudir cuando el espectáculo termina y luego continúa la marcha. Camino se despide de las espaldas que lo miran y anuncia la programación de la noche siguiente.
Afuera hay ómnibus de diferentes líneas esperando, filas para subirse a taxis y gente que se abraza y se despide antes de tomar caminos separados. La noche está cerrada sobre las cabezas y aunque los árboles no permiten ver las estrellas, los faroles amarillos siguen encendidos.
Alguien se aleja cantando un pedacito de retirada.