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Sofía Zanolli, en el Club Ossolana.

Foto: Martín Varela Umpiérrez

Sofía Zanolli de la murga Gente Grande: “El motor es buscar siempre el humor”

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La componente habló sobre el humor como forma “de sobrevivir al mundo cruel en el que estamos” y la satisfacción de integrar una murga donde hay “mujeres ocupando roles históricamente masculinos”.

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El viernes a la madrugada en el Club Ossolana explotó un grito que sacudió a todo el barrio. Gente Grande se enteraba de su clasificación a la Liguilla entre las 11 mejores murgas, en su segunda participación en el carnaval mayor y se festejó algunas horas más en la calle Altamirano.

El conjunto mantiene la base de 2018, año en que inició su camino en el Encuentro de Murga Joven con el nombre de La Catinguda. Sofía Zanolli integra el colectivo desde aquel entonces e incluso desde antes, cuando algunos cantaban juntos en Murgan Freeman o La Castrada, o más atrás aún, cuando hicieron el taller de murga con el Cartucho Inthamoussú en cuarto año de secundaria, en el Colegio Poveda.

Licenciada en Relación Educativa, además de ser componente de la murga, es una de las integrantes de la comisión de textos. Con el carnaval “como lugar de juego”, pero también como una herramienta para transformar, Zanolli profundiza en la experiencia de Gente Grande, sus objetivos, su historia y las dificultades de afrontar el Concurso Oficial de Carnaval.

¿Por dónde va Berreta y elegante, su idea, el lenguaje?

Siempre partimos de un hilo conductor y ese universo que elegimos es como un paraguas dentro del cual empezamos a construir los personajes. Los cuplés no necesariamente los hacemos todos tan ligados. Nos gusta darnos la libertad de poder hablar de lo que queramos. Siempre alguna punta para engancharlos surge. Pero nos divertía el lujo porque tiene algo contradictorio dentro del carnaval. Por un lado carnaval es lujoso porque es un lugar donde hay mucha plata en juego, es un concurso caro. Pero también es berreta en el sentido de que el arte popular nunca termina de ser lujoso del todo. Como que está parado en la vereda de enfrente. De hecho para murgas como la nuestra el lujo se relaciona con la desigualdad, con la mala distribución de la riqueza. Entonces nos gustaba que nuestros personajes sean una especie de antihéroes, pero con un tinte naíf. Y el concurso de carnaval también tiene algo de berreta y elegante. Es un lugar de visibilidad, está la televisión, los medios; y al mismo tiempo puede fácilmente caer en los clichés y ser un discurso muy barato si no se cuida.

Está bueno hacerse la autocrítica como murga de que no somos perfectos. Por eso estos personajes, que están parados como en un lugar de privilegio, hablando del lujo, y a lo largo del espectáculo se van desarmando, hasta que llegamos a la canción final que intenta darle un cierre, con una parte que dice: “Se miraron frente al fuego, prometieron enfrentar la insistencia impertinente de siempre querer brillar”. Carnaval está lleno de invitaciones a estar en el centro de la escena o a comer color, hablando mal y pronto. Entonces vamos por el lado de no marearse con los aplausos, a no confundirse. El lujo es otra cosa para nosotros. Esa es nuestra reflexión.

Foto: Martín Varela Umpiérrez

¿La murga ya tiene una identidad plenamente definida? ¿Cuánto incide en eso la elección de la estructura de los espectáculos?

Claramente es una identidad de murga joven. Busca hacer reír pero atravesada por la crítica. Cuando apostamos a hacer humor, tratamos de que haya un mensaje siempre detrás. Aunque no sea siempre con el mismo nivel de profundidad o dirigido siempre a las mismas temáticas, nos interesa sí que haya un contenido, un posicionamiento frente a los distintos ámbitos de la vida, en lo político, en lo social, en lo cultural. El motor es buscar siempre el humor. Esa es una parte clave en la identidad de la murga. Y reírnos de nosotros mismos y de los problemas que tiene nuestra generación. Ser autocríticos en ese sentido. Burlarnos de lo relativa que es nuestra opinión, a conciencia de que nuestro nombre, Gente Grande, va a ser una realidad, y no una ironía como es ahora.

En cuanto a estructura de espectáculo tenemos por lo general una bastante clásica. Adaptada a nuestra forma de ver las cosas. Que sea creíble, no poner palabras por poner. Por ahí es que de repente hacemos puntas de estilo clásico, con músicas que permitan arreglos más vistosos, y con una complejidad armónica más interesante, y no tan en tono de broma. Pero cuando buscamos un lenguaje que tenga que ver con cosas que nos inspiran a nosotros, y no que inspiraron a otros.

¿Qué valoración hacés de que Gente Grande sea una de las murgas con mayor cantidad de mujeres en nuestro carnaval?

Sí, junto a A la Bartola y a Mi Vieja Mula somos las murgas con más mujeres. No hay nada en ese sentido a lo que pongamos un esfuerzo. Es natural, sucede así. Somos un montón de gurisas arriba y abajo del escenario, y para mí lo que está de más es que tenemos participación activa en todos los roles, tanto de organización, como en la batería, como en los textos. Para mí este último es un punto clave, porque hay muy pocas mujeres letristas en carnaval. Es muy valioso, lo mismo en la batería. Destaco esos dos lugares que en Gente Grande hay mujeres ocupando roles históricamente masculinos. Lo celebro porque es una lucha bien compleja de dar. Y es difícil que nos visibilicen a veces. Obviamente que el machismo está, y es parte de nuestra vida cotidiana. Y es un laburo constante y de hormiga para mejorar las condiciones en las que las mujeres habitamos los espacios. Creo que es una murga que se piensa, dialoga y discute. Y nosotras nos sentimos muy unidas cuando la situación nos pide estar cerca y apoyarnos.

¿Cuál es el objetivo artístico de una murga hoy en día, desde su discurso, y qué crees que espera el público de ella?

Es bastante variado el abanico. En nuestro caso creo que es dar una perspectiva, desde un corte generacional nuevo. En la memoria todos tenemos desde chicos lo que dice y el rol social que tiene una murga. Creo que sobre eso reeditamos ese rol y le agregamos cosas. Por ejemplo, algunas temáticas que ponemos sobre la mesa las nuevas generaciones son el feminismo, o replantearnos las formas que tenemos las personas de vincularnos. Hay una sensibilidad mayor. Cuestiones de derechos humanos o alguna cuestión más empática en general. Lo que hace que seamos mal llamados “generación de cristal”. Y con todo eso, el humor es un vehículo para contarlo. Si bien yo lo celebro, porque el humor es una forma de sobrevivir al mundo cruel en el que estamos.

Respecto a lo que espera el público, me di cuenta de que el público de carnaval es muy diverso. Hay gente que va a reírse. Y también que va a reírse y pensar. Me considero parte de ese público. Si una murga no me hace reír difícilmente me guste. Pero hay otras personas que quieren que la murga cante, critique. Y me parece perfecto. Creo que estamos todas las murgas en la misma sintonía, sólo que en algunos casos diferimos en las formas en que lo hacemos, considerando que la murga está hecha para denunciar y para, de alguna manera, tratar de transformar algunos discursos hegemónicos. Podríamos decir, como si fuera una frase hecha de carnaval, busca hacer reflexionar al pueblo. No sé, capaz es pedirle mucho a la murga...

¿Cómo lidian con su participación en el carnaval oficial en materia organizativa y económica, siendo que este es su segundo año y con todos los costos que hay que cubrir?

Lo llevamos como podemos. Es difícil, la verdad. Sale muy caro todo. Es un montón de plata, pero se justifica, porque es una producción artística muy compleja y completa. Tiene un altísimo valor artístico, son muchos rubros. Es muy interesante y vale cada peso. Solamente que en los tiempos que corren no es fácil recaudar ese dinero para murgas cooperativas como la nuestra, donde no hay nadie que ponga plata de base. No tenemos tanta visibilidad y es bravo conseguir sponsors. Terminamos generalmente cayendo en el recurso del festival, pero claro, a medida que se acerca carnaval es difícil que las murgas vayan a cantar, o a bailar y consumir, que es la forma en la que nos ayudamos para recaudar. Es una tarea ardua aprender a financiarse. En verdad es un rol que lo ideal sería que cada murga tuviera un área solamente encargada de la producción y de generación de ingresos. Pero en una cooperativa y que recién arranca, es como que estamos todes haciendo de todo. Es bastante laburo, los mismos componentes nos encargamos. Entre murgas amigas nos tiramos piques, como A la Bartola por ejemplo nos tiró pila de data que nos re ayudó el año pasado más que nada.

¿A qué se debió el cambio de nombre antes de dar la prueba para el Concurso?

Antes éramos La Catinguda y en un momento decidimos dar la conversación de cambiarnos el nombre porque la palabra “catinguda” tenía una acepción racista. Eso coincidió con la idea de dar la prueba y se dieron como los dos sucesos en simultáneo. El núcleo creativo y el quore de la murga sigue siendo el mismo. Incluso la gente que ya no sale sigue estando en la vuelta.

¿Qué era el carnaval para vos antes de salir, y qué significa ahora que estás dentro como artista?

El carnaval era un lugar donde ir a disfrutar de la cultura. Desde niña me gusta pila. No desde toda la vida, ni mi familia no es carnavalera, entonces tuve un acercamiento bastante por la tangente a la murga. Pero desde el primer momento que la conocí me fascinó. Fue a través de La Mojigata y de Queso Magro. Creo que me cautivó el humor, que me pareció fantástico, muy ingenioso. En casa consumía humor de otras formas, por ejemplo mirando Les Luthiers. Y que lo hiciera gente acá en Uruguay, por los barrios, me parecía brillante. También me gustaba que hablaran de temas de actualidad, que hubiera cosas que se iban modificando, que siempre el show estuviera vivo. Mirar de niña a mi alrededor a los adultos que se reían de cosas que yo no, e ir entendiéndolas de a poco. Era un lugar de encuentro para disfrutar con otras personas, con familia y con amigues.

Y ahora que soy parte de eso, lo veo como un espacio donde comunicar, intentar dar un mensaje. Hacer arte y que ese arte sirva para algo. Es un lugar de juego para mí. Por mi trabajo en campamentos educativos de ANEP, lo veo también como un lugar donde construir otros sentidos. Una coordenada de tiempo y espacio donde las condiciones están dadas para crear otras formas posibles. Y además creo que es una herramienta permanente de lucha en un mundo que está tan complicado y en una coyuntura difícil. Celebro que la gente siga consumiendo y agradezco que nos den para adelante porque entiendo que está sirviendo para algo, que hay personas que se están conmoviendo con alguna parte del espectáculo. Hay algo de construcción de ciudadanía, de cultura. Es muy potente el carnaval para mí.

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